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La tarea imposible de Trump: reducir el déficit exterior estadounidense Opinión

La tarea imposible de Trump: reducir el déficit exterior estadounidense

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François Meunier
Por : François Meunier Economista, Profesor de finanzas (ENSAE – Paris)
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Supongamos que este déficit estructural pueda reducirse. Iría en contra de los intereses de EE.UU. porque el estatus dominante del dólar y los superávits forman parte de su fuerza de proyección estratégica y de su hegemonía.


Se puede afirmar sin temor a ser desmentido que Trump no estaría en el poder hoy en día sin las pérdidas masivas de empleo sufridas por algunas regiones industriales de EE.UU. (la mayoría de las veces en estados demócratas o blue states). Del mismo modo, y con pruebas tangibles (ver, por ejemplo, Autor y otros), nunca habría habido pérdidas de empleo de tal magnitud sin las importaciones masivas que llegaron, en particular, de China. De ahí procede la retórica populista, y ahora soberanista. Debemos admitir que es difícil de contrarrestarla. Su eficacia política consiste en culpar al extranjero de la mayor parte de los daños sociales que se observan en el país.

En consecuencia, el eje práctico de la política económica de Trump, además de la represión de la inmigración, es eliminar los excedentes que los socios comerciales, principalmente China, México y la Unión Europea, tienen con EE.UU.

Mantenemos ahí que la tarea no va a ser fácil, incluso imposible, sean cuales sean las gesticulaciones aduaneras.

Por varias razones. La primera surge al ver que el déficit comercial ha rondado bastante la cifra del 3 % del PIB durante más de 20 años, lo que demuestra que tiene un carácter indudablemente estructural. Hay que remontarse a la década de 1960 para encontrar un superávit. Los estadounidenses consumen más que producen o, dicho de otro modo, tienen una tasa de ahorro muy baja, sino negativa.

Si mañana Europa duplicara sus importaciones de gas licuado de EE.UU., probablemente no cambiaría mucho: el ingreso nacional aumentaría, pero también los gastos, con la misma tasa de ahorro y, por tanto, el mismo saldo exterior. Lo vimos con la revolución del gas de esquisto: EE.UU. pasó de ser importador neto a exportador neto de energía fósil, lo que en sí mismo es un tremendo choque geopolítico y una ventaja considerable en manos de Trump. Sin embargo, el déficit exterior no ha decrecido, al contrario. Y, de paso, las compras de energía fósil no generan nuevos empleos en las regiones afectadas.

La segunda razón es que EE.UU. disfruta de lo que los economistas llaman célebremente el «privilegio exorbitante», es decir, su monopolio sobre las «exportaciones» de dólares. El dólar sigue siendo la moneda imprescindible de las transacciones internacionales. Todos los países, incluso Chile, tienen que «importarlo» si quieren participar. Se fabrica a un costo escaso o nulo (una línea en el balance de un banco estadounidense) y se vende caro, es decir, a su valor nominal frente a buenas importaciones.

Por supuesto, los ingresos de este privilegio –que ahora los soberanistas llaman desventaja exorbitante– van al Tesoro estadounidense o a los bancos de Wall Street, nunca a la gente común de Wisconsin.

Otro aspecto del privilegio es que, a ojos de los inversionistas de todo el mundo (incluso las AFP en Chile), la deuda del Tesoro estadounidense es el activo financiero más seguro que existe. El resultado es una afluencia estructural de capitales en busca de seguridad. EE.UU. exporta sus títulos de deuda en lugar de bienes y servicios. No puede tener las dos cosas a la vez.

Otra forma de actuar de Trump sería hacer bajar bruscamente el dólar (o subir el renminbi chino si China lo acepta) para hacer más competitivos los productos estadounidenses. Pero esto significaría precios extranjeros más altos y, por tanto, más inflación local. Lo mismo vale con aranceles, ya que hacen subir los precios foráneos. Recordemos que Trump se jactó durante su campaña electoral de ser el campeón de los precios baratos. Además, para bajar el dólar necesita recortar los tipos de interés, algo que el banco central y el FED se niegan a hacer en el clima actual.

Supongamos incluso, como tercera razón, que este déficit estructural pueda reducirse. Iría en contra de los intereses de EE.UU. porque el estatus dominante del dólar y los superávits forman parte de su fuerza de proyección estratégica y de su hegemonía. Sería irónico que en un momento en que EE.UU. utiliza este hard power para torcer el brazo a sus socios comerciales, un éxito de esta política significaría su renuncia. El dólar se convertiría en una moneda tan común como cualquier otras. Hay entonces una contradicción al ver a Trump amenazando a los países respecto de si van a abandonar el dólar como moneda de transacción.

¿Significa esto que el margen de acción de Trump es en realidad bastante limitado? Yo lo creo. Las ganancias que se puedan obtener serán a corto plazo, probablemente en forma de compras de equipamiento militar y de combustibles fósiles. Y serán blandidos por Trump como trofeos de guerra, que en realidad lo son.

Pero el riesgo de tal estrategia es inmenso, porque lo que está destruyendo es la confianza en el orden político internacional.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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