La centroderecha sitiada y la gran deuda de Matthei
La candidatura tiene una debilidad inveterada, un forado fundamental: carece todavía de un pensamiento específicamente político que la identifique nítidamente. No tiene visión nacional perfilada en la cual quede claro, de manera justificada, cuáles son las ideas fundamentales que propone.
Johannes Kaiser ha superado a Evelyn Matthei en la última encuesta Datavoz. Falta todavía mucho para las elecciones. Pero ocurre lo siguiente: la centroderecha lleva no uno, no cinco, sino al menos 12 años en el asunto de la falta de discurso. Doce años a la deriva, viviendo del mero gestionalismo vacío. Se han dado algunos pasos incipientes, pero el resultado es todavía escaso.
El resumen de hechos podría plantearse como sigue:
La candidatura de la centroderecha cuenta probablemente con la persona más preparada y de mayor experiencia entre los posibles postulantes a La Moneda: Evelyn Matthei. Además, con el respaldo de los dos partidos más grandes del país: Renovación Nacional y la UDI. Sin embargo, pese a esas indudables fortalezas, que ya las quisiera cualquiera, la candidatura tiene una debilidad inveterada, un forado fundamental: carece todavía de un pensamiento específicamente político que la identifique nítidamente. No tiene aún, una visión nacional perfilada en la cual quede claro, de manera justificada, cuáles son las ideas fundamentales que propone; cuáles, las nociones que la diferencian de las izquierdas -del socialismo democrático y sobre todo del frenteamplismo academicista-, así como de los sectores de derechas libertarias. Pero, especialmente, lo más importante: no está puesto sobre la mesa de manera clara cuál es el pensamiento fundamental según el cual propondrá la agenda de reformas robustas, políticas, sociales y económicas, en virtud de la cual se superará la crisis profunda de legitimidad en la que se encuentra el país.
Para ser justos, la deficiencia evidente no es de Matthei. Es del sector al que pertenece. Por falta de discurso político, y pese a toda su experiencia y todas sus capacidades de gestión, no una, sino dos veces, el gobierno de Sebastián Piñera se paralizó apenas desatada la crisis. Primero en 2011, con las movilizaciones estudiantiles. Segundo, el 2019, con el estallido de octubre, quedó paralizado porque no logró entender las crisis en el preciso nivel –político, de legitimidad política– en el que estaban aconteciendo.
Las principales instituciones de la República, el Gobierno, el Congreso, los partidos políticos, los Tribunales de Justicia, además de empresas y organizaciones del más distinto tipo, vienen perdiendo legitimidad hace lustros; y a eso se une un desagrado general con los modos en los que estamos habitando el espacio y viviendo nuestras vidas, en miedo permanente de caer en la enfermedad o la simple vejez. Se suman, para rematar, el problema de la seguridad policial, de la inmigración descontrolada, de la muerte y el narcotráfico, y el tráfico que montan las mafias de vendedores ambulantes, tomándose además las calles.
La crisis es todavía más compleja. Con lo mencionado, pienso que basta para ilustrarlo. Ahora bien, tiene una estructura y eso ayuda a discernirla. Su estructura fundamental no es horizontal o de lucha de bandos, sino vertical. Es parecida a la llamada “Crisis del Centenario”, que afectó al país entre 1910 y 1932: las élites, sus discursos y las instituciones van por un lado, y por el otro van las pulsiones y anhelos populares. Incluso si en el Centenario las élites dejaron los campos para retirarse a mansiones de Santiago o París, perdiendo contacto con las capas populares, hoy mismo las élites, de izquierda y derecha, se parapetan en barrios exclusivos de Santiago, cada una en los suyos, segregándose de las capas populares y extrañándose del contacto paisano con ellas.
¿Qué ha hecho la centroderecha ante tamaña crisis? No lo suficiente. Hoy sus partidos se bandean con los avatares del país, haciendo lo que se puede, pero sin marcar el rumbo, sin dar pasos decisivos y de manera ordenada. La pena es que sí constaban avances importantes. En 2014, RN hizo un congreso ideológico en el que actualizó su declaración de principios, despegándose del neoliberalismo más recalcitrante. Luego se incorporó, con el apoyo de la CDU alemana y de su canciller Angela Merkel, a la Internacional Demócrata de Centro, ex-Internacional Demócrata Cristiana. Se avanzó en la preparación de documentos ideológicos. Se iba perfilando lo que podía llamarse una derecha social, nítidamente republicana y popular.
El hecho es que las últimas encuestas –la “UDP-Feedback”, primero, ahora Datavoz– muestran que la pasividad cuesta cara en política.
Sin una ideología renovada, distinta de la atadura de neoliberalismo y subsidiariedad negativa, sin separarse de los centros de tráfico de influencias y financiamiento irregular de la política en que se han transformado sus think-tanks más importantes, la centroderecha corre el riesgo de sucumbir entre las izquierdas y candidaturas que le corren por la banda derecha, con un pensamiento más simple o simplista, pero eficaz en campaña.
¿Qué le queda, entonces, a la centroderecha?
Un camino. Drástico. Debe seguirlo con rapidez. Se trata de darle un giro fundamental a la campaña de Matthei. Hacer de la debilidad una oportunidad: trabajar en un proyecto en el que se perfilen nítidamente los dos principios básicos de una derecha social.
El principio republicano o de la división del poder entre un mercado y un Estado fuertes, y al interior del mercado (control de monopolios y oligopolios) y del Estado (en los tres poderes clásicos, más los contralores y la división territorial del poder).
Y el principio popular: que apunte a la integración del pueblo consigo mismo y con su paisaje. El hacinamiento masivo en una capital francamente hostil en la que vive un contingente sustancial de chilenos y el abandono de las regiones, son padecimientos sin cuya superación no saldremos de la crisis de legitimidad en la que nos hallamos.
Habría que sumar con mayor énfasis a los liderazgos que han venido contribuyendo a ese lento, pero sostenido cambio desde una derecha economicista y gestionalista, hacia una centroderecha política, cercana al centro reformista y a la responsabilidad con la viabilidad política, social y económica del país.
El asunto urge. No puede esperar más. No solo está en juego un triunfo electoral, unos puntos más de crecimiento económico. Asimismo, y esto es lo más importante: está en juego la superación de la profunda crisis de legitimidad de las principales instituciones del país, de la que aún no salimos, la “Crisis del Bicentenario”. Recién cuando la agenda de reformas territoriales, educacionales, administrativas, al sistema político, necesarias para el país, articulen en lo que podríamos llamar un “nuevo proyecto existencial”, encarnado por dirigencias que sientan auténticamente lo que está ocurriendo y palpen el clamor profundo de Chile, podremos dejar atrás una situación que de otra forma amenaza con sumirnos en un proceso de decadencia intensificada.
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