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Ninguna inquisición me gusta, ¿y a usted? Opinión AgenciaUno

Ninguna inquisición me gusta, ¿y a usted?

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Víctor Maldonado R.
Por : Víctor Maldonado R. Sociólogo. Ex Subsecretario de Desarrollo Regional. Ex secretario nacional DC
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No estamos en tiempos para gozar de los cargos, sino para honrarlos. Y esto implica ponerse al frente, saliendo de la zona de seguridad. Es una buena noticia la llegada de Fernando Chomali al Arzobispado de Santiago.


En los debates valóricos, la verdadera frontera se encuentra entre los que aceptan el diálogo y los que lo evitan. Importa más compartir la misma actitud que la misma opinión. Aquí se juega la calidad de nuestra democracia.

Da la impresión de que hemos tenido una mala entrada al nuevo debate sobre el aborto. En circunstancias que las emociones están a flor de piel, se ha dado el mal paso de descuidar el lenguaje y dejar de distinguir la opinión expresada de la persona que opina. Es una diferencia que un demócrata nunca olvida.

Esto importa mucho porque, bien o mal, hemos entrado al debate y hay que saber conducirlo. El adversario común, sin embargo, no es el que opina distinto, sino el que descalifica a quienes opinan diferente.

Lo que ha encendido la polémica es lo inevitable de su instalación. Puede que en estos días el debate valórico sufra una postergación porque no se puede, al mismo tiempo, buscar la colaboración de la centroderecha para hacer viable la reforma previsional y hostigarla en otro frente. Este error ya se acometió con la agenda de seguridad y el anuncio simultáneo de los indultos, pero no se ha repetido.

Sin embargo, el destino de la reforma de pensiones se resolverá pronto y, por lo mismo que se quiere el acuerdo en este caso, se quiere entrar en polémica en los temas valóricos: ambos están en el programa.

La reacción colectiva en las dos situaciones es muy diferente. Lo más probable es que en el caso previsional el desenlace sea un anticlímax. Se dirá que se ha discutido mucho para haber conseguido muy poco. La respuesta más común será la decepción colectiva, pero esta reacción no es particularmente movilizadora.

Unos respirarán aliviados sabiendo que se ha obtenido todo lo que era posible, otros dirán que el tiempo invertido no se condice con el resultado final. Ambos grupos considerarán que, en lo que se refiere a este Gobierno, el asunto está cerrado y hay que sumergirse en los tiempos de campaña.

La situación es muy distinta cuando se trata de aborto y eutanasia. Es una polémica que nunca amaina y que involucra a personas que, de otro modo, estarían ausentes del debate. Divide profundamente y puede que esta división no concluya con ningún recuento de votos.

El intercambio de consignas es letal

La dignidad de las personas tiene mucho que ver con su capacidad de defender sus convicciones y un oportunista se reconoce porque no tiene convicción alguna que defender. Lo que le importa es el beneficio que obtiene de apoyar una causa.

Para poner más dificultad al asunto, los primeros que suelen tomar la palabra son aquellos que menos tienen que decir, pero gustan de hablar golpeado. Son los amantes de las consignas y, en tiempos electorales, elevar la voz les entrega una audiencia segura.

Todo es simple para los simplistas, pero solo para ellos. Los matices y los puntos de confluencia no les importan en lo más mínimo, porque sacan provecho de la acentuación de las diferencias.

Si dejamos que estos personajes predominen, el verdadero diálogo nunca empezará, porque no se prestará oídos al que piensa distinto y explica su opinión.

Somos una comunidad diversa que tiene que saber sobrevivir con sus diferencias. No porque sea indiferente lo que se resuelva, porque importa mucho, sino porque cada uno de nosotros tiene todo el derecho a vivir exigiendo que se respeten sus convicciones, pero no tenemos ningún derecho a obligar a los demás a que vivan subordinados a las nuestras.

La democracia no tiene ni sometidos ni sometedores y por eso es que no existe una policía del pensamiento, ni se persigue a nadie por sus ideas, ni existe una inquisición de la religión que sea o del ateísmo que sea. Institucionalizamos el respeto mutuo, no el predominio siempre débil de los intransigentes de turno.

Por eso la democracia se fortalece cuando el diálogo se practica manteniendo el respeto a las personas. Nunca se puede descartar el convencer o ser convencidos, pero a lo que siempre hay que aspirar es a comprender al interlocutor.

El 2017 se llegó a un acuerdo mayoritario y aceptable respecto del aborto en tres causales. Si la situación cambió y se cuenta con apoyo para reabrir el debate, se puede hacer sin que por ello suenen las trompetas del apocalipsis.

Es solo que el que convoca a semejante revisión no lo puede hacer de cualquier manera. El respeto a la opinión de todos no es optativo, es la condición de partida. La ministra Orellana, que en otras ocasiones ha mostrado que sabe cuidar las formas, no puede darse recreos en mantener el tono correspondiente a un gran debate en los contenidos, los gestos y el uso del lenguaje.

Hay que saber convivir en una sociedad diversa

En ocasiones como esta se recuerda la frase de Schiller: “La verdad habita en las profundidades” y hay que ir a buscarla. Es una ocupación de valientes, no de gritones ni de sectarios.

Si hay algo a lo que debiéramos temer es a que todo nos empiece a dar exactamente lo mismo, y ya no existan causas por las cuales jugarse a fondo. Los que ponen alma y pensamiento en un diálogo, cuyo resultado les importa más que su tranquilidad personal, tienen más en común de lo que imaginan.

No estamos en tiempos para gozar de los cargos, sino para honrarlos. Y esto implica ponerse al frente, saliendo de la zona de seguridad. Es una buena noticia la llegada de Fernando Chomali al Arzobispado de Santiago. Hace mucho que la Iglesia católica no contaba con una cabeza visible acorde a los desafíos de su tiempo. Lo que tiene de novedoso es lo contrario de aquello que ironiza la ministra Orellana.

La Iglesia católica ya no es predominante en nuestra sociedad, su influencia está en retroceso, los fieles practicantes se reducen y una parte inesperadamente significativa del clero ha sido motivo de escándalo. En este escenario lo que se necesitaba es un líder que baje del pedestal y entre en la vida cotidiana, dialogando con convicción en terreno llano, en presencia y en las redes, entrando en el debate.

Es lo que está haciendo Chomali y eso lo hace un actor indispensable de un diálogo nacional. Orellana lo llamó “príncipe” porque, dijo, es lo que significa la palabra cardenal. Es su significado más mundano.

Es un término que también significa “gozne”, porque permite que la iglesia gire y es un purpurado porque debe estar dispuesto a entregar su sangre por la fe. A muchos esto les merece respeto y, por eso, la ministra deberá encontrar otros motivos para reírse. El que quiere el diálogo cuida a sus interlocutores, no los agrede.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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