Europa y su autonomía estratégica
Si la primera presidencia de Trump hizo sonar la alarma sobre el compromiso de Estados Unidos con sus aliados, la segunda ya marca una tendencia inexorable. Urge avanzar en la autodefensa y en una política exterior europea mucho más vigorosa.
Europa como sabemos en el siglo XX vivió dos guerras horrorosas que la devastaron, además de producir grandes cambios de todo orden, partiendo por importantes variaciones en las fronteras y poblaciones de buena parte de sus países.
Tras la II Guerra Mundial el continente quedó partido en dos, con la parte oriental bajo el dominio soviético mientras el lado occidental mantuvo su independencia bajo la protección de Estados Unidos. En esa época se originó la OTAN, el principal tratado de defensa del mundo que compromete una reacción colectiva ante cualquier agresión externa (aunque se concibió pensando en el expansionismo soviético).
Desde el fin de la II Guerra Mundial con la excepción de Francia y el Reino Unido, el resto de la parte occidental europea estuvo baja el paraguas nuclear norteamericano, como elemento disuasorio de defensa. Durante la Guerra Fría se impuso la lógica de la mutua destrucción asegurada a partir de las armas nucleares, lo que significaba un freno efectivo a la posibilidad de cualquier ataque convencional.
Terminada la Guerra Fría con el desplome de la URSS y su control europeo oriental, emergió una sensación de paz y optimismo no vista en los años anteriores del siglo XX. La percepción de que el capitalismo y la democracia serían la norma universal llevó a la totalidad de los países europeos a disminuir su gasto en defensa, descansando aún más en la protección de EEUU.
Pero a los pocos años quedó en evidencia que esa idea o expectativa – reflejada en el libro El fin de la Historia de Francis Fukuyama – era errónea y que se estaban poniendo en movimiento “fuerzas oscuras”. Eso, sin embargo, no hizo variar en lo sustantivo la política de seguridad europea, quizá por una mezcla de candidez y la sumatoria de problemas económicos y sociales, así como la priorización de la agenda de integración.
Esta abulia fue remecida por la invasión rusa de Crimea en 2014 y más todavía con la asunción de Donald Trump en 2016. Este presidente amenazó con salirse de la OTAN o no cumplir con sus compromisos si sus aliados no cumplían con los suyos, esto es tener un gasto en defensa de al menos el 2% de su PIB en defensa. En ese entonces prácticamente ninguno cumplía con ese parámetro y comenzaron lentamente a revertir la tendencia.
La nueva invasión a Ucrania en 2022 y la guerra general en curso desde entonces sonaron la campanada definitiva para el rearme y la decisión de reforzar la autonomía estratégica europea.
Como sabemos, la Unión Europea, bloque que agrupa a la mayoría de los países de ese continente, se ha constituido en una potencia económica global. Sin embargo, esa posición no ha logrado plasmarse ni en la política exterior común y menos en materia de seguridad y defensa. En esos campos los estados han sido reacios a ceder competencias y la coordinación ha sido deficiente, con lo cual este bloque siendo un gigante económico es un enano (relativamente) en política exterior y defensa.
Ejemplos sobre la debilidad militar del conjunto abundan, como la falta de armamento (aviones, tanques, etc.) en condiciones operativas, la escasez y mala preparación de las tropas y la crónica carencia de pertrechos. Tanto así que la UE no ha podido cumplir con su compromiso de aprovisionamiento de municiones a Ucrania.
Con la guerra casi a sus puertas, la Unión Europea y sus aliados del continente han acelerado medidas y preparativos para asumir en mejores condiciones su defensa. Eso sí, y como demostración de las dificultades de coordinación interna, el liderazgo de este proceso en el campo militar lo tomó OTAN bajo la égida de EEUU, con su ampliación. Se sumaron Finlandia y Suecia, dos países con elevados estándares en defensa, además de compartir el primero una larga frontera con Rusia.
Entre los países europeos ha destacado por su rearme Polonia, con casi el 5% de su PIB destinado a ese efecto y convirtiéndose en el estado con las fuerzas armadas más numerosas y una de las mejor apertrechadas del continente. Su frontera con Ucrania, Rusia (enclave de Kaliningrado) y Bielorrusia lo ponen en primera línea, además de su historia de conflictos con Rusia.
La segunda administración de Trump, sin duda, que está elevando nuevamente la presión para más rearme. En esta ocasión, el presidente Trump va por el lado del alza de los aranceles ante el déficit norteamericano en el intercambio comercial, a menos que los europeos compren más a su país, incluyendo armas.
Los europeos necesitan reimpulsar su industria militar y hacerla escalar en volumen, por lo que abastecerse de tecnología militar estadounidense podría inhibir ese propósito estratégico. Por eso tendrán que hilar fino para no desatar una guerra comercial y no afectar su propósito de autonomía.
Otro elemento que los europeos han debido enfrentar es el de su abastecimiento energético. Hasta antes de la guerra en Ucrania dependían del gas y petróleo rusos. Tuvieron que pagar un alto precio para diversificar sus suministros, pero eso ya se hizo. En estos días se está dando otro significativo paso en esa dirección. Los países bálticos de Estonia, Letonia y Lituania se desconectaron de la red eléctrica rusa para integrarse al sistema europeo, un proceso estratégico lanzado hace años y convertido en una urgencia tras la invasión de Ucrania por Moscú.
Las tres repúblicas bálticas, integrantes de la UE y la OTAN desde 2004 y antiguamente soviéticas, estaban conectadas a la red rusa desde los tiempos de la URSS.
La conexión a la red de la UE vía Polonia culmina un proceso de años, que resultó complicado por problemas técnicos y financieros, y por la necesidad de diversificar mientras tanto la red de suministro eléctrico por medio de cables submarinos.
Estos esfuerzos europeos no han estado exentos de dificultades que incluyen actos de sabotaje. En los últimos meses se han cortado dos cables de fibra óptica en el suelo del mar Báltico, uno que conecta Finlandia y Alemania y otro que corre entre Lituania y Suecia. Se sospecha de la intervención rusa y la OTAN ha constituido una fuerza de tarea especial para prevenir este tipo de acciones en la zona del Báltico.
Si la primera presidencia de Trump hizo sonar la alarma sobre el compromiso de Estados Unidos con sus aliados, la segunda ya marca una tendencia inexorable. Urge avanzar en la autodefensa y en una política exterior europea mucho más vigorosa.
Las emergencias y los estados de necesidad son catalizadores efectivos de cambios y en un mundo mucho más incierto, Europa debe cambiar su política de seguridad con una fuerte inversión. Eso no admite dilaciones, por más impopular que ello pueda ser.
Los vacíos también crean oportunidades y el súbito y masivo retiro de Estados Unidos de la cooperación internacional abren una oportunidad para Europa. Pero para tomarla hay que estar dispuesto a pagar un precio y correr los riesgos. Nada es gratuito en este mundo altamente volátil.
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