Publicidad
J. D. Vance, los neonazis y la democracia Opinión efe

J. D. Vance, los neonazis y la democracia

Publicidad
Renato Cristi
Por : Renato Cristi PhD. Professor Emeritus, Department of Philosophy, Wilfrid Laurier University.
Ver Más

El vicepresidente Vance favorece una democracia ilimitada que permita la posibilidad de votar por quienes buscan destruir la democracia, y de aliarse con ellos. El canciller Scholz rechaza la alianza con neonazis.


En su reciente visita a Alemania, el vicepresidente de los Estados Unidos, J. D. Vance, ha declarado que la principal amenaza que se cierne sobre Europa no es Rusia o China. La amenaza principal es interna y consiste en el abandono europeo de valores democráticos fundamentales. Vance se refiere a la negativa de los partidos políticos alemanes para aliarse con el AfD, Alternative für Deutschland, en caso de que este partido alcance la segunda mayoría de los votos en las elecciones de la próxima semana, como vaticinan las encuestas.

El canciller Olaf Scholz ha respondido vigorosamente al discurso de Vance. Alemania debe defender su democracia de un partido extremista que ha sistemáticamente minimizado las atrocidades cometidas por los nazis. Algunos de sus miembros han adoptado los eslóganes de Hitler.

En ocasiones la democracia debe defenderse de quienes, adhiriendo a procedimientos genuinamente democráticos, la traicionan y buscan destruirla. Este es el dilema que vivió, de manera trágica, la joven república democrática alemana de Weimar. ¿Debieron los demócratas abandonar los procedimientos democráticos, como sugiere Carl Schmitt, para defenderse de quienes abusaban de ellos? ¿O, más bien, como lo plantea Hans Kelsen, debieron respetar esos procedimientos, aunque ello significase la destrucción de la democracia?

En 1932, Schmitt denuncia públicamente al partido nazi. Escribe: “Quien conceda la mayoría a los nacionalsocialistas procede torpemente… Le otorga a este movimiento ideológico y político, aún inmaduro, la posibilidad de cambiar la Constitución, de establecer una iglesia estatal, de disolver los sindicatos, etc.”. Lo que busca Schmitt es una dictadura que salve Alemania de caer en poder de los nazis. Apoya al general Von Schleicher, quien paradójicamente, al igual que Schmitt, es admirador de Mussolini.

Kelsen, también en 1932, sostiene que cualquier intento por constreñir la voluntad de la mayoría e impedir su curso, aun cuando lo que se busque sea protegerla de un suicidio, es atentatorio contra ella. Escribe: “Quien esté por la democracia no debe dejarse atrapar por una fatídica contradicción y aferrarse a una dictadura para salvar a la democracia. Debemos permanecer fieles a nuestra bandera, aun cuando se hunda el barco y descienda al abismo solo con esperanza de que el ideal de la libertad es incorruptible y que mientras más profundo se hunda renacerá algún día con más pasión”.

Dicho de una manera más cruda, mientras los demócratas estrictos o procedimentales admiten el suicidio democrático, los demócratas militantes están dispuestos a combatir el fuego con fuego. ¿Cómo salir de este callejón aparentemente sin salida? ¿Dejamos que el barco democrático se hunda, como efectivamente se hundió en Alemania (y se hunde hoy en día en Estados Unidos), o acudimos a una dictadura como tabla de salvación?

El vicepresidente Vance favorece una democracia ilimitada que permita la posibilidad de votar por quienes buscan destruir la democracia, y de aliarse con ellos. El canciller Scholz rechaza la alianza con neonazis. Se inclina a favor de una democracia militante que suspenda y limite constitucionalmente los derechos democráticos de quienes optan por posturas antidemocráticas.

Scholz se apoya para ello en Hermann Heller, teórico del Partido Social Demócrata, quien, en 1932, critica el procedimentalismo de su partido. Al “escindir la unidad entre ley y poder (Macht)”, ese legalismo es responsable de la hegemonía alcanzada por Hitler y los nazis. Se ha privilegiado al Estado judicial y parlamentario, descuidando la función que le compete al Estado ejecutivo.

Reconoce Heller que ya en la Roma republicana se conoció la institución de una dictadura democrática. Los dictadores eran nombrados por el Senado por un periodo limitado y su mandato era revocable democráticamente. Escribe Heller: “Desde la época de la antigua democracia romana, se reconoce en Occidente que en los estados de emergencia hay que concentrar la autoridad estatal en manos de un dictador democráticamente elegido, y que puede ser revocado”.

Para proteger a la democracia de la amenaza neonazi, tanto en Alemania como en Estados Unidos, parece necesario hoy en día optar por Heller y apoyar una militancia democrática. Esto justifica negarse a formar alianzas políticas con extremistas. Podría justificar también una dictadura democrática que decida promulgar  constitucionalmente la ilegalidad de partidos extremistas.

Apelar a la democracia, como hace Vance, para favorecer sus preferencias neonazis, no lo convierte, en absoluto, en un demócrata. Scholz, en cambio, en su militancia democrática aparece como un auténtico demócrata.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias