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Homicidios de personas en situación de calle: ¿Una práctica del crimen organizado? Opinión AgenciaUno

Homicidios de personas en situación de calle: ¿Una práctica del crimen organizado?

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Los patrones que se observan en estos crímenes —disparos certeros, ataques nocturnos y la aparente falta de móviles claros— nos llevan a cuestionar si realmente entendemos lo que está ocurriendo.


Los recientes homicidios de personas en situación de calle, hechos desgarradores que con frecuencia pasan desapercibidos, podrían no ser simples actos de violencia al azar. Es inquietante, pero es necesario preguntarnos si estamos siendo testigos de un fenómeno más oscuro: el uso de estas vidas vulnerables como blanco para pruebas de lealtad dentro de organizaciones criminales.

En los últimos años, noticias inquietantes han ocupado espacios breves en los titulares nacionales. Personas en situación de calle acribilladas sin advertencia alguna, con frialdad y desprovistas de sentido. Estos incidentes, lejos de ser aislados, encajan en un patrón que no podemos ignorar. Por ejemplo, uno de los casos más recientes, ocurrido en Santiago Centro, involucró a un hombre que fue asesinado con múltiples disparos en circunstancias aún no aclaradas. En Cerrillos, dos hombres y una mujer fueron acribillados bajo un puente del Zanjón de la Aguada. Otro caso sucedió en Lampa, donde una persona fue hallada con heridas de bala en la cabeza y el tórax.

Estos hechos reflejan una violencia sistemática que exige atención urgente, pues las calles son el escenario de una violencia sin testigos, una violencia que convierte a estos espacios en territorios de impunidad. Lo que para muchos es inimaginable —asesinar para probar lealtades o entrenar a futuros sicarios— podría estar sucediendo aquí, frente a nosotros.

Este fenómeno no es nuevo. Se han documentado casos en los que las bandas criminales utilizan la violencia contra personas marginadas como parte de sus estrategias internas. Estos actos de brutalidad no solo reflejan la deshumanización de las víctimas, sino también un mensaje de poder que las organizaciones envían tanto a sus enemigos como a sus propios integrantes.

En Chile, las cifras son estremecedoras. En los últimos cinco años, según un estudio de la Fundación Moviliza, al menos 169 personas en situación de calle han sido asesinadas. Detrás de este número frío se esconden historias de sufrimiento, abandono y una violencia que parece apuntar a los más vulnerables. Los patrones que se observan en estos crímenes —disparos certeros, ataques nocturnos y la aparente falta de móviles claros— nos llevan a cuestionar si realmente entendemos lo que está ocurriendo.

La invisibilidad de estas víctimas no es casual. En una sociedad donde el éxito y el consumo son valores centrales, quienes quedan fuera del sistema suelen ser vistos como descartables. Esta deshumanización implícita, convierte a las personas en situación de calle en objetivos fáciles, que estas vidas valen menos, perpetuando el ciclo de violencia.

Las historias de Cerrillos, Quinta Normal o Lampa no deben ser olvidadas. Cada una de ellas representa un llamado a la acción, un recordatorio de que la indiferencia es el mayor aliado de la violencia. Debemos exigir eficacia en el investigación penal y justicia, pero también empatía.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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