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Mientras más juegan, mejor les va: el impacto del juego en el futuro de los niños Opinión Archivo

Mientras más juegan, mejor les va: el impacto del juego en el futuro de los niños

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Elisa Araya Cortez
Por : Elisa Araya Cortez Doctora en Ciencias de la Educación. Rectora de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, UMCE.
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En lugar de acelerar el aprendizaje formal, deberíamos valorar más el juego en los primeros años. Permitir que los niños jueguen libremente no solo mejora su bienestar en el presente, sino que también sienta las bases para un futuro más prometedor, tanto dentro como fuera del aula.


En un mundo marcado por desafíos como el cambio climático, la automatización y la transformación social, la pregunta esencial es: ¿cómo preparamos a los niños para el futuro? La respuesta podría estar en algo tan básico y natural como el juego. Cuando los niños juegan, no sólo se divierten; desarrollan habilidades fundamentales como la creatividad, la colaboración y el pensamiento crítico, elementos clave para afrontar un futuro incierto.

El juego es una herramienta poderosa de aprendizaje. Según un estudio reciente que realizamos en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE), actividades como jugar con bloques o explorar espacios ayudan a los niños a comprender conceptos básicos de matemáticas y ciencias de manera intuitiva. Por ejemplo, al llenar y vaciar recipientes, los pequeños aprenden sobre volumen y contenido mucho antes de que estos términos sean explicados en el aula. Esto demuestra que el aprendizaje no comienza con la teoría, sino con la experiencia directa y significativa.

Además, el juego tiene beneficios neurocognitivos invaluables. Actividades motrices como correr, saltar o lanzar objetos conectan múltiples circuitos neuronales, fomentando un desarrollo cerebral integral. A esto se suma el componente emocional: el juego genera placer, lo que libera oxitocina, una hormona que promueve la tranquilidad y la receptividad. Cuando un niño está relajado y feliz, está más dispuesto a aprender y explorar el mundo que lo rodea.

El juego también es una ventana hacia el autoconocimiento. Mientras juegan, los niños descubren qué los motiva, qué los frustra y cómo superar desafíos. Estas experiencias de ensayo y error fomentan una comprensión intuitiva de conceptos que más tarde podrán formalizar en su educación. Por ejemplo, al calcular el ángulo perfecto para lanzar un objeto, un niño vive en carne propia las bases de la física antes de enfrentarse a ecuaciones en la escuela.

En lugar de acelerar el aprendizaje formal, deberíamos valorar más el juego en los primeros años. Permitir que los niños jueguen libremente no sólo mejora su bienestar en el presente, sino que también sienta las bases para un futuro más prometedor, tanto dentro como fuera del aula. En definitiva, mientras más juegan, mejor preparados estarán para enfrentar los retos del mañana y tener éxito en su vida académica y personal.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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