¿Qué podemos hacer, entonces, para protegernos del estrés laboral crónico? La literatura sugiere diversas estrategias, pero quiero centrarme en una en particular: La Navidad.
El fenómeno llamado Karoshi – o muerte por exceso de trabajo – está acreditado en Japón hace casi 5 décadas. Se estima que decenas de miles de personas fallecen al año por este factor, estrechamente relacionado al estrés. Lamentablemente, este problema no es solo del mundo oriental. Jeffrey Pfeffer, profesor de la Stanford Graduate School of Business, publicó hace pocos años su best seller “Dying for a Paycheck” (o “Muriendo por el sueldo de fin de mes”), en el que estima que factores laborales causan más de 120 mil muertes al año y pérdidas de 300 billones de dólares en EE. UU. Además, la Gallup Organization revela que entre el 40% y 50% de los trabajadores globales experimentan altos niveles de estrés diario. En Chile, esta cifra alcanza cerca del 45%, reflejando la alarmante prevalencia del estrés laboral en el país y el mundo.
El estrés laboral crónico, tristemente normalizado en la vida moderna, no es solo un problema individual, sino de política pública. La evidencia muestra que afecta los sistemas inmunológico, cardiovascular y respiratorio, deteriorando la calidad y la esperanza de vida. Además, es el principal detonante del burnout, síndrome de agotamiento extremo que impide disfrutar de la vida cotidiana y reduce la energía vital. En Chile, una encuesta reciente reveló que el 89% de los trabajadores ha experimentado burnout, con graves consecuencias para la salud y la productividad organizacional. A diferencia del estrés, recuperarse de este cuadro es mucho más complejo, convirtiéndolo en un problema urgente tanto para los trabajadores como para las instituciones. Este fenómeno requiere atención inmediata para evitar impactos más profundos en la sociedad y la economía.
¿Qué podemos hacer, entonces, para protegernos del estrés laboral crónico? La literatura sugiere diversas estrategias, pero quiero centrarme en una en particular: La Navidad.
¡Sí, la Navidad!
Hace más de 20 años, Tim Kasser y Ken Sheldom escribieron su famoso paper “What Makes for a Merry Christmas?” (“¿Qué hace que una Navidad sea feliz?”). En él examinaron diferentes tipos de experiencias y actividades navideñas de adultos, explorando sus relaciones con la satisfacción vital y el estrés (entre otras variables). Se encontró que las experiencias familiares y de consumo consciente eran grandes predictores del bienestar emocional y la felicidad. Por el contrario, cuando predominaban los aspectos materialistas de las celebraciones navideñas modernas tales como gastar dinero y recibir regalos, se reportaba mayor malestar emocional y más infelicidad.
No permitamos que el materialismo convierta la Navidad en una fuente de estrés. Focalizar esta época en dinero, regalos o la cena perfecta nos distrae de lo esencial y agrava el malestar. La Navidad debe ser un momento de paz, amor y gratitud: agradecer lo vivido, a quienes nos rodean y lo que aún nos espera. Centrar esta fiesta en elementos tales como la bondad, el altruismo, los vínculos, y el sentido de vida es un factor protector, que se ha visto asociado a menores niveles de estrés laboral y mayor bienestar. ¡Dejémosle a la Navidad que nos devuelva vida!