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A la memoria de Beatriz Sarlo: la primera intelectual del siglo XXI Opinión

A la memoria de Beatriz Sarlo: la primera intelectual del siglo XXI

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Alberto Sato Kotani
Por : Alberto Sato Kotani Académico Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño UDP
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Su vida fue un permanente aguijoneo a la vigilia del pensar, de disentir, así como adherir a sus convicciones con franqueza y sin ambigüedades, pero provista de un envidiable arsenal de saberes. 


A sus 82 años excepcionalmente vividos, Beatriz Sarlo falleció el 17 de diciembre. El hecho sacudió al mundo cultural continental; en efecto, su figura estuvo presente en todo tema que atravesara el pensamiento y la acción en Latinoamérica y el mundo.

Ensayista, periodista, docente, militante –en ocasiones, “intelectual orgánico”, como proponía Antonio Gramsci–, pero ante todo una persona de una integridad intelectual admirable.

El reconocimiento de pares y alumnos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires es transversal y trascendió estas fronteras insulares habiendo obtenido reconocimientos, premios y becas en Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, Brasil, República Dominicana, Chile y Argentina.

Sus aulas se llenaban de alumnos y oyentes atentos a sus clases y a sus agudas observaciones sobre literatura argentina y latinoamericana. Asimismo, integró el equipo editorial de Los Libros, fundada por Héctor Schmucler en 1969; y fue editora de la revista Punto de Vista, con Elías Semán, Ricardo Piglia y Carlos Altamirano (1978-2008), publicación que se constituyó en referente cultural y político, pero tribuna en que, como decía Oliverio Girondo: “No todo era vigilia la de los ojos abiertos”.

Su pensamiento fue efectivamente moderno y rompió con la tradición cultural de la sociedad “escrituraria” –así mencionada por su amigo Ángel Rama–, significando a la cultura popular como matriz de saberes, y con su lectura de la realidad material, concreta y maquinista construyó un discurso de sorprendente integralidad acerca de la creatividad y su significado, por ejemplo, en los inventos de Roberto Arlt, o dejarse seducir sin prejuicios por el buen diseño y la buena arquitectura, quedar estupefacta ante el movimiento febricente de grúas nocturnas operando sin cesar en la construcción de algo que se llamó Brasilia; estremecerse ante la construcción del complejo hidroeléctrico de Urubupungá, sobre el Río Paraná; recorrer el cotidiano urbano en colectivo; acompañar marchas y manifestaciones políticas y sindicales; así como enfrentar al periodismo televisivo y, a sus 24 años, conversar con Roland Barthes con absoluta naturalidad, o acercarse tímidamente a Susan Sontag en un cine de Nueva York.

Estos múltiples abordajes perfilan a una intelectual excepcional que trascendió el siglo XX. Así, Beatriz Sarlo no fue la última intelectual del siglo XX, como muchos afirman con nostalgia: fue la primera del siglo XXI, no por adherir a la IA ni abrazar la fe algorítmica, sino por integrar al ser humano en su compleja condición biológica y mental, en su condición sociopolítica y en su condición subjetiva, como solía decir su padre: “A mí me gusta más la papa que la batata”.

Su vida fue un permanente aguijoneo a la vigilia del pensar, de disentir, así como adherir a sus convicciones con franqueza y sin ambigüedades, pero provista de un envidiable arsenal de saberes.

Visitó Chile con frecuencia, donde participó de algunos encuentros en Puerto de Ideas, dictó conferencias en diversas universidades y fue reconocida con el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso en 2002, otorgado por la Universidad de Talca. Asimismo, Ediciones UDP publicó sus obras Plan de operaciones, Zona Saer y Escritos sobre Roland Barthes.

Así, con motivo de su fallecimiento, docenas de reconocimientos, obituarios y artículos en toda la extensión del continente hoy hacen presente su figura, y quizás hagan innecesarias o redundantes más escrituras, solo que aquí se desea señalar su admirable conexión entre mente y materia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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