La renovación del pensamiento socialista requiere precisión conceptual. No basta repetir críticas certeras a la meritocracia neoliberal; necesitamos principios que permitan reconocer justamente las contribuciones sociales mientras mantenemos el horizonte igualitario.
La intensidad del debate sobre el mérito en una segunda renovación socialista ha generado reacciones que revelan una serie de malentendidos fundamentales. Las caracterizaciones fuertes de posiciones teóricas son parte de una cultura de debate robusta y necesaria, no descalificaciones personales como sugiere Carlos Cerpa en su última intervención.
La confusión más problemática es aquella entre mérito y meritocracia. La meritocracia, en el sentido que le dio Young -tan citado por mis contradictores-, es un sistema totalizante que pretende subsumir toda evaluación y recompensa bajo el criterio del mérito individual. Es lo que caracteriza al neoliberalismo actual, donde el acceso diferencial a servicios básicos como educación, salud y previsión se legitima por una supuesta capacidad de pago “merecida”. El mérito, en cambio, puede operar como un principio acotado, en conjunción con otros principios de justicia social.
La pandemia nos ofreció una ventana que ilumina esta distinción. Durante ese período crítico emergió con fuerza la categoría de “trabajos esenciales”: médicos, enfermeras, personal de limpieza, recolectores de basura recibieron no solo reconocimiento simbólico sino un trato diferenciado en términos prácticos. El especulador financiero, en cambio, perdió toda relevancia social. Esta breve experiencia nos mostró que es posible un sistema de reconocimiento que privilegie las contribuciones al bien común -lo que llamo mérito como Leistung- por sobre el éxito individual en el mercado.
Los malentendidos se multiplican cuando mis críticos confunden diferentes ámbitos donde opera el mérito. Mi columna sobre “mérito político” fue parte de una discusión específica sobre requisitos para cargos públicos, distinta del debate sobre desigualdad y privilegios sociales. El mérito no es un principio único y homogéneo: opera de maneras distintas en el deporte, la cultura, el ámbito académico, el nombramiento de jueces, las certificaciones médicas o aeronáuticas. Cada esfera tiene sus propios criterios de evaluación y reconocimiento.
Más aún, mis críticos oscilan entre dos posiciones contradictorias. Por un lado, reconocen implícitamente la importancia del mérito cuando argumentan que las condiciones para su realización no están dadas -posición que comparto plenamente. Por otro lado, sostienen que el propio mérito como principio debe ser excluido de la renovación socialista. Pero entonces, ¿qué alternativa proponen? Sin el mérito como principio, solo nos quedan los privilegios feudales, el premio a las lealtades políticas, las pertenencias de todo tipo. Volvemos a privilegiar el “ser” (origen, clase, conexiones) por sobre el “hacer” (capacidades, contribuciones, esfuerzos).
Esta oscilación les impide ver el potencial crítico del mérito. Cuando las mujeres exigen igual salario por igual trabajo, cuando minorías demandan acceso a posiciones tradicionalmente cerradas, cuando trabajadores reivindican el reconocimiento de sus capacidades, están usando el mérito como principio contra la desigualdad. No es solo un mecanismo de legitimación del orden existente.
La renovación del pensamiento socialista requiere precisión conceptual. No basta repetir críticas certeras a la meritocracia neoliberal; necesitamos principios que permitan reconocer justamente las contribuciones sociales mientras mantenemos el horizonte igualitario. La tarea es reformular el mérito como principio democrático orientado al bien común, sin convertirlo en principio único o totalizante. Solo así superaremos tanto la tiranía del mérito neoliberal como la tentación de un igualitarismo que ignora la necesidad de reconocer contribuciones diferenciales a la sociedad.
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