Quizás Sebastián Edwards no lo previó de ese modo, pero acaba de sacar la discusión sobre el neoliberalismo fuera de los claustros de izquierda, posicionándola bastante más allá de las fronteras de esta. Con ello, sin duda, abrió un espacio a análisis críticos.
Chile es un país que ha sido considerado sino la cuna, al menos la incubadora del neoliberalismo. Pese a ello, ha sido uno de los lugares en los cuales menos se ha escrito sobre el tema y donde incluso el mero uso de la palabra neoliberalismo desapareció del escenario, cuando menos entre 1985 y 2012. Su uso no es fácil, pues hasta el día de hoy genera hacia a las personas que utilizan el vocablo, reacciones emocionales destempladas, aunadas a riesgos académicos y profesionales no menores.
El haberse involucrado en una polémica tan compleja y llena de escollos, es lo que hace tan interesante el último libro de Sebastián Edwards (El Proyecto Chile. La historia de los Chicago Boys y el futuro del neoliberalismo, Ediciones UDP, 2024). A lo largo de su relato, el autor se sobrepone al contexto anteriormente descrito, desplegando un serio intento de analizar el neoliberalismo como una denominación no necesariamente peyorativa, sino que al contrario, como una entidad digna de un análisis serio, un ejercicio poco frecuente en los analistas de centroderecha. No por ello el libro de Edwards deja de aportar una gota de ironía, mostrando a buena parte de la centroizquierda chilena, aparentemente adversaria mortal del neoliberalismo, como una entidad política en alto grado capturada por el ideario de este.
Ese es un punto que no solo agrupa a radicales o marginales, sino uno que parecen compartir personalidades tan poco sospechosas de sesgo anti-concertacionista como Agustín Squella, quien comentando el libro de Edwards ha sostenido que: “en parte al ser minoría y en parte también por puro gusto o afinidad, algunos socialistas y socialdemócratas terminaron entendiéndose muy bien con las lógicas neoliberales, aunque sin reconocerlo explícitamente, no obstante que se sumaban al coro de los que declaraban que el neoliberalismo no existía, y esto a pesar de las varias y contundentes pruebas en contrario que ofreció la realidad política, económica, social y cultural de nuestro país a partir de 1990”.
Sin duda la adhesión a la hipótesis de la captura neoliberal del concertacionismo por parte de grandes prohombres de la centroizquierda difíciles de asimilar a un hombre de paja al cual resulte fácil castigar, es algo que al parecer desagradó profundamente al exsenador Ignacio Walker, quien ha hecho explícito su desacuerdo con la visión del autor, mostrando sin dobleces que, la discusión sobre el neoliberalismo solo le provoca interés cuando alguien logra saltar el techo de cristal que ha limitado la crítica a los distintos gobiernos progresistas post 1990 y más en particular, al rol que jugó desde el Estado el equipo profesional de Cieplan liderado por Alejandro Foxley y del cual el ex senador es parte hasta la fecha. Es una reacción sin duda entendible, pero expresa una óptica extremadamente inadecuada a la hora de intentar hacer frente a un problema sin duda mayúsculo cual es la deriva neoliberal de un ala de la centroizquierda.
La hipótesis de Edwards que constituye el corazón de su libro, es presentada por el con un ameno estilo, pero no es por ello original. Hace casi una década que, de un modo progresivo, la asociación entre concertacionismo y neoliberalismo ha venido siendo adoptada por un número cada vez mayor de autores chilenos. Quizás un momento fundante de esa perspectiva critica nace cuando Manuel Antonio Garretón se pregunta en 2012 qué tan progresistas o que tan neoliberales han sido las políticas concertacionistas implementadas post 1990, adelantando incluso una propuesta de cuantificación acerca de los porcentajes asociables a cada orientación.
No cabe duda que el animado relato que hace Edwards de los orígenes del neoliberalismo en Chile, así como el análisis del desarrollo de su influencia durante el periodo dictatorial en Chile, es de por si interesante, pero ese relato, si bien entretenido, resulta a decir verdad poco novedoso, puesto que, en lo medular, ya habia sido anteriormente desarrollado con gran calidad por Juan Gabriel Valdés en Pinochet’s Economists: The Chicago School of Economics in Chile (Cambridge University Press, 1995), un spin off de la destacada tesis de PhD, en Princeton, del hoy embajador Valdés, cuya versión en español ha sido publicada recientemente en Chile por el FCE (2020).
Para Edwards el neoliberalismo constituye un área de análisis extremadamente interesante, al punto que ha ameritado el despliegue de un serio esfuerzo intelectual de su parte, a la vez que un cierto reencuentro del autor con sus raíces, a partir de un elemento de la vida nacional , el neoliberalismo, el cual en distintas latitudes es visto como indiscernible de la identidad de nuestro país, y que, como el ministro Mario Marcel enfatizó en el lanzamiento en la UDP, está imbricado con elementos de la cultura nacional cuya presencia antecede en mucho a la llegada de las ideas neoliberales a Chile.
Pese a ello, para muchos compatriotas el tema es en sí mismo un tema tabú. En su critica a Edwards, Ignacio Walker afirma que el neoliberalismo es tan solo una “palabreja”, análoga a otra igual de desagradable: “capitalismo”. El primer aserto de Walker es entendible, tanto en la derecha como en los bordes más derechistas del centro político: Usar la expresión neoliberalismo es como observar una bandera de guerra del enemigo avanzando hacia tus posiciones, una suerte de invitación a abrir el fuego en su contra con toda la artillería disponible.
Esa reacción, pese a ser esperable, posee un fuerte sello emocional. Que Ignacio Walker no solo denomine como una “palabreja” al vocablo “neoliberalismo” sino también al “capitalismo”, sin duda podría hacer que grandes historiadores como Toynbee, Braudel o Polanyi se revolcaran en sus tumbas de asombro y desagrado, pero él no parece entender que el término capitalismo es parte de un acervo cultural propio de la historia como ciencia, lo cual hace posible que desde cualquier lado del espectro político, mencionar su mención no genere el riesgo de arrojar la discusión en los subterráneos del ideologismo estéril y la herejía vulgar.
La repulsa al uso de lo que Walker denomina palabrejas introduce en el análisis un estado de ánimo contrario al enfoque respetuoso que autores como Sebastián Edwards o Daniel Mansuy, por nombrar solo un par de autores relevantes con publicaciones recientes, han logrado introducir a contrapelo, en la discusión política malhumorada y palurda que predomina en nuestro país.
Pese a ello, en su crítica a Edwards Walker acierta en dos aspectos, por mucho que sea a su pesar: capitalismo y neoliberalismo distan de ser sinónimos, siendo del todo posible la presencia de múltiples formas de capitalismo no neoliberal. Al entenderse aquello, se facilita la comprensión del hecho que, intentar superar el neoliberalismo y el capitalismo cual si fueran una sola entidad, equivale a carecer del todo de una compresión adecuada de ambos elementos.
El mundo es un lugar muy confuso, siempre lo ha sido, pero hoy las tintas se ven más cargadas que de costumbre; quizás por ello en las últimas décadas, a la hora de analizar las sociedades actuales se han popularizado múltiples metodologías y conceptos, que se separan de los “trending topics” del siglo XX. Destacan entre ellas diversos tipos de neomarxismo, nuevas versiones de la teoría weberiana de las elites y clases sociales, nuevas versiones del estructuralismo, un revival de la economía neoclásica-marginalista de la mano de las nuevas matemáticas, nuevos desarrollos de la teoría de las representaciones sociales, una actualización del institucionalismo viejo y nuevo y por último la emergencia de la economía evolutiva.
Muchas de estas teorías, como generalmente ocurre a consecuencia del inexorable y difícilmente predecible transcurrir de la historia y de sus sorprendentes eventos, a muy poco andar, han terminado por perder su atractivo. Sin embargo, esa “depreciación acelerada” de las diferentes teorías no parece aplicarse al neoliberalismo, el cual, tras al menos un siglo de existencia, lleva ya casi medio siglo siendo un eje central en materia de crítica política de fenómenos tales como el desarrollo económico, la globalización y la desregulación.
El neoliberalismo ha inspirado numerosos estudios de carácter social, económico, cultural y político, sin indicios de perder relevancia en el futuro cercano. Cuando Sebastián Edwards lo da por muerto a partir de eventos que sin duda perderán relevancia con el correr de los años comete un error de proporciones y, al igual que Ignacio Walker, rebaja con ello la potencia de su contribución, situando su análisis dentro de los límites estrechos de discusiones políticas localistas bastante menores y opacas. Quizás sea útil discursivamente declarar muerto a un adversario, a la espera que el lenguaje genere realidad, pero se corre con ello el riesgo de que de pronto los muertos reaparezcan gozando de buena salud.
El neoliberalismo ni ha muerto ni es una palabreja, es un concepto poderoso. En las últimas décadas ha sido empleado en innumerables estudios como herramienta analítica o para explorar las complejas historias del pensamiento y la acción, vinculados a la evolución tanto de la economía global como de las economías y sociedades locales. Si bien ha sido utilizado en ocasiones como una suerte de insulto emitido por autores de izquierda poco ilustrada, es desde el ala ilustrada de la misma desde donde han provenido el grueso de los reconocimientos de su relevancia conceptual y por ende de la necesidad de abordar seriamente las propuestas y supuestos que le han dado forma.
Según Pierre Bourdieu “el neoliberalismo …tal como el marxismo en otro tiempo, con el cual tiene bastantes puntos comunes bajo el mismo aspecto… posee una utopía que suscita una formidable creencia, la fe en el libre comercio… (promoviendo) el desmonte de barreras administrativas o políticas que puedan molestar a los detentadores del capital en la persecución puramente individual de la maximización de la ganancia individual, institucionalizada como modelo de racionalidad. Por esa razón desean bancos centrales independientes, que predican la subordinación de los Estados nacionales a las exigencias de la libertad económica para los dueños de la economía, acompañada de la supresión de todas las reglamentaciones sobre los mercados, comenzando por: a) el mercado de trabajo; b) la prohibición de incurrir en los déficits y en la inflación; c) la privatización generalizada de los servicios públicos; y d) la reducción delos gastos públicos y sociales”.
Según el geógrafo marxista heterodoxo David Harvey, el neoliberalismo representa una agenda liderada por poderosas élites globales en respuesta a los fracasos percibidos del keynesianismo y a los movimientos sociales de posguerra, de tal modo que el neoliberalismo puede ser considerado como una propuesta de economía política relacionada con la expansión de los mercados, la reestructuración del gobierno como actor empresarial y la imposición a estos de disciplina fiscal. Para otros autores, como Alfredo Saad-Filho y Deborah Johnston, el neoliberalismo no debiera ser analizado por la izquierda como un proyecto único y cerrado, sino que más bien debiera utilizarse como un descriptor amplio que refleja las transformaciones acaecidas dentro del capitalismo desde los años ’70, estimando que este no sólo ha evolucionado hasta convertirse en la ideología global dominante de los Estados-nación, sino que ha permeado y transformado instituciones internacionales, organizaciones no gubernamentales, e incluso las raíces de la sociedad y la cultura cotidiana. Quizás por ello el connotado sociólogo neo-marxista y director de la New Left Review, Perry Anderson, ha descrito al neoliberalismo algo así como la ideología más exitosa de la historia.
En nuestro continente en cambio se habla mucho de neoliberalismo pero se escribe muy poco sobre él. La mayoría de los autores de la región se limitan a usar el concepto a modo de herramienta de denuncia política, pero ni el activismo maniqueo ni el utilitarismo argumentativo de quienes por razones de política menor no desean que se les denomine de ese modo, han logrado erosionar la relevancia de la cosmovisión neoliberal, más aun cuando cabe recordar que el rechazo visceral de muchos políticos y académicos a ser encasillados como neoliberales radica en el desprestigio a nivel global de la experiencia neoliberal chilena de los años setenta, pues si el neoliberalismo solo se vinculase comunicacionalmente solo a las políticas Thatcherianas o Reaganianas, sin duda gozaría de bastante prestigio y no les parecería tan ofensivo que se les denominara de ese modo.
Sebastián Edwards logra en múltiples momentos de su obra penetrar profundamente en la discusión en torno a la relevancia crucial del neoliberalismo para entender el mundo del siglo XXI, sin embargo, Ignacio Walker, no logra hacerlo, pues parte su crítica confrontado la matizada dedición de Edwards identificando al neoliberalismo como un “reduccionismo economicista de mercado”, una afirmación de una laxitud enorme, lo cual le quita tanto valor descriptivo como explicativo y que intenta partir desde cero una discusión que posee más de un siglo de duración, haciendo tabla rasa de la enorme amplitud de las definiciones utilizadas para caracterizar el neoliberalismo en el mundo político y sobre todo en el académico.
Solo el reconocimiento de la relevancia del neoliberalismo real, permite entender la evolución el mundo post guerra fría, la declinación del keynesianismo, la crisis de los estados de bienestar, la desaparición del comunismo y la erosión de la democracia liderada por sus enemigos de derecha y no de los a su izquierda.
Obviar todo aquello, sosteniendo que el neoliberalismo no existe, que se está derrumbando por sí solo, o que esa palabreja no debiera ser pronunciada pues se trata de un insulto intolerable, si bien hace fácil defender posiciones partidarias o académicas sin demasiado esfuerzo intelectual, hace imposible entender el mundo y por ende modificar en el siquiera aquellas pequeñas cosas que claman por reformas. Y qué decir de las grandes.
Quizás Sebastián Edwards no lo previó de ese modo, pero acaba de sacar la discusión sobre el neoliberalismo fuera de los claustros de izquierda, posicionándola bastante más allá de las fronteras de esta. Con ello, sin duda, abrió un espacio a análisis críticos que de otro modo habrían estado condenados al silencio, luego, independiente de sus debilidades y contradicciones, el país debiera agradecer sinceramente su esfuerzo.
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