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El dilema Milei en la política chilena Opinión

El dilema Milei en la política chilena

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Haroldo Dilla Alfonso
Por : Haroldo Dilla Alfonso Profesor titular, Universidad Arturo Prat.
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Es, sin lugar a dudas, una figura grotesca, teatral, que lo convierte en un atractivo adicional para esta noción de la política como espectáculo, pero no por ello menos peligroso.


En términos de realismo político era razonable creer que, tras los ataques verbales del presidente contra Boric, los ridículos de su ministra del Interior denunciando células de Hezbolá en Iquique o los exabruptos improcedentes de su embajador, el Gobierno argentino iba a recesar sus bufidos prosaicos contra el Gobierno chileno. Pero el realismo político muere en las playas de la ultraderecha que hoy copa el Gobierno de la República Argentina.

Y por ello, súbitamente, sin motivos ni razones, el ministro de Economía ha arremetido contra Gabriel Boric con el aplauso explícito del presidente Milei desde las gradas. Algo insólito en la política internacional contemporánea, pero no absurdo si tenemos en cuenta la naturaleza de la antipolítica que Milei representa y que ha cautivado, al menos por el momento, a la mayoría del electorado argentino.

Milei es parte de un movimiento mundial ultraconservador que cuestiona los cánones de los sistemas democráticos liberales y de los mecanismos redistributivos dentro del capitalismo contemporáneo. A Milei le distingue ser concreción de la extrema derecha de ese espectro extremista –el llamado “anarcocapitalismo”– y, en consecuencia, tanto la radicalidad suicida de su propuesta de “desguace” del Estado como de la vocación totalitaria de su negación social que incluye por igual a feministas, keynesianos, marxistas, universidades, intelectuales “lavadores de cerebros”, “curas villeros”, periodistas y, en fin, “todo el sistema que vive de empobrecer al pueblo para enriquecer a una casta privilegiada”.

Es, sin lugar a dudas, una figura grotesca, teatral, que lo convierte en un atractivo adicional para esta noción de la política como espectáculo, pero no por ello menos peligroso. Milei emerge de una sociedad fragmentada, hastiada de años de corrupción y desastre económico que escenificó el kirchnerismo, pero también de una sociedad que ha sido educada en la tradición populista de caudillos salvadores por encima de las instituciones.

Esta última tradición ofreció oportunidades de inclusión y movilidad social a generaciones completas de argentinos –de ahí el firme arraigo del peronismo en la sociedad política, a pesar de sus múltiples errores– y que Milei aprovecha y desfigura exacerbando la nota neoliberal de la privatización, la individualización del riesgo y el desmantelamiento del Estado, a excepción de aquellas instancias que aseguran el orden público y la acumulación capitalista.

Más allá de sus bufonadas simplonas, de su habilidad manipuladora sobre una sociedad diezmada, Milei no tiene propuestas. Lo que en su discurso aparece como tal son simplicidades ideológicas. Y ello se hará cada vez más evidente según avance el tiempo y la sociedad compruebe que los empobrecedores no son los marxistas ni los “curas villeros” –que en realidad nunca han tenido una oportunidad para demostrarlo en Argentina– sino el zoológico anarcocapitalista. Y es por ello que Milei necesita enemigos, peligros que mostrar y con ello retener sus bases de apoyo.

Ha disparado en todas direcciones –Venezuela, Colombia, Brasil–, pero en algunos casos se trata de situaciones muy distantes o que conviene no mover demasiado, como es el caso del gigante brasilero. Y por ello Chile se ofrece como un caso conveniente.

Chile tiene dimensiones y poblaciones menores que Argentina e históricamente ha existido una relación de amor pero también de odio, cualidad esta última que se puede explotar, tal y como intentó el sórdido embajador argentino cuando recordó en una reunión oficial que los chilenos aún no sabían comer cuando ya Argentina exportaba alimentos al mundo. Luego, posee fronteras compartidas, en algunos lugares con litigios pendientes, y con una pretensión territorial superpuesta respecto a la Antártica.

En términos políticos, Chile se acerca a unas elecciones en que la derecha aparece como opción posible. Y dentro de la derecha, la figura del Partido Republicano, ciertamente distante de los peores arrebatos anarquizantes de Milei, pero coincidente con este en preceptos claves de antiprogresismo básico y visceral, tales como el antifeminismo, la homofobia, la xenofobia y la euforia pueril promercado.

Para Milei, un triunfo electoral de esta derecha –en general de la derecha– sería asumido como un paso más en su conversión en uno de los líderes mundiales de la ultraderecha, meta que el presidente argentino proclama en su incombustible lujuria narcisista.

De ahí, la magistralidad de la sobria y muy profesional respuesta tanto de la Cancillería chilena como del mismo Presidente chileno a la provocación de Milei y de su ministro de Economía. Las asechanzas van a continuar, pues Milei las necesita, y por ello se requiere una máxima ecuanimidad, pero al mismo tiempo hay que observar con cuidado lo que sucede en este país.

Milei va a fracasar, porque una sociedad no se maneja como un casino, pero su popularidad puede mantenerse mientras existan las expectativas ante el “desguace” estatal. Este triunfo propagandístico de Milei será un argumento de la derecha chilena, en particular de su ultraderecha republicana y anarcocapitalista. Su erosión será punto a favor de quienes creen que se necesitan reformas redistributivas y el cultivo de la noción de Bien Común.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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