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¿Tienen sentido preguntarse si Chile era ya neoliberal en el siglo XIX? Opinión

¿Tienen sentido preguntarse si Chile era ya neoliberal en el siglo XIX?

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Enrique Román
Por : Enrique Román Economista PhD por la Universidad Católica Cardenal Radboud, Nijmegen, Países Bajos. En la actualidad es miembro del Consejo Directivo de BancoEstado.
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Tes años después del arribo de Hitler a la cancillería y poco antes del exilio o la marginación de sus miembros por el régimen Nazi, el “Manifiesto Ordoliberal” proponía la instalación de una “Constitución económica” (muy en la línea de la constitución chilena de 1980).


Cuando el profesor Renato Cristi explicita su modo de entender las observaciones del ministro Marcel al libro de Sebastián Edwards introduce una proyección de las mismas que excede lo expuesto por este y que complementa con múltiples otros elementos que introducen una cierta confusión en la discusión, pues no entrega una definición clara de qué entiende por neoliberalismo.

Es muy distinto mostrar, como hace el ministro Marcel, el modo cómo el programa neoliberal se ha engarzado con antiguos elementos de la historia y cultura chilena, a asumir que dichos elementos podrían ser definidos muy tempranamente como neoliberales e interrogarse, como hace Renato Cristi, si fue Chile siempre neoliberal, como si el neoliberalismo se definiera en torno a las especificidades históricas que ha asumido en nuestro país el derecho de propiedad o, bien, en torno a los elementos culturales que han condicionado históricamente los comportamientos microeconómicos de nuestros compatriotas.

Resolver la interrogante que plantea el profesor Cristi requiere responder dos preguntas previas. La primera es qué significa ser neoliberal  y una vez resuelta esta definir si el neoliberalismo chileno obedece a una dinámica endógena de la economía y sociedad o, por el contrario, es un producto de la influencia sobre esta de un esfuerzo exógeno, proveniente de la esfera de lo político.

Responder ambas preguntas resulta difícil si no se ha optado por explicitar si se visualiza al neoliberalismo como un sustantivo o bien como un verbo. La primera acepción no requiere otorgar al neoliberalismo limites históricos precisos, solo raíces conceptuales; la segunda hace obligatorio focalizarse en las modalidades históricas de existencia del neoliberalismo, vale decir, aquellas características singulares que a lo largo del tiempo han sustentado su presencia en la vida real y no solo en el plano de las ideas.

La confusión existente en Chile a este respecto es no menor. Hace ya algunos años (2013),  el profesor de la UNAM, Oswaldo Méndez-Ramírez, analizó el uso del concepto “neoliberalismo”, utilizando como muestra a un grupo de 70 estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Él concluyó que el término era usado por los estudiantes como un concepto antitético de equidad, de modo que, para ellos, el neoliberalismo era un sistema económico que, basado en el capitalismo, está caracterizado por la desigualdad, la competencia, la injusticia y el individualismo y cuyos efectos se hacen evidentes con la pobreza.

En Chile habríamos sido testigos, según parecían pensar estos muchachos, de una profundización del “maligno” carácter del neoliberalismo en diversas áreas, resultando llamativo el que incluyan en ello la pobreza, pues, vis a vis la profundización del modelo neoliberal, esta pareciera haberse reducido significativamente en nuestro país.

En suma, para esa muestra, que el autor presentó como representativa de los estudiantes de ciencias sociales de la UCH, el concepto neoliberalismo parece ser solo un sinónimo de capitalismo e inequidad, lo cual es sin duda incorrecto.

Cuando el profesor Cristi se pregunta acerca de si Chile fue siempre neoliberal, apoyándose en la presencia de ciertos elementos culturales de la sociedad chilena asociados al individualismo económico y que anteceden a la dictadura, algunos de los cuales la historiografía mostraría como presentes ya en la segunda mitad del siglo XIX, creo que comete un error no menor, pues hace un pregunta sobre el sustantivo y no sobre el verbo, corriendo el riesgo de equivocar el sentido de la determinación del carácter neoliberal de nuestra economía y sociedad, confundiendo inadvertidamente aquellos elementos ligados al individualismo en materia económica (cuyo origen puede rastrearse cuando menos hasta el liberalismo de Adam Smith expresado en su Teoría de los sentimientos morales, de 1759, con la cosmovisión neoliberal tan bien sintetizada por Gary Becker en su libro El punto de vista económico del comportamiento humano, publicado en 1976.

Evitar esos malos entendidos requiere entender que  el neoliberalismo es un programa institucional dotado de un fuerte carácter ideológico, cuyos elementos centrales son  un paquete de medidas e instrumentos de política económica de corto y mediano plazo y un sistema de gobernanza de largo plazo, fundado en los mercados. Todos estos elementos forman parte de un particular modelo económico que aspira ser implantado, gradual o abruptamente, en función del nivel de desarrollo del cual estén dotadas las distintas economías en las cuales este programa despliega su fuerza política y cultural.

El neoliberalismo aspira construir una peculiar modalidad de estructuración del Estado, a partir de la introducción de criterios normativos de funcionamiento de este, basados en la operación de los mercados realmente existentes. Es ello lo que da forma a las instituciones de gobernanza económica que lo caracterizan como tal. Estas incluyen la privatización global de los servicios del Estado y de la provisión de bienes públicos, ampliación de la flexibilidad laboral, protección de los intereses corporativos de las grandes empresas y un sustancial aumento en el tamaño y la importancia del sector financiero, en relación con el sector real de la economía.

Estos tres elementos combinados (ideología, política económica y gobernanza), son los que dan forma a la identidad neoliberal, puesto que transforman sus principios ideológicos en propuestas de instrumentos de política que le permitan instalar modalidades de gobernanza que otorguen a la iniciativa privada de gran escala posiciones institucionales orientadas a controlar crecientes esferas de la vida económica (principalmente los mercados) así como de la vida social y cultural de un país

El proceso gradual mediante el cual se intenta introducir dichas propuestas en una economía  o sociedad es lo que generalmente es denominado “neoliberalización”, que es la expresión verbal del sustantivo “neoliberalismo”. Un verbo por lo demás muy especial, pues su impulso no requiere adherir a la cosmovisión neoliberal, sino tan solo a políticas inspiradas por esta, las que pueden ser abandonadas en el curso de su implementación, si es que existe real voluntad de aquello.

Sin duda, el neoliberalismo expresa una particular manera de organizar y operar un modelo capitalista de organización dela economía y la sociedad, pero eso no significa que constituya una fase natural e inevitable de su desarrollo, ni mucho menos el que sea imposible o no-deseable una sociedad capitalista no neoliberal.

Es preciso, sin embargo, enfatizar un hecho central: el elemento que otorga al neoliberalismo      su identidad central es su peculiar sistema de gobernanza pues, los arreglos institucionales que le son propios son radicalmente distintos de aquellos que caracterizan los arreglos predominantes en sociedades capitalistas no neoliberales.

Sin duda, el proyecto neoliberal es una derivación de principios ideológicos, pero su fuerza identitaria radica en la intenciónde introducir, en todas  las esferas posibles, regímenes de toma de decisiones basados en mecanismos de mercado,haciendo así posible la operación automática de una gobernanza neoliberal que no          requiera de una adhesión explícita a tal ideología, ni necesariamente de la represión estatal (algo que difícilmente ha conseguido). Las políticas van y vienen, la ideología se exhibe o se esconde, los objetivos se logran o no, pero la clave diferenciadora del neoliberalismo es supropuesta de gobernanza, que apunta a extender, progresivamente, la esfera de decisiones basadas en mecanismos demercado, a todas las esferas transaccionales de la existencia humana, incluyendo tanto la vida privada como la operación del Estado.

Es por ello que asumir que la presencia de patrones culturales de larga data, sintonizados con el viejo ideario liberal y que a la larga han facilitado la penetración política del programa neoliberal, pueda ser asimilada a la existencia remota de una suerte de proto-neoliberalismo chileno, no solo es algo muy diferente a lo planteado por el Ministro Marcel en el lanzamiento del libro de Edwards, sino que sobre todo es un error de proporciones.

Si se aspira a la superación del modelo de desarrollo neoliberal que Chile ha venido siguiendo por más de medio siglo, ello no requiere de buscar algo que no es donde nunca ha estado, al contrario, requiere despojarnos de las anteojeras ideológicas que, de uno u otro modo, asimilan conceptualmente el capitalismo y el neoliberalismo. Mas aun, requiere reconocer que es lo que hay hoy en día dicho respecto, definiendo con claridad que es lo que se desea cambiar versus que es lo que se acepta mantener, o es fácticamente imposible de cambiar en plazos breves.

Esto último es un ejercicio básico si es que se desea que predomine el sentido común y por ende se asuma explícitamente que la superación de un modelo de desarrollo que  se ha mantenido en Chile por más de medio siglo, generando la mayor concentración de poder registrada en nuestra historia como país independiente, no es algo susceptible de lograrse plenamente en un periodo menor a otro medio siglo. Y que decir del capitalismo, cuyos intentos de sustitución acumulan mucho más de un siglo y cuyo fracaso queda patente en la conocida frase de Fredric Jameson (1991) popularizada por Slavoj Žižek, la cual enfatiza el cómo, en la imaginación colectiva de la actual humanidad, las estructuras capitalistas aparecen como tan inmutables que incluso los escenarios apocalípticos se sienten más plausibles que la superación de estas.

Por último, Las referencias al ordoliberalismo con que el profesor Cristi concluye su texto y que se refieren a una de las primeras escisiones del neoliberalismo, permite reforzar nuestro punto anterior.

Dentro del grupo originario que, en el curso del coloquio Lippmann, asumió la tarea de “renovar el viejo liberalismo” (autodenominándose, por un tiempo al menos, como “neoliberales”) era posible distinguir múltiples perspectivas. La más ortodoxa, vinculada a lo que hoy se denomina economía austriaca (Mises), la algo menos radical posición neoliberal que enfatiza la dominancia de los procesos  de la economía evolutiva y los derechos de propiedad (Hayek), la mucho más básica propuesta de Friedman-Stigler que, por su vinculación a la economía neoclásica  (mainstream de la profesión), terminaría conduciendo durante décadas al neoliberalismo por la ruta del monetarismo y por ultimo una cuarta corriente de gran influencia denominada “Ordoliberal” por el nombre de su publicación (Ordo: Anuario para el orden de los negocios y la sociedad) que ve en el estado la garantía de buen funcionamiento de los mercados

Esta última corriente, citada por Cristi, se fundó con un apoyo decisivo de economistas alemanes (Wilhelm Röpke, Alexander Rüstow, Walter Eucken y otros), figuras clave del ordoliberalismo, quienes, desatando la furia de Mises, argumentaban en pro de la necesidad de un Estado vigoroso capaz de tomar decisiones económicas libres de influencias corporativas. Los Ordoliberales destacaban la diferencia existente entre el “orden económico” y el “proceso económico”, limitando la intervención estatal al marco legal.

En 1936, tres años después del arribo de Hitler a la cancillería y poco antes del exilio o la marginación de sus miembros por el régimen Nazi, el “Manifiesto Ordoliberal” proponía la instalación de una “Constitución económica” (muy en la línea de la constitución chilena de 1980) para definir cómo organizar la vida económica, incluso si eso significaba limitar temporalmente la democracia parlamentaria. En ello no diferían mucho del espíritu de la época, en la cual pocos creían ya en la democracia parlamentaria, aspecto otrora central en el pensamiento liberal. Por ello no resulta tan curioso que pocos años antes, durante los últimos días de la República de Weimar (1918-1933), los Ordoliberales, adscritos a la derecha política no nacionalsocialista, coincidieran brevemente con el politólogo nazi-católico Carl Schmitt, un fanatizado crítico del liberalismo, quien proponía un “Estado fuerte para asegurar una economía sana”, mientras los Ordoliberales defendían una “economía libre y un Estado fuerte”.

Tras la guerra, las ideas Ordoliberales, , bajo la dirección del canciller Ludwig Erhard, desempeñaron un papel fundamental en la reconstrucción económica de Alemania cuya la base: la “economía social de mercado” posibilitó el así llamado “milagro económico” alemán,  muchos de cuyos elementos económicos fueron institucionalizados por el tratado de Maastricht que dio forma a la Unión Europea.

No es este el espacio para detallar las diferencias de estas corrientes con el neoliberalismo institucional de Buchanan (escuela de Virginia), la propuesta Libertaria de Murray Rothbard (de la que hace parte Milei), el Liberalismo monetarista de Chicago, o la propuesta neoliberal de los organismos internacionales multilaterales, encarnada en el así llamado Consenso de Washington.

La sola presencia de estas múltiples tendencias muestra que el neoliberalismo, aun poseyendo una esencia identificable, no es una entidad ideológica, política o institucional, coherente y fija a la cual se puede dar cacería a través de la historia dando seguimiento a la huella de sus ideas, sino más bien debe ser visto como un ente cambiante y en permanente búsqueda de equilibrios sociales y políticos. Sus características serán en cada caso una resultante de las particulares capacidades históricas que los agentes sociales que empujen el proyecto neoliberal o que se opongan a el, logren asentar en diferentes contextos y momentos.

Es en medio del bregar en ese proceso, que adquiere toda su importancia acentuar la relevancia de los ingredientes culturales previos a  los procesos de neoliberalización y que otorgan fuerza a estos, es decir los elementos a que hizo referencia Mario Marcel y que alumbran tanto las restricciones propias de los procesos de avance hacia una sociedad post neoliberal, como las dificultades ligadas al análisis de una entidad (el neoliberalismo) que se apoya en tradiciones que no necesariamente son las suyas, cuando si le resultan útiles.

De esta última habilidad nace la capacidad neoliberal de recomponerse y reaparecer cuando y donde menos se le esperaba, impulsado por nuevos actores, a veces insospechados, obteniendo así resurrecciones que han llevado a algunos analistas a homologar el neoliberalismo a un muerto viviente. Una visión al parecer presente en el proyecto neoliberal que nos describe Sebastián Edwards, aun cuando a ratos el parezca verlo derrumbado y a ratos (por razones que estimo ajenas al marketing de su libro) le pareciera que es aún capaz de proyectar nuevos espacios de futuro nuestro país, una afirmación a todas luces difícil de sostener.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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