La vereda como botín: el camino a la barbarie
¿Qué sucedería si un día utilizo el lugar que habitualmente otra persona usa, y que ya lo considera consuetudinariamente suyo? ¿Cómo resolvemos el asunto de quién tiene derecho a usar ese espacio?
Desde hace ya algunos años que el espacio público, o una parte de éste, como las veredas, está dejando de serlo. Progresivamente hemos sido testigos de cómo distintos tipos de emprendimientos comerciales se han ido apropiando el uso de las veredas, mientras el resto de la ciudadanía debe sobrellevar las externalidades negativas que estas iniciativas ocasionan en las calles. La apropiación de las veredas afecta tanto a ciudadanos que transitan por ellas, como a comerciantes establecidos que terminan compitiendo en una cancha que no les favorece.
Lo que está sucediendo puede ser interpretado como una forma de privatizar un espacio común. Como un tipo de “cercamiento” urbano contemporáneo. Esto se traduce en la captura de renta monetaria por parte de privados a costa de la reducción forzosa del bienestar de la comunidad. La reducción del bienestar se debe a que algunas de las formas que componen el espacio público se vuelven más estrechas, más escasas, como las veredas y los parques, por ejemplo. De continuar por este camino la libertad de algunos terminará arruinando el bienestar de los demás.
Es palpable esta afirmación cada vez que caminas por la ciudad y te encuentras con autos estacionados en las veredas que entorpecen el trayecto, esquinas completas desbordadas por el comercio, toldos multicolores en largas hileras ocupando gran parte de la vereda, acopio de pallets y bins en las calles, cajones grandes, cajones chicos, canastos, mercaderías varias, montacargas operando en las veredas, etc. etc.
Las veredas y esquinas también se usan como bodegas a la intemperie durante las noches y fines de semana. Esta extraña forma de “propiedad” les otorga a sus ejecutores el derecho de dejar el negocio montado, sin siquiera tomarse el trabajo de desmontarlo en la noche para facilitar al resto de la ciudadanía el uso del espacio. Esta manera de administrar sus metros cuadrados de espacio público conduce a concluir que ellos sienten que el espacio les pertenece.
Sí, es cierto que la economía chilena no tiene la capacidad de absorber toda la fuerza de trabajo disponible, ni de ofrecer a cada persona un trabajo que lo motive y que cumpla con sus expectativas, pero esta condición no puede transformarse en la excusa para autoasignarnos derechos sobre bienes públicos aduciendo necesidad o falta de ingresos.
No facilita la convivencia el hecho de que las necesidades personales puedan ser satisfechas pasando por encima del interés común, pisoteando los espacios colectivos que a todos prestan sus servicios. Hoy, la sociedad chilena transmite la impresión de que cada individuo puede estar por sobre el Estado, y por supuesto por sobre sus conciudadanos.
James Maitland, el Conde de Lauderdale, se planteó en 1819 asuntos parecidos en su “La naturaleza y el origen de los bienes públicos”. De sus reflexiones nace la paradoja de Lauderdale: el aumento de la riqueza privada ocurre a costa de la reducción de la riqueza pública. La riqueza pública es aquella que lo es para todo el mundo.
La riqueza pública es una riqueza común, a la que todos tenemos el mismo derecho de acceso, de la cual todos podemos obtener un bienestar sin privar a otros, es compartida por todos y, por eso, ajena a la lógica del mercado. La riqueza privada generada vía apropiación del espacio público está ocasionando la desintegración de la riqueza pública. La disminución (escasez) del espacio público a su vez disminuye el nivel de bienestar de la mayoría de la comunidad.
Aunque el aumento de la riqueza privada contribuya a la riqueza de las naciones, medida en valores monetarios, este incremento ocurre a costa de la reducción de la verdadera riqueza para los ciudadanos, que es la riqueza pública.
En vista de la escasez cada vez más habitual de los espacios públicos y del aumento de las personas en necesidad de inventarse una manera de generar ingresos, ¿se aproximará un recrudecimiento en la disputa social por las rentas que todavía falta por capturar? ¿Es razonable suponer que la apropiación privada de los espacios públicos con fines comerciales privados estimulará los conflictos, la violencia, y la opacidad en las relaciones socioeconómicas? ¿Qué sucedería si un día utilizo el lugar que habitualmente otra persona usa, y que ya lo considera consuetudinariamente suyo? ¿Cómo resolvemos el asunto de quién tiene derecho a usar ese espacio? Es un asunto que puede llegar a ser muy delicado.
Da la impresión de que la sociedad chilena está llegando a un límite, a una situación en que todo está disponible para su captura. Los ciudadanos y grupos disiparán la totalidad del excedente social asociado a los bienes comunes tratando de privatizar las rentas emanadas de dichos bienes, de capturar espacios que no les pertenecen legalmente, y transformarlos en ingresos privativos. Ese es el botín; este, el camino a la barbarie.
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