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En el último tramo se define la carrera Opinión Sebastián Beltrán/AgenciaUno

En el último tramo se define la carrera

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Víctor Maldonado R.
Por : Víctor Maldonado R. Sociólogo. Ex Subsecretario de Desarrollo Regional. Ex secretario nacional DC
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Mantener un Gobierno requiere equilibrar diferencias internas en su base política de apoyo. Es lo que permite sostenerse en el tiempo que dura la gestión. En los periodos electorales las divisiones se agudizan. No solamente se dividen los conglomerados, también los partidos.


El Gobierno ya puede vislumbrar su término y debe decidir qué podrá mostrar como logro en el tiempo que le resta. Su agenda legislativa es abultada, pero pueden distinguirse los proyectos presentados para ser aprobados, los presentados para ser debatidos, los que no tienen viabilidad y los que seguirán concursando.

Entre los proyectos que pueden ser aprobados destacan la reforma previsional y los avances que se puedan registrar en seguridad.

En la reforma previsional el Gobierno se juega la vida. Las alternativas son polares: se suma a la lista de administraciones que fracasaron en el intento o aprueba un proyecto que no será de su gusto, pero que incluye mejoras para los jubilados.

Ningún otro asunto se le compara. Si fracasa, se deberá a las divisiones de su coalición y entrará a la campaña presidencial profundamente fracturado y sin haber conseguido nada. Si triunfa, el oficialismo lo hará con el apoyo de la centroderecha y aceptando zanjar diferencias internas de opinión que inmovilizaron su gestión.

Las buenas noticias incluyen el área en que La Moneda habrá dejado su legado institucional más duradero: seguridad, donde las barreras a los acuerdos pueden ser superadas. Se explica por un meritorio entendimiento entre Carolina Tohá y Juan Antonio Coloma, para personalizarlo en dos figuras representativas.

Se habría encontrado un funcionamiento aceptable justo cuando al Gobierno le queda poco para que deje de funcionar, lo que no quita que se haya conseguido.

Lo que habrá logrado el milagro de una confluencia transversal, con oposiciones internas de lado y lado, es el hecho simple de que presentarse ante los electores con las manos vacías y cientos de horas dedicadas a un debate inútil es un lujo que nadie se puede permitir. El que crea que la capacidad de indignación ha desaparecido, se llevará una desagradable sorpresa.

La evaluación ciudadana sobre la acción del Gobierno ante un problema mayúsculo y de larga data es una cosa, pero los avances legislativos para enfrentar mejor al crimen organizado también son una realidad de impacto lento, pero perdurable.

Las iniciativas legales que entran recién en operación en el Gobierno siguiente serán también posiblemente aprobadas, pero serán pequeños avances de continuidad.

Con el agua al cuello, cualquiera se vuelve razonable

Lo que permite la aprobación de la reforma previsional es lo mismo que impide que estos consensos se construyan en otros sectores, solo que opera al revés. El segundo grupo más significativo de proyectos de ley tienen por función ser presentados y votados a sabiendas de que las posiciones oficialistas serán derrotadas. Ambos bandos quieren diferenciarse hablándoles a sus electores.

No es que la defensa de iniciativas como las de aborto y eutanasia carezcan de argumentos. Se parte de la base de que no tienen los votos para ser aprobadas.

En temas como estos no hay victorias y derrotas permanentes. No se tratará de un final, sino de un “continuará”. La historia se contará distinta según la manera en que se presenten los argumentos y de la capacidad que se tenga, de lado y lado, de entrar en un debate en profundidad.

Las diferencias mayores no están entre quienes tienen distintas opiniones valóricas, se establece más bien entre quienes aceptan un diálogo respetuoso y quienes se creen poseedores de una verdad que admite prédicas, pero no diálogos.

Hay que sacar de la contabilidad a los repetidores de consignas. Del debate que viene, serán los primeros en ser olvidados.

Las fuerzas más conservadoras consiguen sus propósitos cuando sacan los temas que las incomodan de la agenda nacional. Cuando esta barrera se despeja, puede que al principio no ocurra, pero lo que sale a la luz es una puesta al día con el acelerado cambio cultural que experimentamos. Una sociedad como la nuestra ha de poder mirarse y reconocerse en sus instituciones.

El problema mayor está al lado, no al frente

Este es el límite con el que toparemos. Hasta aquí llegan los proyectos que tienen presentación y finalidad conocida. En ellos se podrá ganar o perder, pero serán resueltos de algún modo. Los demás serán detenidos en el proceso legislativo.

Todas aquellas iniciativas que tocan fuertes intereses económicos no tienen ninguna posibilidad de ser aprobadas, ya sea que se refieran a la pesca, los derechos de agua, la mayor fiscalización a los agentes económicos y otros por el estilo.

Muchos otros proyectos no serán detenidos por mala voluntad, sino por la naturaleza de su discusión en distintas etapas de su trámite que no alcanza a concluir en la presidencia de Boric. Su aceleración es prácticamente imposible en tiempos normales, mucho menos en periodos electorales.

En Chile, cuando hablamos de una tramitación corta, en el caso de proyectos de ley simple, ellos suelen tener un procesamiento que dura entre seis meses y un año, mientras que los proyectos de mayor envergadura se demoran tres años o más.

En el Parlamento estaremos viendo las mismas caras, pero no las mismas conductas. En tiempo de campaña política, quienes van a la reelección tienen como prioridad el impacto que tienen sus decisiones en los electores.

En los periodos electorales las divisiones se agudizan. No solamente se dividen los conglomerados, también los partidos y las disputas no conocen fronteras. La constitución de mayorías se hace más difícil, porque la fragmentación llegará a extremos que agregan dificultades al complejo proceso de constitución de mayorías.

Mantener un Gobierno requiere equilibrar diferencias internas en su base política de apoyo. Es lo que permite sostenerse en el tiempo que dura la gestión. Pero cuando el tiempo se acaba y hay que mostrar resultados, mantener un permanente empate entre tendencias solo se traduce en esterilidad de la acción.

De observar la trayectoria más probable de lo que queda de la administración Boric, se extrae una moraleja sorprendente: todo empezó a funcionar mejor cuando los liderazgos de las coaliciones decidieron enfrentar las diferencias con sus propias minorías. Las resistencias han estado al lado, la colaboración se encontró al frente cuando los constructores de acuerdos se atrevieron a dar el paso.

Un factor que incide es que el peso específico del Presidente de la República está siendo mayor que el de sus seguidores.

Gabriel Boric puede ahora dirimir por sobre la pretensión de mantener un supuesto equilibrio entre sus divididos partidarios sobre la base cierta de que seguirá teniendo el control, tanto porque nadie se le opondrá directamente, como porque puede mantener una mayoría estable que le permite concluir su periodo mostrando logros.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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