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Educación democrática para dialogar en un año electoral Opinión AgenciaUno

Educación democrática para dialogar en un año electoral

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Rodrigo Mayorga
Por : Rodrigo Mayorga Licenciado y magíster en Historia, magíster y doctor en Educación, Director ejecutivo de Momento Ciudadano.
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En este año electoral debemos inundar las escuelas, los medios de comunicación, las campañas electorales y nuestras propias prácticas cotidianas con una educación democrática basada en el diálogo.


Con la proclamación oficial de los primeros candidatos que intentarán estar en la papeleta el próximo noviembre, se ha dado inicio oficial a la carrera presidencial 2025. En un país que, como Chile, ha acudido anualmente a las urnas desde 2020, no debiera sorprendernos que el ambiente político vuelva rápidamente a crisparse, con las candidaturas (y sus partidarios) ocupando trincheras inamovibles y aprovechando la más mínima oportunidad para obtener réditos políticos y golpear al adversario. Ante los nocivos efectos que un escenario como este siempre posee sobre nuestra convivencia social, el diálogo puede ser un antídoto eficaz y, la educación democrática, una forma efectiva para lograrlo.

No cualquier conversación es realmente un diálogo. De acuerdo al Centro Nansen para la Paz y el Diálogo, este es “una forma de comunicación que ofrece tiempo y espacio para que las personas puedan mostrar la complejidad de sus respectivas realidades”, ofreciendo una posibilidad de “identificar qué hay debajo de los problemas y cuáles son las raíces” de estos.

No es, en ese sentido, lo mismo que una negociación o una mediación, mucho menos un debate. Dialogar no es un proceso que permita convencer al adversario ni tampoco derrotarlo; por el contrario, implica reconocer en este no a un enemigo, sino a alguien con quien es posible convivir, incluso si aún no se sabe cómo. El diálogo es, por esencia, un acto presente: no garantiza ninguna solución futura a nuestros problemas, pero sí construye, en el hoy, mejores condiciones para enfrentarlos.

Dialogar, como gran parte de las actividades que realizamos los seres humanos, es algo que se aprende y la educación democrática es una forma de lograrlo. No nos referimos con ello, por muy importante que también sea, a una educación sobre el sistema democrático y sus componentes; desde Momento Ciudadano la comprendemos más bien como aquella educación relativa a los comportamientos y disposiciones que posibilitan el diálogo, la confrontación de puntos de vista y la deliberación colectiva en un marco democrático y respetuoso de los derechos humanos.

Y es que un verdadero diálogo requiere habilidades y actitudes que no son inherentes al ser humano, como la escucha activa, la capacidad de hacer preguntas, el poder expresar lo que se piensa o siente y el pensamiento crítico, por mencionar algunas. El diálogo necesita además del cuidado; del otro, pero también de las condiciones que permiten el diálogo en primer lugar.

De ello emana su compromiso irrestricto con la democracia y los derechos humanos: el diálogo, para poder existir, necesita un marco democrático que lo permita sin restricciones arbitrarias y en que las partes se reconozcan iguales en dignidad y derechos. Cuidar de esto no tiene que ver con posición ideológica alguna, sino con una constatación fáctica: relativizar estos principios, supone arriesgar las condiciones mínimas que hacen posible el diálogo en primer lugar.

Educarnos democráticamente y aprender a dialogar no es solo un proceso teórico, sino también práctico, pues desarrollamos estas capacidades ejercitándolas en contextos reales y junto con otros. Por lo mismo, este año electoral nos brinda una gran oportunidad de convertir las escuelas en espacios donde los escolares estén dialogando sobre el país en que quieren vivir, conociendo los anhelos de sus pares, reconociendo sus diferencias y dilucidando cómo estas pueden coexistir en un contexto democrático. Lograr este objetivo, además de un compromiso total con la democracia y los derechos humanos, requiere que dejemos de tener miedo a hablar de política en la escuela.

Por cierto, requiere también que, desde el mundo adulto, seamos capaces de modelar este tipo de comportamientos, pues poco podrá lograr la escuela si las candidaturas promueven discursos adversariales, los medios de comunicación dan primacía a espacios de enfrentamiento donde las barras bravas premian al que grita más fuerte y la ciudadanía confronta sus visiones de país a insultos en redes sociales o a gritos en las calles.

Todas estas nocivas prácticas han abundado en los últimos años –basta reproducir cualquier episodio de Sin Filtros o recordar el enfrentamiento entre “Huasos por el Rechazo” y “Ciclistas por el Apruebo” en 2022 – y, si no nos hacemos cargo de cambiarlas, nada impide que se sigan repitiendo. En este año electoral debemos inundar las escuelas, los medios de comunicación, las campañas electorales y nuestras propias prácticas cotidianas con una educación democrática basada en el diálogo. Es el único camino que nos queda para evitar seguir deteriorando nuestra ya maltrecha cohesión social.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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