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Una izquierda sin erótica Opinión

Una izquierda sin erótica

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Álvaro Ramis Olivos
Por : Álvaro Ramis Olivos Rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (UAHC).
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Sin relatos compartidos, ritualidades y símbolos que movilicen las emociones, el proceso se diluye y se convierte en una mera búsqueda individualista del poder. Sin erótica, el deseo político se suplanta por el anhelo de lo intrascendente, la ansiedad y el temor a la pérdida. 


La erótica es un concepto que va más allá del mero deseo sexual. Explora las profundidades de la conexión humana, la apreciación de la belleza y la búsqueda de algo más allá de lo material. Es una reflexión sobre el deseo, la pasión, el amor y la atracción en todas sus facetas, desde lo físico hasta lo espiritual. Es un motor interno que nos impulsa a conectar en un nivel más profundo.

Por eso, la política y la erótica están intrínsecamente ligadas. Sin atracción ni deseo la política se reduce a una árida lucha por el control de la jaula de hierro del Estado, vacía de visión y estrategia. Se convierte en un ámbito gris, dominado por figuras sin convicción ni liderazgo, que prioriza intereses personales, sin desafiar las normas establecidas.

La izquierda chilena parece estar atravesando un período de baja erótica política. La ausencia de un liderazgo inspirador de cara a las presidenciales y un desánimo generalizado se traducen en una apatía que dificulta la movilización en un año electoral decisivo.

Es una forma de anorgasmia política, por una falta de ganas que se está haciendo contagiosa, por el bajo impulso militante, lo que redunda en una menor capacidad de atracción electoral y movilizadora. Se aprecia un momento atormentado, que se consuela mirando algunos datos favorables, sin apreciar la subjetividad del autoboicot y la resignación.

En la filosofía griega, el Eros se concebía como una fuerza primordial del cosmos, capaz de unir elementos opuestos y generar armonía. Esto se vinculaba a la idea de que la erótica es una energía que impulsa la creación y la transformación. Sin esa fuerza, solo queda la rutina de la administración del presente, sin el deseo de cambio, como motor de vida y la búsqueda de lo trascendente.

El actual Gobierno ganó las elecciones porque su capacidad de seducción fue mucho más fuerte que la de sus contendores. Por eso se impuso en la segunda vuelta electoral de forma arrolladora. Pero las derrotas, los errores propios y no forzados, el cansancio, la rutina, las decepciones, las traiciones y las falsas expectativas finalmente pasan factura. Dañan tanto a la militancia que está en las oficinas públicas como a la que está en sus espacios sociales o territoriales. Por eso la libido de la erótica política está hoy en un punto crítico.

Para recuperarla no se puede acudir a sustancias estimulantes. No hay forma de crear esta dopamina de forma artificial. Aunque hubiese afrodisíacos políticos, su efecto sería engañoso. Al consumirlos, podríamos experimentar una sensación de mayor energía, alerta y euforia, pero decaería a las pocas horas y nuevamente volveríamos a la ausencia del deseo primordial.

La falta de seducción política está conectada a las vivencias recientes, al mal procesamiento de las experiencias de frustración y de conflictos no resueltos, en definitiva, de condiciones emocionales que determinan esta subjetividad imperante. Es en ese plano donde se frustra la mística que se requiere para movilizar una campaña y luego una buena gestión.

Sin relatos compartidos, ritualidades y símbolos que movilicen las emociones, el proceso se diluye y se convierte en una mera búsqueda individualista del poder. Sin erótica, el deseo político se suplanta por el anhelo de lo intrascendente, la ansiedad y el temor a la pérdida.

La única forma es trabajar en términos existenciales, sin apuro, por medio de una autoconciencia más desarrollada. La izquierda, como comunidad de sentido, debe hacerse responsable de su propia trayectoria y de las decisiones que ha tomado. Necesita reconectar con sí misma, para volver a ser atractiva para una sociedad que acumula desconfianza y desencanto. Y desde allí redescubrir su propio propósito, que no puede ser otro que ayudar a nuestra sociedad a vivir una vida más plena y significativa.

Pero eso no es posible sin asumir con autenticidad la responsabilidad colectiva por las propias acciones, incluyendo los errores propios a nivel conceptual y vivencial.

Es tiempo de introspección, y generar procesos de rearticulación de la subjetividad de un campo político que debe pensar más allá del 11 de marzo de 2026. No hay atajos, en esta búsqueda, porque como dice Ovidio en su Ars Amatoria: “No te muestres demasiado ansioso, no la agobies con tus ruegos, ni la atormentes con tus continuas cartas, pues el amor huye de lo que lo persigue”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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