Es cierto que pusimos la carreta delante de los bueyes al eliminar la selección antes de mejorar la calidad de base de la educación pública, pero volver a seleccionar significa castigar a niños bajo el embrujo de una meritocracia que no existe.
Carlos Caszely, histórico goleador de la Selección Chilena, decía que en el área hay que tener el cuerpo caliente y la cabeza fría. No se observa la misma frialdad al momento de analizar los resultados de la PAES. Una frase que se reitera: “La tómbola mató a los colegios emblemáticos”. ¿Qué dicen los fríos números?
De los 100 rendimientos más altos, 98 son establecimientos particulares pagados, uno particular subvencionado y uno municipal. Se mantiene la brecha entre la educación privada y la pública y los puntajes más altos se concentran en Santiago y en la población de mayor NSE.
Lo de la “tómbola” es insistir deshonestamente en una idea errónea del SAE y sus efectos. El año pasado el 93% de postulantes quedó en un colegio de su preferencia y el 50% en la primera, porcentajes mayores a lo que se obtenía con selección y postulación directa. Ningún sistema garantiza entrar a la institución que se postula, y en el anterior los colegios seleccionaban familias, no al revés (Duk y Murillo, 2019).
La pelota contra el piso: hay evidencia contundente de que este tipo de resultados son el reflejo no tanto de la enseñanza como del capital cultural de las familias (Rosas y Santa Cruz, 2013).
Los colegios privados siempre han estado primeros en la fila y los municipales al final. La real novedad es que los emblemáticos han desaparecido del ranking. Aquellos públicos y subvencionados que se colaban entre los primeros lugares tenían como base de su rendimiento la selección previa. Un hospital también mostraría buenos números atendiendo solo pacientes sanos.
No es casual que los Liceos Bicentenario tomen la posta: son selectivos también, intensificando el “efecto par”, ante el cual la población de menor NSE es más vulnerable. Mientras, la educación pública se hace cargo de los expulsados, los conflictivos, los migrantes.
¿Qué hicieron los liceos emblemáticos para recibir a su nuevo alumnado, cómo se prepararon para lidiar con el mundo real, diverso, difícil, resistente?
¿Es mejor la enseñanza en los colegios particulares, o su impacto es mínimo frente al capital cultural y social que ya poseen sus estudiantes?
¿Es mala la educación pública, o en realidad es la que hace mayor diferencia respecto a la realidad y contexto que asume?
Es cierto que pusimos la carreta delante de los bueyes al eliminar la selección antes de mejorar la calidad de base de la educación pública, pero volver a seleccionar significa castigar a niños bajo el embrujo de una meritocracia que no existe. Acá la cancha está desnivelada, la pelota desinflada y los árbitros comprados. Es la justificación de los grupos dominantes para atribuir sus logros al esfuerzo personal y no a sus privilegios (Weber, 2014).
En síntesis, tenemos evidencia de que el real problema es que nuestro sistema escolar reproduce la desigualdad y segregación social, pero preferimos autoengañarnos.
Caszely decía que uno no tiene por qué estar de acuerdo con lo que piensa. Es uno de los dilemas que tenemos en educación. Y así nos va.
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