No es posible construir una comunidad verdadera ni avanzar en compromisos políticos de largo aliento cuando se esparce por doquier el temor en la sociedad. Donde hay miedo se hace muy difícil la libertad, porque miedo y libertad son incompatibles.
En todas las sociedades desde las épocas más antiguas, el miedo ha sido un instrumento de dominación. A través del miedo se convierte a las personas en seres más dóciles y fáciles de extorsionar. El miedo es consustancial a cualquier régimen autoritario. El miedo es esencialmente contradictorio con la convivencia democrática.
En un clima de temor las personas no se atreven a expresar libremente sus opiniones por miedo a la represión. Cuando este impera, las diferencias no se atreven a expresarse. No es posible construir una comunidad verdadera ni avanzar en compromisos políticos de largo aliento cuando se esparce por doquier el temor en la sociedad. Donde hay miedo se hace muy difícil la libertad, porque miedo y libertad son incompatibles. El miedo puede transformar una sociedad entera en una cárcel.
Desde hace mucho tiempo, los sectores conservadores y especialmente la derecha chilena han usado el miedo como el principal instrumento de su acción política. Más que un proyecto político que procure convocar a toda la sociedad chilena, estos sectores han generado climas de miedo. Así ocurrió en el Gobierno de la Unidad Popular con la llamada “campaña del terror”, en la cual fue paradigmático el titular del diario La Segunda que en aquella época señalaba: “Junten rabia, chilenos”.
Posteriormente, en el plebiscito de 1988, se instaló una campaña destinada a sostener que el triunfo del No implicaba el caos en la sociedad y, por tanto, había que generar un clima de miedo frente al término de la dictadura para que la ciudadanía no se expresara libremente. Otro hito importante fue la candidatura del expresidente Ricardo Lagos, puesto que esto implicaba el triunfo de un socialista, lo cual había que impedir generando miedo, respecto de lo que podía ocurrir.
Luego, a raíz del triunfo del segundo Gobierno de la expresidenta Bachelet, se realizó una profusa campaña de terror en contra del Partido Comunista que, por primera vez desde el retorno de la democracia, formaba parte de la coalición de gobierno que se llamó Nueva Mayoría. Posteriormente, en el debate de los textos constitucionales se exacerbó el miedo, impidiendo un intercambio fructífero de ideas que hubiera posibilitado un texto constitucional consensuado.
Miedo y libertad son incompatibles. Donde hay miedo es imposible la verdadera libertad. En el actual contexto nacional e internacional, Chile requiere de grandes acuerdos que fortalezcan la democracia. Es indispensable que se concilien proyectos diferentes. Para ello, los sectores de derecha tienen que abandonar las campañas de miedo.
Tal como lo señalara el expresidente de Estados Unidos Barack Obama en su discurso de despedida: “La democracia puede derrumbarse si cedemos ante el miedo. Solo prosperará en una atmósfera de reconciliación y diálogo. Quien absolutiza su opinión y no escucha a los demás, deja de ser ciudadano”.
Los sectores conservadores y retardatarios, si quieren proponer un proyecto colectivo, deben dejar atrás la política del temor. Deben comprender que sobre la base del miedo no se crea ninguna comunidad, ningún nosotros. Esto es solo posible si generamos confianza de que es necesario, en lugar de miedo, propagar esperanza.
La confianza implica interdependencia de partes. Se refiere básicamente a comportamientos. Se la define como el reconocimiento de derechos y obligaciones que toda expectativa de comportamiento contiene. No puede ser solo una mera aspiración. Es decir, la confianza se proyecta al futuro, implica aceptar cambios. La confianza estimula las transformaciones, en cambio la desconfianza petrifica e impide o dificulta los cambios.
La confianza estimula la esperanza. Al contrario a los sentimientos de angustia y resentimiento que empujan a la gente a adherirse a los populismos de derecha, que estimulan el odio y acarrean pérdida de solidaridad, de cordialidad y de empatía.
La esperanza significa aprender a mirar lejos, poner en marcha el futuro. Supone un movimiento de búsqueda. Es un intento de encontrar rumbo a lo que aún está por nacer, para que no se quede en lo que ha sido, sino en lo que ya es. Procura lo nuevo, lo distinto. Esto no implica partir de cero. Sino que, por el contrario, considera la experiencia como una variable necesaria y distintiva para emprender el camino.
A menudo se destaca el éxito de los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia. En aquella época se logró vencer el miedo y se posibilitó la construcción de una confianza básica para emprender transformaciones necesarias a pesar de los agoreros del temor. Este espíritu, con sus aciertos y errores, fue lo que permitió crear una atmósfera de esperanza. La esperanza no se puede enseñar ni aprender como una virtud. Pero lo que sí es cierto, es que el miedo reprime la esperanza.
Las profundas transformaciones que están ocurriendo en el escenario internacional, cuyo sentido y orientación son todavía impredecibles, plantean un desafío urgente a nuestra sociedad respecto de cómo enfrentarlos en un clima de entendimiento de proyectos distintos con intereses diferentes, pero que requieren su complementación para generar nuevamente confianza que posibilite fortalecer la democracia, impulsando el crecimiento y el desarrollo económico, disminuyendo las nuevas y viejas desigualdades.
Por otra parte, es indispensable recrear las confianzas en el funcionamiento de las instituciones democráticas, severamente dañadas por actos de corrupción que han afectado gravemente a las instituciones. Por ello, resulta imperioso abordar un acuerdo nacional para enfrentar al crimen organizado y la delincuencia que afecta gravemente la convivencia nacional y erosiona la confianza en las instituciones.
La envergadura de estas tareas hace indispensable acuerdos entre los cuales resulta esencial aquel que se oriente al cambio del sistema político, que impida la excesiva fragmentación partidaria y que posibilite la formación de coaliciones para enfrentar e impulsar las transformaciones que el país requiere. Nuevamente, esto supone dejar atrás los miedos para enfrentar con decisión los desafíos del futuro en un clima de entendimiento.
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