Muchas veces los partidos políticos son utilizados como una plataforma, no para representar sus genuinas ideas, sino para alcanzar un cargo de elección popular, siendo este un incentivo perverso que crea llaneros solitarios que solo buscan satisfacer sus nichos electorales.
La reforma al sistema político, presentada por un grupo transversal de senadores, viene finalmente a encauzar un debate que había sido trabado principalmente por la resistencia de algunos partidos: conglomerados que forman parte de la atomización del sistema político, pero que, con tal de mantenerse en el poder, son capaces de mirar hacia el lado, frente a los graves problemas que hoy existen.
Esa atomización de partidos hoy tiene subsumido al Congreso Nacional en una verdadera dictadura de las minorías. En efecto, quienes tienen menos apoyo popular o menos representación parlamentaria terminan poniendo las condiciones y sometiendo a las mayorías.
Estas últimas, además, terminan cediendo espacios de poder o bien entregando prebendas políticas con tal de sumar aquellos partidos pequeños a sus ideas. Por supuesto, se trata de algo alejado de la esencia del sano debate democrático, el que consiste precisamente en que las mayorías hagan valer la fuerza de sus convicciones, que es el reflejo de la voluntad popular, no sin antes dialogar y construir acuerdos en base aquello, sin presiones indebidas.
Muchas veces los partidos políticos son utilizados como una plataforma, no para representar sus genuinas ideas, sino para alcanzar un cargo de elección popular, siendo este un incentivo perverso que crea llaneros solitarios que solo buscan satisfacer sus nichos electorales, polarizando convenientemente el debate, motivados por el bajo umbral de votación para ser electos.
Abstraídos de un bien superior y colectivo, los partidos políticos quedan en una situación incómoda, la que sin duda no solo se resuelve con medidas como la pérdida del escaño, que puede tener otras repercusiones que habrá que analizar, sino con partidos que velen por la fortaleza de los mismos, construyéndose en base a una visión del modelo de sociedad que quieren defender y no por la popularidad de turno, que termina por socavar la democracia representativa que defendemos.
Y es que las democracias representativas solo se fortalecen con partidos fuertes. Es la única manera de encauzar proyectos colectivos que le hablen a la mayoría del país, no a un grupo determinado que quizás los mantenga en el poder conectado a respiración artificial muchos años, pero que solo fomenta el caudillismo y las travesías personales, impidiendo que los gobiernos y el Congreso ejerza sus funciones adecuadamente y logren sacar adelante reformas que le hagan sentido al país.
Un sistema político sano y vigoroso requiere de partidos políticos representativos que permitan llegar a los grandes consensos que requiere el país, avanzando más allá de las legítimas diferencias hacia un desarrollo común que beneficie a todos los chilenos y chilenas.
Qué duda cabe de que seguridad, pensiones, salud o educación, por decir algunas materias, requieren una altura de miras que solo puede garantizar un sistema político robusto que no tenga negativos incentivos que terminen distorsionando la realidad.
No es la primera vez que nuestro sistema político experimenta una crisis profunda, antes fue el sistema parlamentario de facto que imperó intensamente a fines del siglo XIX y comienzos del XX. No repetir esas fatales consecuencias es responsabilidad de todos nosotros.
El diagnóstico ya está hecho. Solo queda hacerles frente a los costos políticos, por la salud y bienestar de nuestra democracia.
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