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La blasfemia de Chomali Opinión Agencia Uno

La blasfemia de Chomali

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Leonardo Jofré
Por : Leonardo Jofré Abogado, Magíster en Derecho, mención Derecho Público
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La crítica presente no es sólo por el planteamiento concreto y simbólico de la autoridad eclesiástica (y sus efectos deseados como indeseados, pero efectos al fin y al cabo), sino que también una interpelación a la propia identidad de la Iglesia.


El cardenal arzobispo de Santiago, Fernando Chomali, generó controversia al afirmar: “Una blasfemia representará a Chile en el Festival de Viña 2025”. Esto lo dijo en relación a la canción Infernodaga de Dani Ride, que representará a Chile en la competencia internacional del Festival de la Canción de Viña del Mar.

La canción aborda la historia de una persona que acepta su orientación sexual frente a la homofobia de su familia, especialmente en un contexto religioso. Un proceso que, si no fuera por la fuerte carga cultural y histórica que acompaña la homofobia, no sería ni complejo ni traumático. Es inevitable, entonces, reflexionar sobre las palabras de Chomali.

Desde una visión secular, una blasfemia es una expresión injuriosa contra alguien. Desde la expresión cristiana -que suponemos utiliza la autoridad de la Iglesia- representa una afrenta a Dios o lo sagrado. Allí, en el plano a lo menos de lo simbólico, perpetuar la idea de la propia identidad sexoafectiva como un posicionamiento contra Dios resulta una nueva expresión de la misma vieja coacción religiosa sobre la libertad personal. Aquello no se suaviza con antiguos dichos del Arzobispo sobre la tolerancia o aceptación, porque la explicitación de lo ofensivo vuelve a poner sobre la palestra que, por más que exista un discurso de igualdad ante los ojos de Dios, siempre existirá una diferenciación resuelta como discriminación negativa frente a otros por el mero hecho de existir. La orientación sexual (y afectiva) no se trata de prácticas ni estilos de vida, se trata de la identidad, y la identidad en tanto elemento constitutivo del mismo ser.

Chomali también declaró que la canción es “una gran bofetada” para millones de cristianos, y que “sólo queda poner la otra mejilla y perdonar porque no saben lo que hacen”. Desde su perspectiva moral cristiana, impone a “millones” de personas creyentes una visión colectiva como víctimas en oposición a aquellos que reivindican su identidad LGBTIA+, un colectivo que, precisamente, ha sido históricamente víctima de violencia, incluyendo la de buena parte de la Iglesia. Esta inversión de roles no es lejana a aquellos discursos autoritarios que imponen una concepción de enemigo frente al cual luchar, cual guerra santa que obedecer por un fin ulterior de sobrevivencia.

Todo lo anterior podría resultar una mera anécdota más de una larga tradición conservadora de la iglesia católica en Chile. Pero lejos de ello, en un contexto de recrudecimiento de las ofensivas antiderechos en el mundo, con victorias electorales de la ultraderecha y la mentira como herramienta movilizadora a través del miedo, estos discursos son un acervo más contra las personas LGBTIA+. Estas representaciones son las que precisamente devienen luego en violencia física y psicológica, pues encuentran en este tipo de actos la autorización para su actuar. Por eso, es preciso volver a insistir en que la cuestión LGBTIA+ no es una de meros derechos civiles, es una cuestión que tiene que ver con el derecho a la vida e integridad.

Por último, la crítica presente no es sólo por el planteamiento concreto y simbólico de la autoridad eclesiástica (y sus efectos deseados como indeseados, pero efectos al fin y al cabo), sino que también una interpelación a la propia identidad de la Iglesia. ¿Qué pasa con las personas LGBTIA+ católicas, que les gustaría desarrollar su fe al alero de ella? En una idea más universal, ¿cómo la religión -más allá de la cristiana católica- se puede transformar en un espacio que acoja e integre, y no subordine ni discrimine? La pérdida de fieles está lejos de ser una cuestión vinculada a la baja natalidad, como anteriormente ha referido el Arzobispo. Es una cuestión de credibilidad al analizar la coherencia de la palabra de Dios con el actuar de la Iglesia misma. Y hoy nos demuestra que se continúa en la misma senda.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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