¿Se trata de una crítica a la Iglesia? No. ¿Al cristianismo? Tampoco. Todo lo contrario: en esta exposición el cristianismo se juega su razón de ser. Laferte hace que las últimas de las mujeres se identifiquen con Crista, porque Cristo se identificó con ellas.
He asistido a la exposición pictórica –es poco decir pictórica, tampoco musical– de Mon Laferte en Matucana 100.
No recuerdo el título de la obra. Le pongo el mío: “La culpa de las inocentes”. ¿O “la redención de las inocentes”?
Me concentro en la interpretación de la pasión de Cristo. En nuestro medio la sala del Via crucis de este centro cultural tiene un solo rival: la vida de Cristo de Claudio di Girolamo.
¿Cómo interpretarla? Me atengo a lo fundamental. Para interpretaciones más finas de cada uno de los cuadros necesitaría más elementos de juicio.
La clave hermenéutica de la pasión de Crista, sí, Crista, es el sufrimiento masivo de mujeres inocentes que han interiorizado una culpa que no es su culpa. Se trata de mujeres a las cuales los instrumentos electrónicos les han permitido llorar en público. ¿Por cuántas generaciones no han podido hacerlo? ¿Saben las mujeres qué es ser mujer?
Laferte habla por ellas. Mientras sus voces no sean oídas por ellas mismas, su infinito dolor les será incomprensible. Se trata de desgarros de seres ínfimos, que a ellas y a cualquiera que abra el alma a lo que allí acontece, tendrán que considerarse llagas eternas.
La sala cuenta con 14 estaciones del Via crucis y un enorme retablo al fondo. Considerada en su conjunto, la sala es una capilla. Veo a una pareja hincada en un reclinatorio rezando, parece, tal vez, como sí lo hacen dos hombres andrajosos en figuras de cartón que, al igual que los santos de altar, juntan sus manos y se encomiendan al santo principal. Este, en esta capilla, es la Crista del caño que asciende a los cielos resucitada.
¡Hay salvación para las mujeres y para quienes se identifiquen con las mujeres despreciadas, insignificadas, proscritas, condenadas por microtráfico, usadas y descartadas, mujeres que casi no se saben a sí mismas, que necesitan de una evangelista que cuente su historia! La Crista es una mujer sexualizada para ser sexualmente explotada.
Este cura mira ajeno por completo. ¿Es que alguien entiende algo?
Nadie hable nunca más de Cristo sin conocer a Crista. No se diga palabra sobre el aborto sin conocer la pena de las inocentes. Se trata de mujeres víctimas de sus familias, de sus padres y madres, de sus abuelos; de la lascivia; individuas reducidas a sus órganos sexuales; de hermanas nuestras, hijas de nuestro Padre, diría Jesús, pero de un Padre ausente.
El Padre no aparece por ninguna parte; porque Crista, como el Jesús de san Juan, resucita solo. Las mujeres redimen a las mujeres. ¿Autopoiesis? “Hacerse a sí mismo”, es el concepto que Laferte toma de Maturana y Varela para explicar su obra.
¿Cur Deus homo? Se preguntaba san Anselmo en el siglo XI. ¿Por qué Dios se hizo hombre? Respondía el benedictino: para reparar el universo herido por los pecados de la humanidad. Anselmo y Laferte se dan la mano. Pero el teólogo vio en Cristo el perdón de los pecados; y Laferte clama compasión para quienes han sido reducidas a la culpa de existir. La pregunta hoy es: ¿Cur Deus femina?
Dirán los padres de la Iglesia del primer milenio: “Lo que no es asumido no será salvado”. Decimos hoy, si Cristo no es Crista, las mujeres no tienen salvación. Y si las mujeres no la tienen, nadie la tiene.
¿Se trata de una crítica a la Iglesia? No. ¿Al cristianismo? Tampoco. Todo lo contrario: en esta exposición el cristianismo se juega su razón de ser. Laferte hace que las últimas de las mujeres se identifiquen con Crista, porque Cristo se identificó con ellas.
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