La educación ecocientífica es necesaria e imprescindible para los tiempos que corren. Está llamada a promover procesos de enseñanza y aprendizaje desde una perspectiva contextual, pensada globalmente y con un profundo sentido de acción concreta.
La tarea en la búsqueda de acuerdos sobre las claves al momento de sentar las bases de una educación ecocientífica, caen por lo común en abordarla desde enfoques instrumentalistas; muchos de ellos bien intencionados; sin embargo, a veces desarraigados de los territorios escolares y por lo común, caracterizados por un trabajo didáctico con baja conexión respecto del dinamismo planetario y su profunda fragilidad a la acción humana.
Para que un país esté en condiciones de atender las necesidades fundamentales de su población, en particular la formación de sus niños y niñas y por consiguiente el surgimiento de una ecociudadanía la enseñanza ecocientífica debiera ser un imperativo estratégico (de política pública) en procesos formativos ligados a la cuestión ambiental.
En términos del currículo oficial, el desafío será su ambientalización. La definición de las competencias ecocientíficas (con foco hacia los desafíos ambientales) debieran estar basadas en principios como el enfoque sistémico, los contextos culturales, la circularidad, y la perspectiva multicausal.
Hoy, los modelos que definen los vínculos humanidad-naturaleza, necesariamente, deben conducirnos a comprender esta realidad desde un espacio de interdependencia; espacio donde las acciones confluyen hacia nuevos paradigmas, caracterizados por la interobjetividad, la transdisciplinariedad y el saber comunitario. La idea estructurante de concebir al ser humano y toda forma de vida como entidades interdependientes e interrelacionales debiera ser una de las características troncales dentro de procesos de enseñanza y aprendizaje vinculados a la cuestión ambiental.
La formación inicial docente estaría llamada a promover procesos de enseñanza y aprendizaje más contextuales y fundamentados desde diferentes epistemologías. El saber ambiental sería uno de ellos.
La educación ecocientífica es necesaria e imprescindible para los tiempos que corren. Está llamada a promover procesos de enseñanza y aprendizaje desde una perspectiva contextual, pensada globalmente y con un profundo sentido de acción concreta.
Aprendizajes basados en proyectos locales, aprendizajes basados en problemas específicos, ciclos de indagación científica con mirada territorial, investigación acción (con foco en resolver desafíos y proponer acciones), etc., son solo algunas de las propuestas (posibilidades) que nos permiten ir superando la visión simplista de que para enseñar basta con dominar el contenido. Reconocer los límites de la complejidad y la incertidumbre, favorecer el desarrollo de competencias y no solo conceptos y una función social, crítica y participativa del estudiantado serían otras de las posibilidades de esta nueva formación.
Por último, la problemática ambiental actual no se genera espontáneamente ni repercute en los territorios de manera atomizada. Tal hecho es un fenómeno ligado a una problemática mayor, más compleja y cargada de múltiples efectos. El diálogo de saberes y la acción colectiva comprometida debieran ser ejes basales, fraguados desde el sistema educativo, para el cambio y transformación que tanto demandamos.