Ya habrá tiempo para leer y formarse un juicio acerca del libro de Edwards, si bien, por ahora, vale la pena darse cuenta de que, al hablar o escribir de “neoliberalismo”, lo están haciendo sobre algo real y no acerca de nada o solo de algún tipo de invento o de ficción.
Me perdonan por la autorreferencia, pero del recién aparecido libro de Sebastián Edwards, El proyecto Chile. La historia de los Chicago Boys y el futuro del neoliberalismo, parto por destacar en su subtítulo la última de tales palabras: “neoliberalismo”. Durante una buena cantidad de años se afirmó por nuestras elites locales, especialmente del lado conservador, que el neoliberalismo era un invento de los izquierdistas para criticar a la doctrina liberal en su conjunto o un simple cajón de sastre al que se enviaba cualquiera de los malestares y problemas de nuestro tiempo.
Dentro y fuera de Chile se ha ido sumando una abundante bibliografía acerca del neoliberalismo –a veces descriptiva, en otras laudatoria y, también, crítica–, de manera que el nuevo texto de Edwards que se acaba de sumar a ella colabora, cuando menos, a disolver el error –casi siempre interesado– de que el neoliberalismo no existe o que ha corrido alguna de las dos suertes mencionadas en el párrafo anterior.
A ese coro de negaciones y desdenes se sumó también, en su momento, el muy estimable Mario Vargas Llosa, sosteniendo la tesis de que el llamado liberalismo es uno solo, desconociendo que la doctrina liberal tiene varias versiones y aplicaciones prácticas, tantas que lo que hay son “liberalismos”, con algunas diferencias nada menores en la teoría y el desempeño de los gobiernos liberales.
Mayor complejidad aún, si cada uno de los liberalismos que se conocen muestran algunas diferencias en su propio interior –por ejemplo, en el mismo neoliberalismo–, puesto que no tuvo una similar intensidad ni extensión el neoliberalismo que se predicó y practicó en la última década de la dictadura chilena que las lógicas neoliberales que fueron aplicadas durante los gobiernos de la Concertación y Nueva Mayoría. Tampoco fueron equivalentes el neoliberalismo de Margaret Thatcher y Ronald Reagan, por un lado, y el de Bill Clinton, por otro.
Nuestra Concertación y Nueva Mayoría no fueron gobiernos neoliberales, pero sabemos sobradamente que, si bien de la mano de afortunadas políticas sociales, esos gobiernos adoptaron e hicieron aplicación, y a veces con inesperado entusiasmo, de algunos criterios o lógicas neoliberales. A tales lógicas concurrieron también –¿cómo no?– los sectores conservadores que mantuvieron buena parte del Poder Legislativo una vez repuesta la democracia, sobre todo merced a la figura de los senadores designados que se sintieron mandatados a preservar “el legado” que habían recibido del gobierno militar.
Aunque también lo hicieron, en parte al ser minoría y en parte también por puro gusto o afinidad, algunos socialistas y socialdemócratas que terminaron entendiéndose muy bien con las lógicas neoliberales, aunque sin reconocerlo explícitamente, no obstante que se sumaban al coro de los que declaraban que el neoliberalismo no existía, y esto a pesar de las varias y contundentes pruebas en contrario que ofreció la realidad política, económica, social y cultural de nuestro país a partir de 1990.
¿Rectificarán algún día los sectores progresistas de la ex Concertación y Nueva Mayoría que, además de negar la existencia del neoliberalismo, sostuvieron también que la díada derecha/izquierda había desaparecido, a pesar de tratarse de sectores que siempre se han declarado de centroizquierda, o de centro, y decidiendo elecciones presidenciales y hasta gobernando con partidos de izquierda, incluido el PC?
Si hoy se habla constantemente de “centro”, de “centroderecha” y de “centroizquierda”, como también de “extrema derecha” y “extrema izquierda”, ¿en qué quedamos entonces con la prédica acerca de que no hay ya ni derecha ni izquierda? Más aún, la porfiada díada de izquierda y derecha ha engendrado su propia prole, y lo que tenemos ahora son “derechas” e “izquierdas”.
Lo mejor sería estudiar bien la compleja historia del liberalismo y aceptar que del tronco de esa doctrina han emergido diversas ramas, que son las que explican la existencia de variados liberalismos, incluido por cierto el así llamado “neoliberalismo”, hoy camuflado a veces de “libertarismo”. Es efectivo que para muchos “neoliberalismo” se ha transformado en una mala palabra que se emplea de manera peyorativa, pero ya va siendo hora de registrar la historia y también los pasados y presentes éxitos políticos de esa doctrina.
Ya habrá tiempo para leer y formarse un juicio acerca del libro de Edwards, si bien, por ahora, vale la pena darse cuenta de que, al hablar o escribir de “neoliberalismo”, lo están haciendo sobre algo real y no acerca de nada o solo de algún tipo de invento o de ficción.
¿Pervive aún el neoliberalismo, en cuál de sus versiones y aplicaciones prácticas, y con qué intensidad y extensión? ¿Es similar en este sentido lo que ocurre hoy en Chile y en Argentina? ¿O en Estados Unidos y Alemania?
Entretanto, a leer el libro de Edwards.
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