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La meritocracia a pie forzado Opinión

La meritocracia a pie forzado

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Carlos Cerpa Miranda
Por : Carlos Cerpa Miranda Experto y Master en eLearning, ex Concejal y ex Director Laboral BancoEstado.
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La interpretación que tenemos de los alarmantes índices de desigualdad en los países donde el neoliberalismo es el dominante, revela en cambio una serie de problemas sistémicos, difíciles de eludir. 


Efectivamente, como sostiene Sergio Ibáñez en su columna, el mérito como concepto tiene una larga historia, la misma que desmenuza Sandel en su celebre libro La tiranía de la meritocracia y otros varios autores que se han dedicado a estudiar el tema.

Como se sabe, Sandel focaliza su objeto de estudio, que es la meritocracia, en su propio país. Ese es un comprensible punto de partida. Su consistente crítica a la versión tecnocrática del mérito va,  sin embargo, mucho más allá de las fronteras del país del norte, por lo que no resulta del todo apropiado circunscribirlo solo a la realidad de EE.UU.

Ello, porque si bien Sandel aporta en su trabajo una amplia variedad de elementos históricos, que se remontan a los orígenes de nuestra civilización, su foco sobre la meritocracia está basado en la sociedad de mercado de capitalismo globalizado, que entendemos es la hegemónica en el mundo moderno de hoy. 

De ese modo, y asumiendo que compartimos con Estados Unidos un mismo sistema económico, influenciado por pensadores como Hayek, Nozick y Friedman, quienes desarrollaron un marco filosófico, teórico e ideológico, y que en materia económica radicaliza el laissez-faire capitalista de décadas anteriores –pero transcendiendo la esfera económica hasta abarcar el conjunto de las relaciones sociales–, alcanza su concreción política con la llegada al poder de la Thatcher en Inglaterra y Reagan en EE.UU., que es cuando estas visiones adoptan forma de gobierno y, como consecuencia, quedan abiertas las condiciones para llevarlas a la práctica. 

A Chile fue importado por los Chicago Boys durante la dictadura, que hasta entonces carecía de proyecto político. En el marco de esa línea de continuidad, ¿qué podría hacer excepcional al neoliberalismo chileno?

Carecería de absoluto rigor abordar el modelo neoliberal, o sencillamente dejar de hacerlo, sin tomar nota de su comprehensiva profundidad, en todos los ámbitos de la vida, a tal punto que el liberalismo político al que contribuyeron Hobbes, Locke y Kant, que dio origen a las democracias modernas, se encuentra a maltraer, lo mismo que las instituciones internacionales que emergieron tras las dos guerras mundiales y la seguidilla de conflictos armados y genocidios que les han sucedido. 

Quizá este sea un modo demasiado “mundano” para abordar el conflicto político y los temas de la desigualdad, pero me resulta cada vez más difícil aceptar que el método para hacerlo sea aislando los conceptos de la realidad material, desconectándolos de las relaciones sociales más generales. Es lo que ocurre con el planteamiento del sector socialista que se decanta por la meritocracia como regla de movilidad social. 

La interpretación que tenemos de los alarmantes índices de desigualdad en los países donde el neoliberalismo es el dominante, revela en cambio una serie de problemas sistémicos, difíciles de eludir. Pasarlos por alto implicaría aceptar que la visión de los socialistas sobre estos procesos es compacta y sin matices, una forma de pensamiento “único”, realidad que el socialismo como corriente de pensamiento, ya sea en Chile o en el mundo, desmiente, al observar la infinidad de corrientes y variantes que lo conforman.

El enfoque económico neoliberal al promover un Estado mínimo, desindustrialización, mercados desregulados, ha instaurado un orden social que prioriza la libertad económica sobre el bienestar colectivo, lo que ha llevado a una polarización social y a una mayor dependencia de las decisiones del mercado, afectando la cohesión social y la estabilidad política.

La guinda de la torta, la separación de los mercados de la sociedad y la política, al concebirse la sociedad un orden evolutivo natural, sin intervención humana, aunque las versiones más radicales han buscado liquidar también toda utopía, buscando dejar la ideología neoliberal como la única y sacrosanta forma de concebir la vida.  

En lugar de fomentar un sentido de comunidad política, los medios de comunicación, por su parte, controlados por el mismo 1% que concentra la riqueza, propagan una ideología que busca conectar a las personas con las cosas, rompiendo finalmente los lazos de solidaridad necesarios para cautelar la cohesión y paz sociales. Es cuando la democracia comienza a ser percibida como un espacio inoperante para resolver las contradicciones de la sociedad, dejando un vacío que está pasando a ser llenado por corrientes populistas de ultraderecha. 

Eso no pasa como proceso natural. Pasa porque fuerzas políticas otrora poderosamente vinculadas a las clases trabajadoras y las capas medias se compraron el cuento del liberalismo tecnocrático y las abandonaron. Ahí está Trump tomando nuevamente posesión del poder, pero esta vez radicalizando su discurso proteccionista o, si se prefiere, sentenciando la globalización impulsada durante décadas por EE.UU. 

Hasta ahora, quienes postulan el ideal meritocrático como parte de un proyecto político para una segunda renovación socialista, han omitido pronunciarse respecto a las bases materiales que habrían de sostener una sociedad más democrática, justa y decente, distinta a la fundada en el neoliberalismo.

Nada han dicho sobre la necesidad de diversificar nuestra matriz productiva, en una relación virtuosa con el medio ambiente y las comunidades adyacentes, incorporar conocimiento a los procesos productivos o desarrollar investigación y desarrollo, que permitan construir una base industrial y puestos de trabajo socialmente útiles y productivos. 

En su relato, también omiten recuperar tejido social y mejorar la posición relativa de “los productores asociados” en las relaciones de producción. Demasiado contingente, al parecer, es igualmente la necesidad de superar el Estado subsidiario por la vía de robustecer la democracia, desde su dimensión política, ampliándola a la esfera económica y social, porque es lo que  hace posible una vida en común sobre bases más sólidas.

Y en lo que refiere estrictamente a la política, subsumida por la economía bajo el neoliberalismo, el imperativo de recuperarla para canalizar y procesar las contradicciones y conflictos de la sociedad antes que esta implosione, también es pasada por alto.

A menos que el ideal meritocrático se convierta en una obsesión académica, aislada de la interacción social, es evidente el triunfalismo que genera su cultura de “ganadores”. Como señala Sandel, esta cultura se basa en la creencia de que quienes logran el éxito realmente lo merecen. Este enfoque triunfalista provoca arrogancia entre los que ganan y humillación entre los que pierden.

Pero, además, cercena toda posibilidad de construir lazos colaborativos y solidarios, y fomenta el lado más perverso y disociador que pueda generar sociedad alguna, cual es la creación y reproducción de guetos sociales que no se encuentran, ni siquiera se conocen, no conversan ni mucho menos interactúan. Ir en sentido contrario a la cultura del gueto, es garantizar una autentica igualdad de oportunidades educativas a todo el mundo, independientemente del ancho del bolsillo de cada quien, entre otras formas institucionales de carácter universal.

A ese respecto, el Informe PNUD 2024 acierta al sostener que se hace necesario “cuestionar la idea de que el éxito de los proyectos de vida individuales depende solo del esfuerzo de cada persona, sin importar las oportunidades y recursos que la sociedad provee”.

Queda, por último, decir algo con respecto a la insinuación al igualitarismo. Nada de igualitarismo puede haber en una concepción política y de sociedad fundada en el ensanchamiento del régimen democrático y el pluralismo político como principios rectores de los procesos de cambios, reflejados en un Estado social democrático de derechos; diversificación de nuestra matriz productiva como sustento material de aquella, que permita descentralizar poder hacia comunas y regiones, integre a la comunidad política a los sectores excluidos, fortalezca el tejido social de la nación y busque construir vías de colaboración entre Estados, con los latinoamericanos en primer lugar. Es más y mejor democracia, no más poderosos totalitarismos ni fascismos.

En ese marco, podrán existir y convivir distintas aproximaciones a los principios y reglas que contribuyan a regular la distribución de la riqueza socialmente producida, que han motivado este debate, desde Rousseau, Marx, Rawls, Bobbio, Tawney, Sandel, Allende y otros, hasta ahora no resueltos por la humanidad en la búsqueda por conciliar libertad e igualdad, aunque sí algunas sociedades se acercan más que otras a esos principios.

Es una contradicción que en el mundo del progresismo y la izquierda se prolonga desde antes de la Revolución francesa y prosigue hasta nuestros días. La misma historia se ha encargado de demostrar, sin embargo, que la deliberación política democrática en el marco de la existencia de pluralismo político, hace esa búsqueda más fructífera.

Finalmente, si es la convicción que de la mano del ideal meritocrático se puede conseguir avanzar en la disminución de las brechas de desigualdad social en el marco del neoliberalismo y se consigue: eterno chapeau.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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