¿Qué posición tomaremos nosotros frente a esa disputa? ¿Podemos tener alguna voz, o solo seremos espectadores pasivos? ¿Lograremos aprovechar de subirnos, aunque sea un poco, a la gran ola de transformaciones que viene, y prepararnos para evitar sus zonas más oscuras y peligrosas?
Cuando a mediados del año pasado, en plena campaña, los principales billonarios de Silicon Valley aparecieron apoyando a Trump, la sorpresa de los mercados y analistas políticos fue total, pues antes de ello casi todos los tech bros habían apoyado activamente las vanguardias progresistas y a los demócratas.
¿Qué fue lo que cambió?
Mucho se ha especulado al respecto. ¿Fueron los demócratas los que traicionaron a sus partidarios o fue al revés? Por cierto, los graves problemas de corrupción, libertad de expresión, descontrol del gasto y la deuda pública y el involucramiento en guerras externas, fueron creando un ambiente y pueden haber influido, pero el verdadero motivo parece ser otro: la carrera por el dominio de la inteligencia artificial (IA).
Unos pocos hitos han cambiado radicalmente el rumbo del futuro en la historia humana: la rueda, el fuego, la escritura, la máquina a vapor, entre otros y, mirado desde la lógica del poder, siempre resulta que el gestor de ese cambio se queda con la mejor parte.
¿Cuán distinto sería el mundo y nuestras propias vidas si la bomba atómica la hubiesen terminado de desarrollar, solo meses antes, los alemanes? ¿Qué hubiese sido de nosotros si la conquista de América hubiera sido hecha por los árabes de Granada, los chinos de la dinastía Ming o los turcos otomanos, en lugar de los españoles?
En esos momentos especialmente críticos, la diferencia entre llegar primero y llegar segundo es absoluta.
Muchos dicen que la IA transformará nuestras vidas más que la escritura o internet y todo sucederá en pocos años. Sea cierto o no, el asunto es demasiado serio. Y quienes están en la carrera no esperarán a saber quién tenía la razón ni en qué medida.
El desarrollo de la IA requiere fastuosas cantidades de recursos económicos, materiales ultrasofisticados (chips de avanzada tecnología, etc.), acceso liberado a su principal materia prima (datos) y, ciertamente, facilidades regulatorias.
Es una carrera corta y ciega, donde pocos jugadores podrán competir y donde toda ventaja cuenta.
Y un detalle muy importante: a diferencia de los inicios de la era de internet, que tendían a la atomización del poder, y que permitían a cualquier adolescente freak crear una app exitosa y venderla en millones de dólares en poco tiempo, la IA funciona en forma ultraconcentrada y ultracentralizada. Pocos actores, pero colosales, y solo sobrevivirán quienes alcancen prontamente posiciones hegemónicas.
Nadie debiera decir que el asunto lo pilló por sorpresa.
En 2017, por ejemplo, Vladimir Putin se sumaba al carro de lo que cientos de analistas y líderes mundiales venían diciendo: “Quien lidere el IA dominará el mundo”. Por lo mismo, en 2019, Donald Trump dictó una serie de órdenes ejecutivas para “conservar el liderazgo en IA”, ya que era “de prioritaria importancia para la seguridad económica y física de Estados Unidos”.
Marc Andreessen es uno de los tech bros más conocidos y respetados. Como muchos, por décadas apoyó a los demócratas y su agenda. Hace pocas semanas desclasificó el momento en que junto con varios tech bros cambió de posición: a principios del año pasado, hubo una reunión con los altos mandos de la administración de Joe Biden, para hablar temas críticos para el futuro de las nuevas tecnologías. Al respecto, dijo lo siguiente, en una entrevista:
–Fue la reunión más preocupante y perturbadora de toda mi vida. Ellos nos hablaban de sus planes, que consistían en intensificar el control gubernamental, y avanzar hacia la regulación total. Detallados procesos y permisos, autorización para todo. Ni siquiera se dejaba espacio para startups y los capitales de riesgo.
–Wow. ¿Y qué se hace luego de salir de una reunión así? –le preguntó Joe Rogan, su entrevistador.
–Simplemente, apoyas a Trump –respondió Marc Andreessen.
El desarrollo de la IA es un asunto de todo o nada. Biden/Kamala dejaron de darles garantías. Todo lo demás fue secundario. En una guerra, las acciones más audaces y desesperadas se toman cuando quien cree tener una ventaja siente que puede perderla.
El desarrollo de la IA es mucho más que una disputa entre empresas. Es una carrera que afectará a todos los niveles productivos y organizacionales, cuyo premio final será –según muchos– la hegemonía política y económica mundial.
Nadie desconoce que estas inmensas fuentes de poder implican riesgos gravísimos, incluso para la vida misma. Es obvio que, como toda industria, requiere regulación y control.
Pero nada va a frenarla.
Después de las restricciones regulatorias que les impidieron participar de los primeros desarrollos de internet, China ha adoptado una postura pragmática y en esta vuelta jugará sin escrúpulos. Europa, con todas sus infinitas regulaciones (protección de datos, etc.), está fuera de juego y no será un actor relevante en este gran rebaraje mundial de las estructuras de poder.
Nadie sabe realmente qué cara tendrá el futuro. Pero si todo o parte de este diagnóstico fuera acertado, la pregunta es una sola: ¿quién prefieres que gane la carrera, China o Estados Unidos?
¿Qué posición tomaremos nosotros frente a esa disputa? ¿Podemos tener alguna voz, o solo seremos espectadores pasivos? ¿Lograremos aprovechar de subirnos, aunque sea un poco, a la gran ola de transformaciones que viene, y prepararnos para evitar sus zonas más oscuras y peligrosas?
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