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Comercio ambulante en Valparaíso: comienza la batalla Opinión

Comercio ambulante en Valparaíso: comienza la batalla

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Alejandro Llaguno
Por : Alejandro Llaguno Sociólogo, Director Proyectos Kratos Chile
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Un mes de gestión y ya ha comenzado la cacería al ambulante. Un cálculo simple nos muestra que un domingo donde hay en torno a los 1.500 ambulantes y con una venta promedio de $ 10.000 por puesto llegamos a un mercado de $ 15.000.000.


El comercio ambulante se toma las calles de Chile. Élites políticas, empresariales y mediáticas están molestas con la situación. Carabineros y los restauradores del orden a la espera del vamos para el copamiento y el despeje de las calles y el espacio público. Las calles se limpian y los toldos azules y los clásicos paños desaparecen. Cae la noche. Comienza el día y nuevamente miles de informales comerciantes salen a las calles “a trabajar” para llevar el sustento a sus casas. La consigna en muchos casos es simple y brutal: si no vendo, no como.

Problema, sin duda, complejo y explosivo. Son situaciones límites que generan escenarios de tensión, represión y humillación. donde la cancelación de la dignidad toma cuerpo y la fuerza se potencia. Frente a frente, unos y otros.

El ciclo consiste en despejar las calles y el espacio público de los “porfiados ambulantes” para que luego estos vuelvan a ejercer su actividad laboral en el marco de estrategias de resistencia y sobrevivencia. Esto parece interminable, y muchas veces aparece como imposible de erradicar o zonificar, a pesar de los intentos por esconder debajo de la casa las miserias de la misma.

La situación en nuestro “puerto principal” es caótica y violeta por sí misma. No hay que olvidar que el porteño se autodenomina “choro” y está dispuesto a defender su sustento y fuente de ingresos. El problema es antiguo, histórico y cultural. Antiguo, porque viene de larga data, e histórico-cultural, porque está impregnado en las tradiciones y experiencias del sujeto popular que desde siempre ha generado estrategias de resistencia para la sobrevivencia.

Las nuevas autoridades municipales asumen una comuna con muchos problemas: profundos y estructurales. Lo saben. Y en ese contexto han asumido como uno de sus principales ejes el reordenamiento del territorio para el comercio ambulante: despejan el perímetro del Congreso, cierran la plaza O´Higgins, abren diálogo con algunos, comienzan a levantar información (de modo amateur, sin conocer lo que quieren intervenir) y ya han dañado en estos pocos días a muchos. No lo ven, no lo saben y no les importa. 

Lo que no se entiende, es por qué no despejan la calle Uruguay, donde hay tráfico ilegal de cigarros, zapatillas y microtráfico, donde las 4×4 llegan repletas de mercadería para la venta diaria; ¿por qué no despejan Pedro Montt, Condell, la plaza Aníbal Pinto?, un antro de delincuencia donde ha ocurrido más de un homicidio; el sector de Bellavista, parque Italia, el eje avenida Argentina. ¿Por qué no fiscalizan los miles, sí miles, de almuerzos y colaciones que se venden en el barrio financiero de Valparaíso entre Sotomayor y el Turri? O, ¿por qué no controlan la venta de empanadas en autos con hornos llegando a vender más de 200 o 300 por día y observándose colas para comprar? Doble falta: comercio ambulante y tema sanitario. Del mismo modo, ¿qué pasa con la venta de artículos de aseo en las esquinas de Valparaíso o los puestos que venden frutas y verduras?  Y lo mismo podemos decir de la plaza de La Victoria, del pasaje Dimalow en el Cerro Alegre y los miradores: Paseo Yugoslavo, Atkinson y Gervasoni. La ley pareja no es dura. A veces, sí.

Al contrario, sí se entiende por quá sacan a la gente de la plaza O´Higgins y del perímetro del Congreso. Sin duda, los más débiles y más pobres de la cadena, los jóvenes sin oportunidades y los viejos: los que llegan caminando, los que se consiguen para la micro, los que van a vender sus “cachureos”, su ropa, sus enseres y todo lo que compran para revender (“somos comerciantes, dicen muchos”). o lo que le regalan sus redes de apoyo y solidaridad. Están, también, los que recorren puntos de basura reciclando algo para vender y “salvar el día”. 

Lo que sí saben y entienden, es que el aumento exponencial del comercio callejero es respuesta a una situación económica compleja por la cual pasa el país y la comuna de Valparaíso que, sin duda, es una de las más golpeadas por la pobreza y la delincuencia. Las cifras son elocuentes y contundentes.

Valparaíso se encuentra entre las comunas con peor calidad de vida según el Índice de Calidad de Vida Urbana (ICVU) de la Universidad Católica (2023). La cesantía a nivel regional y de la Provincia de Valparaíso llega al 8,2 %. A su vez, la cesantía a nivel de la conurbación Concón-Viña-Valparaíso llega al 9,1 %, es decir, un punto porcentual más. Ahora, si desagregamos a nivel comunal, la hipótesis de que Valparaíso supera el 10 % (los dos dígitos) no es aventurada. En las mujeres se observan números más elevados. Del mismo modo,  se encuentra entre las comunas con mayor número de campamentos del país: el 50 % de esas familias están por debajo de la línea de pobreza. A su vez,  el 12,1 % de los hogares son carentes de servicios básicos y el 6,7 % son hogares hacinados.

Según la Casen 2022, el total de pobreza por ingreso de la comuna llega al 7,4 %, aumentado respecto del 2017 en 0,3 %, y siendo mayor que el promedio nacional (6,5 %). La pobreza multidimensional, a su vez, indica que en la comuna de Valparaíso llega al 19,1 %, siendo mayor que la cifra nacional (16,9) y regional (17,2 %). Finalmente, Valparaíso se encuentra entre las tres comunas con más homicidios por cada mil habitantes y con un mercado inmobiliario a la baja.

Frente a esta situación, que no es nueva para muchas generaciones, no queda más remedio que ocupar el espacio público para vender. No olvidemos que el capitalismo nos enseña día a día que para comer hay que tener dinero y para tener dinero hay que vender: si no vendo, no como. Simple y brutal. Y así, van llegando a los distintos puntos de la ciudad los miles de rezagados a poner sus paños, sus mesas y comienzan a trabajar para generar dinero y comer junto a su grupo familiar. Si los sacan, defienden su espacio o se relocalizan, pero no dejan su fuente de ingreso.

¿Cómo responde el municipio porteño?

En primer lugar, hay un reconocimiento a que “es un tema complejo que va ser una de nuestras principales tareas… Durante mucho tiempo se ha dejado hacer, no ha habido una autoridad que ordene y planifique una propuesta”. Evidente, las nuevas autoridades llegan a planificar y ordenar el espacio público porteño. Es cierto, hay un diagnóstico general y propuestas preliminares que deben ponerse a prueba día a día en contraste con las respuestas del sujeto popular ambulante. “Reordenar” es, sin duda, algo muy distinto a “erradicar”, como se le escuchó decir a la diputada de derecha Camila Flores.

Del mismo modo, surge la necesidad prioritaria de levantar información. Un problema metodológico y operativo que si se hace mal, toda intervención será un fracaso. Así, surge una primera pregunta: ¿cuántos son los ambulantes?, ¿quiénes son?, ¿de dónde son?  La primera respuesta es clave y de difícil proyección. Una cifra que surge de un monitoreo de flujo muestra que alrededor del Congreso, aproximadamente hay 300 ambulantes por día, con una alta rotación de gente, por lo que la cifra es mayor. El domingo recién pasado (12, enero) en la plaza O’ Higgins a la 10 am había 748 puestos, número que subió a las 12 am a 825. Ahora, si agregamos los 796 instalados en las calles Independencia, Victoria y aledañas, llegamos a unos 1.500 ambulantes, sin considerar el bandejón de Avenida Argentina y otras calles menores del sector. Para ocupar ese día “la plaza” hubo lucha y resistencia.

Sobre esta primera y crucial pregunta emergen otras: sexos, edades, ocupaciones, experiencia laboral, montos diarios, productos en venta, origen de los mismos, perspectivas de formalización, en fin, un conjunto de datos relevantes para una eficiente y eficaz reordenamiento territorial.

En entrevista con TVN a días de la elección, la candidata, hoy electa alcaldesa, entrega algunas pistas en relación a lo que piensa hacer. Lo primero que surge, es que habrá zonas donde sí se podrá vender y sólo para los porteños. Habla de permisos priorizados y hace referencia a la histórica calle Uruguay, donde ha existido este tipo de comercio desde hace muchas años y que podría ser una opción de relocalización, al incorporar a gente joven a los ya “históricos” del sector. En esa misma línea se habla de reinstalar un persa, de fortalecer el emprendimiento, formalizar y capacitar. 

Del mismo modo, hay una certeza puesta a prueba todos los días: “no se soluciona solamente con copamientos de Carabineros”. ¿A qué se refiere con “solamente”? Sabemos que a Carabineros no le gusta la política de choque con los ambulantes porteños (¿solidaridad de clase?). Pero, también sabemos que son mandados y deben actuar cuando la autoridad política así lo demande. Nada que hacer. Aparecen las primeras señales.

Un mes de gestión y ya ha comenzado la cacería al ambulante. Un cálculo simple nos muestra que un domingo, cuando hay en torno a los 1.500 ambulantes y con una venta promedio de $ 10.000 por puesto, llegamos a un mercado de $ 15.000.000. Pero, como esta cifra es muy baja, podemos afirmar que un día domingo los consumidores dejan en torno a $ 50.000.000 a distribuir entre muchos comerciante de todo tipo. Y si proyectamos los días de la semana y el sábado, sólo considerando el perímetro del Congreso, llegamos a un estimado de $ 3.000.000 por día y en torno a los $ 20.000.000 semanales; es decir, a la semana la venta ambulante en torno al Congreso genera aproximadamente $ 70.000.000. Sin duda, entre otros, aquí está la madre del asunto. 

No obstante, toda intervención del espacio público en cualquiera de sus formas, no puede ser asumida de modo vertical sin considerar la voz de los principales afectados. Surge una pregunta: ¿se quiere reordenar el comercio ambulante de Valparaíso o sólo se busca blanquear la zona aludida?

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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