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En defensa del plinto y de la plaza Opinión Agencia Uno

En defensa del plinto y de la plaza

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Fernando Balcells Daniels
Por : Fernando Balcells Daniels Director Ejecutivo Fundación Chile Ciudadano
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¿Qué pasa cuando lo común entra en crisis y lo que unos reconocen como propio, otros, con igual derecho a la propiedad cultural, lo consideran como impropio?


Sucede que la plaza de los muchos nombres hoy no tiene ninguno. No hay un nombre único que pueda satisfacer a los que quieren seguir llamándola Plaza Italia, a los que quieren insistir en denominarla Plaza Baquedano, a los que se han acostumbrado a hablar de la Plaza de la Dignidad.

La incapacidad de retener un nombre o decidir sumarle varios, muestra la pérdida del sentido de lo común. Ese vacío es el síntoma de lo que ocurre en el país desde que todos los proyectos de reconstrucción institucional fracasaran en ser aceptados como un mínimo común por los chilenos.

¿Cuál va a ser el destino del plinto y de la plaza?

Hace una semana, un acuerdo del Consejo de Monumentos Nacionales (CMN) permitió abrir al público un debate soterrado y viejo que se suponía carente de interés político. En esa ocasión, el CMN anunció que la estatua de Baquedano y el plinto se reunirían en un lugar distinto a la plaza. El acuerdo provocó reacciones variadas; unas alteradas y otras moderadas.

Del lado de las opiniones inmoderadas, varias simplemente exigían la restauración del antiguo monumento, como reclamando derechos que no necesitan argumentarse sino que simplemente exhiben su fuerza y repiten la prepotencia de los reconquistadores en los primeros años de nuestra historia.

Del lado de los comentarios moderados, se criticó el hecho de no consultar a las autoridades electas, a los artistas y a las instituciones culturales, dejando la plaza desnuda, convertida en península del parque y desprovista de propósito.

Una semana después, el Consejo de Monumentos Nacionales aclara su acuerdo anterior y lo que era el anuncio de desplazamiento de la estatua y del plinto, se transforma en aviso de su regreso a su sitio original. El viaje por Santiago duró solo siete días.

Hace más de 150 años, el historiador Carlos Marx afirmaba que la historia se repite, una vez como tragedia y otra vez como farsa. Marx se refería a la opereta protagonizada por Napoleón III intentando imitar a Napoleón. Lo interesante aquí es que los ciclos históricos que convierten las tragedias en comedias ahora tienen un ritmo semanal.

Tanto el Consejo como sus comentaristas pasan por alto el período de cinco años vibrantes en los que las certezas de todos los chilenos han sido remecidas por el rechazo y la impotencia.

Varias voces razonables se han levantado para hacer precisiones a los acuerdos del CMN. Ricardo Martínez, excomandante en Jefe del Ejército, ha señalado su preferencia por el retorno de la estatua de Baquedano a la plaza, pero también ha analizado las complejidades de la relación del Ejército con la ciudadanía cuando a esta institución se la usa como policía en los conflictos políticos internos. Martínez sugiere otros emplazamientos posibles en un ánimo de respeto y reconocimiento al papel histórico de Baquedano.

Carlos Maillet, exdirector del Servicio del Patrimonio Cultural, llama la atención en el hecho de que resolver el dilema de la plaza y del plinto es imposible sin recurrir a la opinión ciudadana.

El gobernador Orrego, por su parte, tiene razón en pedir que no se ponga en riesgo el diseño en construcción para el eje vial Alameda-Providencia. También tienen razón los jóvenes que desde hace un par de años tienen abierta una página web que se pregunta (revisa en este link su página de Instagram).

No está de más relevar acá la emergencia del reflejo “febrerista” que consiste en hacer las cosas cuando nadie las note y los que lo adviertan no tengan capacidad de reacción. Parece que hemos quedado encerrados entre la espada y la pared; entre la imposición de un punto de vista autoritario y el inmovilismo de una burocracia trabada por su propia astucia.

Este no es el tipo de debate en el que queremos entrar ni se trata de una fatalidad a la que debamos resignarnos. Es necesario poner a disposición de la ciudadanía alternativas más creativas, viables y ancladas en los desafíos de una mejor convivencia.

Hay fuertes argumentos para proponer un punto de vista distinto al de los que simplemente exigen una restauración.

Primero, el respeto a la plaza y a su historia como punto de reunión y celebraciones nacionales (deportivas en general) y familiares. Mujeres, indígenas, caceroleras y huasos, estudiantes, trabajadores, turistas y comerciantes; todos hemos pasado y nos hemos manifestado en la plaza.

Segundo, una mirada al sentido de las esculturas públicas que, más que celebrar a los héroes y las gestas del pasado, se instalan como señales de orientación hacia el futuro.

El arte público, desde hace más de cien años, hace monumentos desde los intersticios de sus propias construcciones urbanas. El anillo de fierros y rieles diseñado por Vicuña Mackenna es el último vestigio arqueológico de una pensamiento urbano en Santiago.

El plinto es obra de la historia

No hay que olvidar que el plinto que sostuvo la estatua de Baquedano fue también la tumba del soldado desconocido. Ese chileno desconocido es heroico porque es anónimo y en el plinto se recoge el homenaje de Chile a los chilenos. Recordar a ese ciudadano es devolvernos a todos el respeto que nos merecemos. Eso es lo que está en juego en los monumentos públicos.

Es un hecho de la causa que el plinto ha sido abandonado a las inclemencias y a la volatilidad de las múltiples libertades que la soledad le ha otorgado. En estos cinco años, el plinto ha sido objeto de un sinfín de fotografías, selfies, intervenciones culturales efímeras, representaciones artísticas e interrogaciones sobre los sentidos de la monumentalidad y del espacio público.

Con los años, el plinto se ha vuelto, más que un testimonio, un monumento en sí mismo. Construido como un accesorio, ha sido transformado por la historia en objeto de culto y de experimentación artística.

El vacío nos llama a la atención. No solo en este largo momento de encrucijada cultural sino como advertencia permanente al desafío de manejar nuestros conflictos y construir una convivencia en el barullo de la paz.

Un monumento no trata solo con lo que queremos hacer visible sino con lo que queremos hacer vivir entre nosotros.

El plinto sobre el que descansa la estatua es la plataforma que levanta desde la tierra los objetos que decidimos elevar sobre nuestras cabezas y a los cielos. Inversamente, la plataforma es el plano que acoge lo que viene de lo alto, como las revelaciones que nos han sido dadas para iluminar nuestro camino. En cualquier caso, la plataforma no está unida a lo que aterriza o a lo que vuela desde ella.

Sobre todas estas aproximaciones y otras nos debemos un debate público.

Concurso público

El monumento que buscamos no mira al pasado sino al porvenir. Es mejor dejar en manos de los artistas esta dimensión del tiempo histórico, tan difícil de abordar por el sistema político.

El camino para transitar por este laberinto es el llamado a un concurso público X el plinto y por la plaza, en el que todas las ideas serán bienvenidas, excluidas las ofensas y las violencias. El concurso será convocado por la agrupación X el plinto y la plaza y las bases serán publicadas a más tardar la primera semana de marzo.

Todas las propuestas serán consideradas en su mérito técnico y el oficio será apreciado en función de su contribución al carácter común del lugar y de las imágenes ofrecidas como señales de una ardiente convivencia pacífica.

Confiamos en que la envergadura de los aportes desde el arte podrán ser asumidos, en su momento, como propios por las autoridades.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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