Los distintos gremios empresariales transformados en monopolios de la derecha política no son dialogantes y no solo dictan las políticas en lo que se refiere a las necesarias reformas del sistema económico imperante, sino que imponen sus intereses particulares a los distintos gobiernos.
Hace algunos años escribí en este medio, el miedo en Chile y la ceguera de las elites, columna en la cual cito a Paolo Virno, filosofo italiano, quien nos dice que el miedo por un motivo determinado era algo socialmente gobernable y que ahora en cambio, en la globalización, las dos cosas son una sola. Es decir, cuando siento miedo por un peligro concreto siento también mi precariedad y la del mundo como tal. En efecto, la guerra en Europa y el Medio Oriente y sus múltiples secuelas nos afectan a pesar de su aparente lejanía.
El miedo es común a la sociedad actual pero que difiere según la experiencia de vida de cada uno. La incertidumbre sobre lo que nos deparará el futuro, los fracasos individuales y grupales propios de la sociedad de consumo, con su saldo de ira y rabia contenidas, forman el coctel, la amalgama que, tarde o temprano, produce la explosión personal y muchas veces también colectiva.
Todo lo anterior crea una distancia entre la sociedad, su institucionalidad y sus elites, muy especialmente con los partidos políticos tradicionales, lo que, como nos señala Heinz Bude, da como resultado que crezcan en el escenario un “nuevo tipo” de partido político, que se presenta como portador del descontento y la ira, validador de añoranzas y viejos órdenes. El miedo no reconoce barreras sociales.
Según Niklas Luhmann, el miedo “quizás sea el único factor de las sociedades modernas sobre el cual se pueden poner de acuerdos todos los miembros de la sociedad”. Laicos, ateos, cristianos, judíos, musulmanes. En las sociedades liquidas modernas el miedo es un principio que tiene solidez absoluta, una vez que todos los demás principios se han vuelto relativos.
Una cosa si es clara, si bien el miedo es un principio que tiene validez absoluta, en este contexto es imposible convencer al otro de que sus miedos son infundados: Tú sabes que tus miedos se fundan en tal o cual razón valedera, pero el otro tiene otras razones a veces antagonistas a las tuyas y nadie lo convencerá de que sus miedos no son genuinos ni fundados. Pero, dice Bude, es importante decir que en la situación sociohistórica actual los miedos que imperan nos dicen que el orden, el estatus quo del cual proceden ya no pueden continuar.
La crisis económica mundial ha proletarizado a vastos sectores sociales, lo que el sociólogo Zygmunt Bauman, llama el precariado. El vasto sector que pasó de ser capa media a la pobreza perdió sus sueños o ya no tiene nada que perder y por lo mismo nada les parece que debe perdurar (aquí podría existir una explicación del vaciamiento de los partidos políticos y de las instituciones representativas de la voluntad popular).
Quién es movido por el miedo entra a lo incierto y reniega de lo real y pierde lo posible.
El miedo vuelve al ciudadano dependiente de seductores, de mentores, y de jugadores. El miedo “conduce a la tiranía de la mayoría, porque todos seguirán por oportunismo lo que hacen los demás”, dice Bude. El miedo posibilita jugar con las masas que callan porque nadie se atreve a alzar la voz y finalmente es el caldo de cultivo para que cunda la confusión y las salidas muchas veces violentas.
Por lo anterior, la tarea primera es quitarles el miedo a los ciudadanos. La vida y tranquilidad tienen que estar cauteladas por un Estado fuerte y garante de los derechos de todos. El Estado tiene que ofrecer seguridades a los ciudadanos para que vuelva la confianza en sus propias fuerzas. Hoy hay que impulsar el emprendimiento individual y colectivo; hay que levantar al que se cae, hay que asesorar y apoyar a quien no sabe cómo seguir adelante, quién de entrada se ve desfavorecido debe tener una compensación por parte de la sociedad, nos dice Dude.
Las elites hablan solas
Las elites políticas, económica y culturales generan desapego en la ciudadanía, viven en un submundo, el submundo de los partidos políticos y de sus apéndices. Donde campea la auto referencia y la indolencia hacia las necesidades más sentidas de la población. El ciudadano común siente una gran distancia de los actuales referentes políticos. Un ejemplo paradigmático y al que algunos analistas han hecho referencia: mientras las grandes lluvias, en el Centro Sur destruyeron casas, campos y caminos, y cundía la desolación en las poblaciones afectadas, los parlamentarios se encontraban enfrascados en una estéril discusión sobre el pronunciamiento o golpe de Estado en contra del Gobierno constitucional de Salvador Allende en agosto de 1973.
Por ello, resuena en el ambiente la idea que las clases políticas, las elites hablan sólo para ellas.
¿Qué planteamientos le hacen sentido al ciudadano común en Chile? Lo que constatamos es que el estado del miedo es lo que predomina en el ciudadano, que ya no esperan que los partidos políticos tengan propuestas y soluciones a los fenómenos del crimen organizado, de la violencia delictual cotidiana que nos asola. El temor no es ajeno al devenir del ciudadano, a lo anterior se suma el desempleo, la inflación que los afecta a diario, las enfermedades de la vejez y sus múltiples consecuencias.
La polarización que hoy nos aflige, que, a mi juicio es más propia de las elites que del ciudadano común, no ayuda a aquietar los ánimos, pero no podemos concluir que la sociedad esté quebrada.
En la década del 70, en nuestro país la sociedad estaba quebrada radicalmente y el mundo estaba dividido en dos grandes polos ideológicos: El cuerpo social fracturado desde sus cimientos, las familias se dividían a veces en forma irreconciliable.
Hoy no podemos decir lo mismo, la sociedad chilena no está quebrada, hay una discusión, hay un conflicto polarizador que es el reflejo de una situación social creada por el neoliberalismo que nos lleva a que la clase media este en franca disolución y las desigualdades se profundicen afectando a los sectores más desposeídos. Esta situación no cambiara si no se produce un cambio del orden imperante.
Producto de este conflicto, se produjo la violenta conmoción social del año 2019, eso hizo, a mi juicio, que afloraran de nuevo discusiones de antaño.
La política se ha depreciado y la gente asocia partidos políticos, parlamento y organismos del Estado como lugares corruptos: Esta imagen será muy difícil de erradicar si no se toman medidas correctivas que involucren al conjunto de la sociedad.
El relativismo político se ha producido por la falta de credibilidad y la pérdida de confianza en las propuestas de los entes políticos.
La división de clases de antaño ya no es la que divide a la sociedad chilena. Hoy lo que divide a la sociedad en nuestro país es la desigualdad entre la minoría acaudalada y la gran mayoría de desilusionados y desposeídos de sus sueños y del estatus que creían haber logrado.
Los distintos gremios empresariales transformados en monopolios de la derecha política no son dialogantes y no solo dictan las políticas en lo que se refiere a las necesarias reformas del sistema económico imperante, sino que imponen sus intereses particulares a los distintos gobiernos, con el beneplácito de quienes fueron elegidos por la ciudadanía para proteger los intereses de las grandes mayorías. En resumen, los controles que toda sociedad democrática debe cautelar para que exista realmente libre competencia por el bien común sobre el gran capital fueron burlados.
La pregunta que tenemos que hacernos es: como salimos de este problema que nos puede llevar al mediano plazo a ser un Estado fallido, por la ceguera de las elites políticas.
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