Chile tiene objetivos de largo plazo que como nación debe cautelar, me refiero a los objetivos de la política exterior y la política de defensa, para empezar, construirlos y explicitarlos.
El primer cuarto del siglo XXI evidencia cotidianamente una competencia creciente por un nuevo orden mundial.
En efecto, en el siglo XX asistimos al fin de los grandes imperios coloniales, especialmente los europeos, que dominaban la política mundial. La Primera y la Segunda Guerras Mundiales en realidad son un solo proceso que tuvo como desencadenante la propia competencia entre los europeos, unida a la emergencia de nuevas potencias: Alemania, Japón y EE.UU.
El desenlace lo conocemos. En 1945, con Berlín ocupado y luego un Japón avasallado nuclearmente, emergió un nuevo orden y se instaló un nuevo equilibrio entre dos superpotencias: la entonces URSS y EE.UU. Como sabemos, ese nuevo orden mundial estuvo caracterizado por un enfrentamiento ideológico, por modelos económicos (capitalismo por un lado y economías centralmente planificadas por otro). Se instaló la llamada Guerra Fría, que, si bien dividió al planeta, tuvo una cualidad: le dio estabilidad.
No se trataba de que no hubiera conflictos, los hubo: la guerra civil en Corea en los 50, las guerras de Indochina a lo largo de los 60 y los 70, entre otras, pero existían líneas rojas que ambas potencias no traspasaron: nunca se enfrentaron directamente (solo apoyando a sus respectivos aliados) y solamente utilizaron armamento convencional (no nuclear).
Ese orden surgido de la Segunda Guerra Mundial se terminó en 1989, con la caída del Muro de Berlín, la disolución de la URSS y de su alianza militar: el Pacto de Varsovia. Se abrió una nueva época, con supremacía de la economía de mercado a nivel global y una clara hegemonía de parte de EE.UU., que se basaba en su poder militar y en su economía. Junto a ello, se abrió paso una sustancial revolución científico-técnica: la digitalización, la informática y las redes sociales son parte de ese proceso.
Pero desde 1989 en adelante han sucedido otros eventos. Surgieron poderosas economías en el mundo asiático, al lado de Japón emergió sobre todo China, pero también la India, Corea del Sur y otros que desplazan el centro de gravedad desde el Atlántico hacia el Pacífico. Por otro lado, la Federación Rusa se recupera progresivamente, habiendo logrado conservar su poderío nuclear y su industria militar. Por cierto, también surgen nuevas potencias regionales, que junto con usar su poder blando no dudan en usar su poder estratégico: Israel, Irán, Turquía, por nombrar algunas.
En suma, estamos entrando a una era de desorden global donde coexisten varias potencias, de diferentes calibres, y que a la fecha no han logrado estructurar un nuevo orden. No es algo nuevo, la humanidad ha transitado por muchos y prolongados períodos de desorden. La pregunta es cuánto durará, qué dirección tomará y, desde nuestro ámbito, qué implicancias acarreará para Chile.
La historia reciente de Chile tiene una coincidencia con la historia mundial: 1989 fue un año parteaguas, en el mundo se acabó la Guerra Fría y en Chile retornábamos a la democracia.
En los años 90 los chilenos tuvimos importantes aciertos, especialmente en materia de una política exterior que captó muy bien el nuevo ciclo económico y político que se abría en esos años. El lema fue que Chile necesitaba “reinsertarse en el mundo” y, para ello, era preciso abrir las ventanas a los nuevos tiempos, por lo cual apostamos con audacia a una reinserción que combinó apertura económica y también apertura cultural y política.
Se armonizaba de esa forma el modelo económico aperturista con la oferta de un país pequeño pero ordenado, institucionalizado, respetuoso del derecho y de la convivencia pacífica entre las naciones. Ayudaron una enormidad el boom de las materias primas y la modernización de nuestra infraestructura, que contribuyó a nuestro modelo exportador.
En este nuevo ciclo que se abre, ¿cómo nos afectará el fin de una globalización económica? En otras palabras, ¿podremos conservar una saludable equidistancia de los conflictos globales, especialmente entre China y Estados Unidos?
Si la competencia se queda en materia comercial, pareciera no haber problema. China es nuestro principal socio comercial, pues le exportamos cerca de 40 mil millones de dólares anualmente, principalmente productos minerales y agrícolas. En materia de inversión la competencia de los dos grandes empieza a endurecerse, especialmente cuando se trata de temas como el cableado submarino o la industria satelital, si nos vamos de la mano con Huawei o con Microsoft, gran tema respecto al cual poco se escucha en nuestro debate nacional.
Como es comprensible, sería difícil que Chile –como cualquier país– mantuviera relaciones estratégicas con ambas potencias a la vez.
Escribo esto en vísperas de la asunción de la administración Trump, una variable clave para los nuevos tiempos y los temas en comento. La próxima administración ha sido clara en sus propósitos: recuperar el poderío americano, empezando por casa, y recuperar la industria americana castigada por la competencia asiática, para lo cual anuncia subir aranceles.
Los llamados “blancos pobres” ven con esperanza esta promesa de protección económica y social unida a nacionalismo, una especie de “peronismo estadounidense”. Ojo que en el trumpismo también coexisten otras tendencias más tecnocráticas, como lo refleja Elon Musk, cuya cercanía con la futura Casa Blanca es innegable.
La promesa trumpista MAGA (hacer grande nuevamente a EE.UU.) tiene importantes capítulos geopolíticos: controlar las rutas interoceánicas (las actuales y las futuras), lo que explicaría su oferta de construir una sola nación con Canadá y comprar Groenlandia, junto a su preocupación por el canal de Panamá. El fin del subsidio militar pareciera ser otro capítulo y eso va al corazón de la parte europea de la OTAN, que está obligando a un rearme del Viejo Continente.
Sin lugar a dudas que la emergencia de la administración Trump va a impactar profundamente el tablero internacional. Empezando por la guerra en Ucrania. Un alto al fuego se avizora, lo que no debe entenderse necesariamente como una paz estable y duradera. Recordemos que Corea aún mantiene un armisticio desde los años 50 del siglo pasado. Digamos, de paso, que un alto al fuego en las estepas ayudaría a estabilizar los mercados de cereales, de gas y de petróleo en el planeta, lo que no es indiferente para países como el nuestro.
Estamos en una etapa que obliga a una mirada de largo aliento, en eso hay consenso, pero ello obliga a analizar por qué no estamos poniendo nuestros radares en ello. En mi personal opinión, tenemos varios pendientes. Veamos algunos.
En primer lugar, una reflexión nacional respecto de cuál es el modelo de desarrollo que más nos conviene seguir en las concretas circunstancias que estamos viviendo. ¿Optar por una asociación privilegiada con alguna potencia? ¿Apostar a una gobernanza económica y política multilateral? Gran tema.
Requerimos superar el inmediatismo de nuestro debate (a ratos muy coyuntural, polarizado e incluso farandulizado), lo que implica mirar adelante, pero aprendiendo de nuestro pasado. Y allí seguimos siendo un país que no tiene consenso respecto a nuestra historia reciente. Para algunos, 1973 marca un quiebre de la democracia y, para otros, el inicio de la salvación. Quizás hoy sea difícil construir un consenso sobre el pasado, pero es indispensable construir uno respecto al futuro que queremos.
No solo es un tema económico, tiene un importante capítulo en materia de política exterior. La estrategia de inserción en el mundo se agotó, porque ya estamos insertos y además porque el mundo está cambiando. Frente a ello solo una reflexión: cualquiera sea la opción que adoptemos y por la cual trabajemos en los años venideros, requiere ordenar nuestra casa y también ayudar a ordenar nuestra región. Las razones son obvias.
Por cierto, un elemento no menor es que necesitamos elevar nuestro debate y, para ello, salir del debate confrontacional que domina el presente. O al menos asumir que, más allá de elecciones cada cuatro años, Chile tiene objetivos de largo plazo que como nación debe cautelar, me refiero a los objetivos de la política exterior y la política de defensa, para empezar, construirlos y explicitarlos. Ello requiere un predominio del profesionalismo y del diseño de estrategias de largo plazo.
Todo esto es una responsabilidad especialmente para las elites, pensar en el país y no subordinar todo a agendas personales, de lo contrario, los cambios globales sucederán de todas maneras, nada más que puede suceder que no nos encuentren preparados. Gobernar involucra también avizorar el curso probable de los acontecimientos, lo que es válido para toda nuestra elite política.
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