Trump, Milei y la derecha chilena
Fue un discurso que dejó en evidencia que el libertario -que en la campaña llegó a afirmar que era partidario de la venta de órganos- es contrario a las libertades de todo aquel que piense distinto a él, pronunciando al final una provocación: “iremos a buscar a los zurdos de mierda a dónde estén”.
Si alguien tenía una duda de que el mundo, las sociedades y la política se mueven como un péndulo, con una sincronía casi perfecta, la asunción de Donald Trump nos recordó que estamos condenados a vivir en una oscilación permanente entre un polo y otro. Vamos olvidando los horrores, las conquistas, los avances, los dolores, con una facilidad abismante.
En solo una semana, el magnate americano y esa especie de gabinete de superricos de la tecnología de la información, que entró a dominar en su administración, nos trajeron de regreso imágenes, declaraciones y frases que parecían que el mundo había superado. Saludos al estilo Adolf Hitler, amenazas de persecuciones a minorías sexuales, migrantes y otros, que la humanidad conoció con el nazismo, censura en las redes sociales a cadenas de noticias como LatinUS -su cuenta de Tik Tok, con 10 millones de seguidores, “desapareció”- o a Daniel Matamala, igual que lo que hacían en la ex-RDA y hoy en Corea del Norte o Venezuela.
Trump anunció el inicio de una era dorada para Estados Unidos, a costa de dejar de vivir dentro la comunidad mundial y borrar de raíz ese refrán que caracterizó por dos siglos a la nación del norte: “el sueño americano”. Decreto tras decreto, el presidente Trump firmó su salida de la OMS -organismo que demostró su valor en la pandemia del Covid19- y del Pacto de París, que está tratando de contrarrestar los efectos del cambio climático. También eliminó los organismos que protegían y daban acogida a minorías y decretó el arresto de migrantes dentro de templos religiosos, hospitales y otros refugios dotados de cierta inmunidad en todo el mundo.
En las próximas semanas observaremos cómo el gobierno americano expulsa de su país a parte de los 14 millones de extranjeros considerados como ilegales, pese a que la mitad de ellos vive hace más de 10 años en Estados Unidos. Una paradoja brutal si consideramos que tanto el presidente como su vicepresidente están casados con migrantes.
Tres días después, Javier Milei intentó ponerse a tono con el mandatario norteamericano, utilizando el Foro de Davos para pronunciar un discurso tan delirante como desconcertante para los asistentes a este encuentro, en que participa la crème de la crème de los economistas del mundo.
Con un relato provocador, cargado de amenazas, desprecio y odio hacia mujeres, homosexuales y otras minorías, logró capturar la atención de la prensa mundial, cumpliendo con un objetivo evidente: visibilizarse frente a Trump. Lo que no sabe Milei es que pese a todos los esfuerzos que ha hecho en estos últimos meses, para el mandatario norteamericano Latinoamérica es irrelevante, al igual que el resto del mundo.
Un Milei delirante amenazó con eliminar la figura del femicidio, asoció la adopción homosexual a la pedofilia y afirmó que la ideología de género constituye abuso infantil, entre otras barbaridades y falsedades.
Fue un discurso que dejó en evidencia que el libertario -que en la campaña llegó a afirmar que era partidario de la venta de órganos- es contrario a las libertades de todo aquel que piense distinto a él, pronunciando al final una provocación: “Iremos a buscar a los zurdos de mierda a donde estén”. Ni Hitler, ni Stalin, ni Pinochet fueron tan audaces. Vaya forma de promover la libertad.
Contagiada con el momento delirante que rodea a Trump y Milei, la ultraderecha chilena salió a hacer declaraciones en el mismo tono. José Antonio Kast aprovechó de lanzar su candidatura, utilizando una escenografía que replicaba la franja del Sí en 1988. Amenazó con eliminar la cultura woke, prometió un “cambio radical” para Chile -lo mismo que le criticaron a la primera Convención-, se burló de los ambientalistas y remató con la frase: “Les vamos a quitar esa parte de los derechos humanos que ellos usan para el pretexto de la impunidad al abuso y a la irresponsabilidad”.
Ninguna alusión a unidad, a visión de país, a cómo solucionar los problemas y menos a cómo mejorar las pensiones de la gente, considerando que todos sus diputados votaron en contra del acuerdo oficialismo-oposición.
En paralelo, Johannes Kaiser anunciaba que logró apoderarse del concepto libertario al lograr las firmas para constituir el Partido Nacional Libertario (PNL), superando en militantes a los republicanos. También dio a conocer los pilares de su programa presidencial.
Repitiendo el mismo eslogan contradictorio con que Trump y Milei justifican el quitarles derechos a los que piensan distintos a ellos, señaló que “el futuro depende del cambio cultural hacia los principios del valor absoluto y primordial de la libertad”. Aunque a continuación habló de combatir el ateísmo -¡viva la libertad!-, de cambiar radicalmente la educación y de privilegiar el “bien y la belleza”.
Me imagino que en el concepto de belleza de Kaiser no están los indígenas, los morenos, los discapacitados y otras rarezas que perciben los libertarios.
Y aunque dos de las derechas chilenas parecieran estar disputándose cuál es más extrema y se parece más a Trump o Milei, y amenazándose entre ellas que irán a primera vuelta, Chile Vamos siguió avanzando en encontrar puntos de encuentro con el oficialismo que permitan lograr la anhelada reforma de pensiones, que fracasó en los gobiernos de Piñera y Bachelet. Tanto republicanos como el PNL criticaron ácidamente a la derecha tradicional por esta búsqueda de acuerdo, incluso oponiéndose a dar unanimidad para que el Congreso trabaje en la semana distrital, y así hacer caer el proyecto.
Lo cierto es que el delirio de Trump y Milei dejó en evidencia que en Chile tenemos dos derechas muy distanciadas entre sí, una que se parece más a los intransigentes de la Lista del Pueblo y el Pelao Vade, que quieren cambiar todo radicalmente, arrasando con los derechos de los que no piensan como ellos -especialmente en materia sexual, con lo cual parecen tener una obsesión-, y una derecha que, aunque tiene posiciones duras en algunas materias, como la seguridad, es capaz de construir acuerdos y proponer soluciones a los problemas de los chilenos.
Y, por supuesto, este mundo pendular nos enseña que las sociedades oscilamos permanentemente entre el nazismo y el comunismo, entre dictadores que se imponen a la fuerza y otros que los elegimos los ciudadanos. No lo vamos a saber los chilenos que estábamos convencidos de que necesitábamos una nueva Constitución y tratamos de cambiar todo radicalmente dos veces, fracasando estrepitosamente. Vaya amnesia.
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