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Lo que nunca cambia en medicina Opinión

Lo que nunca cambia en medicina

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Juan Carlos Said R.
Por : Juan Carlos Said R. Médico Internista y Magister en Salud Pública Imperial College de Londres
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La empatía es otra cosa que no cambia. Es esencial para la buena medicina. Antes se pensaba que un sólido conocimiento biomédico era suficiente. Sin embargo, hoy sabemos que los médicos que generan menos empatía tienen dificultades para llegar a un buen diagnóstico.


Cansado de que todo en finanzas fuera hablar de lo que pasó hoy y lo que va a pasar la próxima semana, Morgan Housel se propuso explorar lo que nunca cambia en el mundo de la economía y los negocios. Así nace Same as ever (Lo que nunca cambia, en su versión en español). El cambio, sostiene el autor, capta nuestra atención porque es sorprendente y emocionante. No obstante, “los comportamientos que nunca cambian son las lecciones más poderosas de la historia, porque anticipan lo que nos espera en el futuro”.

El autor identifica dentro de lo que no cambia el rol de las expectativas en la felicidad (¡las bajas expectativas!) o cómo los tiempos de bonanza económica, inevitablemente, preceden a las crisis –aun cuando queramos convencernos de que esta vez será distinto–.

En medicina, en tanto, todo parece cambiar constantemente. La innovación de ayer es una reliquia prehistórica en un par de años. ¿Hay entonces cosas que no cambien? ¿Qué fue verdad este año que será verdad el 2025 o el 2050? Aquí van mis apuestas.

La atención primaria es el núcleo principal de un sistema salud. Muchas veces creemos que lo que el país necesita son más gastroenterólogos, cardiólogos o endocrinólogos. Si bien es cierto que necesitamos subespecialistas, también es cierto que la complejidad actual de la medicina hace que cada día los pacientes tengan más de una enfermedad, haciendo inviable un modelo donde la tos la atiende el broncopulmonar, la cefalea el neurólogo y la diarrea el gastroenterólogo.

Un médico familiar puede resolver el 90% de los motivos de consulta de un paciente y permite un uso más eficiente de los recursos. Prioriza las intervenciones más baratas y efectivas: vacunar, diagnóstico precoz del cáncer, educación, etc. Deriva al subespecialista solo cuando es necesario y con los exámenes pertinentes.

De hecho, la atención primaria es tan relevante para un gasto eficiente en salud, que en momentos en que las isapres enfrentan la peor crisis de su historia, una de ellas ha decidido implementar un programa de médicos generalistas como puerta de entrada al sistema de salud.

Otra cosa que probablemente no cambia es que la tecnología no siempre es la solución. A veces nos gusta creer que todo problema tiene una solución tecnológica, pero muchas veces la tecnología es la solución menos conflictiva en la que nos podemos poner de acuerdo.

Por ejemplo, la evidencia es abrumadora en que la medida más efectiva para reducir el consumo de tabaco en un país es aumentar los impuestos a los cigarrillos. Sin embargo, es más probable que un grupo de políticos se ponga de acuerdo en aprobar financiamiento para una aplicación para smartphones que ayuda mínimamente a dejar de fumar a que se pongan de acuerdo en una reforma impositiva.

La aplicación es inefectiva, pero parece dejar a todos mínimamente mejor y a nadie sustantivamente peor. Ese es el secreto de su éxito. Los impuestos, en tanto, son altamente efectivos, pero pierden las tabacaleras, que ven su negocio realmente amenazado, y pierden los políticos que son financiados por estas.

Por último, no toda innovación médica es mejor para la sociedad. Recientemente, la FDA en USA aprobó un medicamento llamado Lecanemab. El fármaco reduce la velocidad del deterioro cognitivo asociado al alzhéimer. Sin embargo, la reducción es tan mínima, que podría no ser clínicamente significativa. Es decir, la familia o el paciente podría ni siquiera notarlo. ¿Su costo? Veinte mil dólares al año.

No llama la atención, entonces, que la autoridad regulatoria en el Reino Unido no lo haya aprobado para ser administrado en el servicio nacional de salud inglés, financiado con impuestos generales. El punto es que, financiar atención de salud a todos, no puede implicar financiar todo. Un exceso de dinero, gastado en un beneficio marginal para un grupo muy acotado de pacientes, termina siendo menos dinero para otras terapias que podrían a un menor costo ayudar a más personas.

Finalmente, la empatía es otra cosa que no cambia. Es esencial para la buena medicina. Antes se pensaba que un sólido conocimiento biomédico era suficiente. Sin embargo, hoy sabemos que los médicos que generan menos empatía tienen dificultades para llegar a un buen diagnóstico, por ejemplo, porque los pacientes tienen miedo de contarles cosas.

La naturaleza de las cosas es el cambio, pero en todo cambio hay algo que permanece y nos permite reconocer que el pasado que se fue se conecta con el futuro que vendrá. No solo en la economía, sino en la medicina también.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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