Chile tiene un potencial incalculable. Poseemos todos los factores habilitantes clave que requiere esta industria.
La digitalización es el motor del mundo. Más allá de las nuevas tendencias y proyecciones, lo que se conoce como la cuarta revolución de la mano de la Inteligencia Artificial ya comenzó y Chile tiene una oportunidad única. Mucho se dijo sobre la economía digital como generadora de empleos de calidad y oportunidades exportadoras, pues bien, es hora de dar un salto y convertirla en uno de los bastiones más importantes del desarrollo del país. Lograrlo es posible, pero necesitamos establecer sinergias en términos de acción, visión y trabajo entre el mundo productivo, el estado y la sociedad.
Hay una ventaja y es el fenómeno leap – frog (salto de la rana). Si la revolución digital fuese un camino de piedras dentro de una laguna y los países distintas ranas saltando, Chile sería aquella que aún no avanzó mucho en el camino y, aunque suene paradójico, puede copiar a aquellos modelos más establecidos e incluso mejorarlos. Y no es necesario observar a las economías líderes.
Estonia enfrentó una grave crisis económica tras su independencia de la Unión Soviética en 1991. Con pocos recursos naturales, el país apostó por la tecnología y el conocimiento como base para su recuperación. La introducción de la Ley de Comercio Electrónico y la Estrategia de Sociedad de la Información a finales de los 90 sentaron las bases para un entorno digital robusto. Hoy, Estonia es un referente mundial en digitalización, gobierno electrónico y emprendimientos tecnológicos, a tal punto que se lo conoce como “el Silicon Valley del Báltico” y es la cuna de empresas como Skype.
A su vez, países como Irlanda y Polonia resaltan como naciones que han adoptado políticas fiscales proactivas y con apoyo a sectores clave para facilitar operaciones económicas y atraer inversiones globales. Los irlandeses dieron en la tecla con un régimen de impuestos corporativos bajo (12.5%), lo que atrajo multinacionales de tecnología, farmacéutica y finanzas. Esto, combinado con una fuerza de talentos altamente calificados y hubs tecnológicos como el Silicon Docks en Dublín, ha convertido al país en un centro económico mundial.
En tanto, Polonia ha optado por ofrecer incentivos fiscales a empresas que invierten en distintas zonas económicas y fomentando la inversión en I+D. Estas políticas, sumadas a mano de obra competitiva y programas que fomentan la innovación, han posicionado al país como uno de los principales exportadores de servicios basados en conocimiento del mundo, llegando el año pasado a exportar USD 35.000 Millones de estos servicios
A nivel regional lo más atinado sería analizar a la Argentina: en 2021 Argentina exportó cinco veces más que Chile. Si bien se trata de un mercado con características diferentes y tiene desafíos en infraestructura y salarios, en el país vecino existe una Ley de Promoción de la Economía del Conocimiento que, con algunos asteriscos mejorables, generó un círculo virtuoso para las empresas, instituciones y la sociedad en su conjunto en esta industria que mueve 800.000 millones de dólares en el mundo. En Argentina, independientemente de la bandera política de turno, la Ley se mantuvo y la mayoría de sus unicornios son hijos de esta legislación.
Hace 30 años la economía del conocimiento se volvió uno de los sectores más pujantes a nivel global y a partir de ahí muchos gobiernos promueven e incentivan inversiones para que las empresas puedan crecer más rápidamente. Eso ha beneficiado con externalidades positivas a la población en su conjunto con, por ejemplo empleos de calidad, bien remunerados, que se distribuyen de manera federal en todo el país y que generan hubs de innovación en ciudades y regiones alejadas de la capital.
Lejos de ser una tendencia pasajera esta revolución se acelera cada día y si la seguimos observando desde afuera podemos perder una chance trascendental. Según IDC, se espera que la inversión en esta área alcance los 4 billones de dólares para 2026 y las tecnologías avanzadas, como la inteligencia artificial, están impulsando incrementos significativos en la productividad laboral y se estima que añadirán hasta un 7% al PIB global, según Goldman Sachs.
En este panorama, Chile tiene un potencial incalculable. Poseemos todos los factores habilitantes clave que requiere esta industria (Índice Latinoamericano de IA de CEPAL y CENIA). Además, contamos con una infraestructura digital con altos niveles de conectividad que facilitan el acceso a las tecnologías.
Pero, ¿por qué no estamos liderando? Una parte del camino se recorrió correctamente -el del talento y la infraestructura-, pero nunca hemos puesto el foco en la competitividad a nivel país. Este es un partido que se juega globalmente: los países compiten entre sí para atraer las oportunidades no solo de inversión sino sobre todo de empleo a sus ciudades, y ahí tenemos una cuenta pendiente. Un claro ejemplo de esto es que en Chile las exportaciones TICs han crecido solo un 5,3% en los últimos 20 años (Invest Chile) y ocupa el sexto lugar en exportaciones de servicios digitales en la región, muy por detrás de países como Argentina y Brasil.
Mejorar en competitividad es posible. Pero para eso se requiere la adopción de políticas públicas que proyecten el desarrollo del sector en el largo plazo. En ese sentido programas como Talento Digital, que es impulsado por el Ministerio de Hacienda y tiene como objetivo reducir la brecha digital para potenciar la empleabilidad de las personas o la promoción de mesas multisectoriales, como lo que hacemos desde ACTI, para conectar la formación técnica con las necesidades del mercado son iniciativas muy positivas y necesarias, pero aún no es suficiente para conseguir la escala y el impacto requeridos.
En la carrera de la revolución digital Chile sigue en la salida, observando el avance de otros países, mientras el ritmo del circuito es cada vez más intenso. Aún tenemos la posibilidad de involucrarnos, liderar en la región y competir en el mundo, pero el tiempo apremia y el futuro no puede esperar.
Es ahora.
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