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¿Rumbo a una nueva Conferencia de Yalta?
Algo similar ocurrió en octubre de 1962, cuando las conversaciones entre la entonces Unión Soviética y el Gobierno de Kennedy sobre los cohetes rusos en Cuba se desarrollaron sin la presencia de Fidel.
El 12 de febrero recién pasado, a través de diversas agencias, se conoció que el presidente Trump había conversado con el presidente Putin, en “una larga y muy productiva llamada”, como se comentó en Washington DC (WDC), sobre Ucrania y varios temas más.
Durante su campaña, Donald Trump había manifestado que acabaría la guerra rápidamente y desde hace días circulan versiones de un plan de paz no confirmado. Por cierto, llama la atención que en estas conversaciones no participen el presidente de Ucrania, ni representantes de la Unión Europea ni de la OTAN.
Conocido es también el interés de EE.UU. de que sus socios contribuyan más al gasto de defensa y, en especial, al soporte de la guerra. En la actualidad, la mayoría de los países europeos destinan menos del 2% de su Producto Interno a defensa.
“América primero” es el lema del nuevo Gobierno y eso pasa por disminuir los subsidios que en materia de seguridad y defensa realiza hoy en día. De paso, la guerra ucraniana se ha transformado en un flanco no previsto para WDC que lo distrae de la competencia china, su principal preocupación.
La competencia es geopolítica
La guerra en Ucrania se presentó en buena parte del mundo occidental como una guerra de carácter ideológico, de un país “libre” atacado por una potencia totalitaria, de una democracia amenazada por una dictadura y argumentos similares.
En realidad, tanto Ucrania como Rusia poseen economías de mercado y se conocen los reclamos al sistema político ruso, pero se conoce menos el que las actuales autoridades ucranianas han proscrito a cerca de una docena de partidos políticos opositores.
Ese tipo de explicaciones obvian una realidad presente desde hace años en Ucrania: se trata de un país donde convive un alma rusa, eslava, de religión ortodoxa, junto a otra de más contenido occidental, católica, de influencia polaca y báltica, que convive con el Rus de Kiev, cuna de la cultura rusa que se extiende por lo que hoy es Bielorrusia, Rusia misma y el Donbás ucraniano.
Esta tensión estalló el 2014 y dio lugar a los llamados acuerdos de Minsk, que no fueron respetados, y el encono se profundizó. Cuando estalló la guerra, buena parte del mundo occidental adhirió a la tesis de que esta era una guerra de contenido ideológico y no geopolítico (Chile y su diplomacia asumieron esa posición).
El conflicto originado por las dos almas de Ucrania, como lo escribimos en esos días, no era todo, era el árbol que no dejaba ver el bosque. Porque además de la tensión interna ucraniana, en los últimos años, al amparo de la orientación prooccidental, la OTAN se fue expandiendo hasta las fronteras de la Federación Rusa, incluida su retaguardia en Georgia.
Ante ello, Moscú asumió la misma actitud que WDC en la crisis de los cohetes soviéticos en Cuba en 1962: una potencia no puede instalarse en las fronteras de otra. Se transforma en una amenaza a su seguridad. Pese a los reclamos rusos, la OTAN prosiguió su expansión hacia el Este, lo que agregó otro ingrediente al polvorín que se estaba incubando en las estepas.
¿Una nueva Yalta?
Del 4 al 11 de febrero de 1945, en Yalta, Crimea, se reunieron Winston Churchill, José Stalin y Franklin D. Roosevelt, los líderes de las potencias que enfrentaron al nazifascismo que a esas alturas estaba a la defensiva estratégica, ad portas de su colapso. La reunión asumió el desafío de diseñar el orden mundial de la postguerra.
Allí se planeó el surgimiento de Naciones Unidas, la división y desarme de Alemania, el apoyo a EE.UU. en su guerra contra Japón, y de alguna manera se prefiguró el mundo bipolar que posteriormente daría origen a la Guerra Fría.
¿El acercamiento de Trump a Putin nos anuncia una reedición de Yalta? ¿La agenda se reducirá a la guerra de Ucrania? ¿Cuándo se sumará China a las conversaciones? Está relativamente claro quiénes se sentaran a la mesa principal, resta por ver quiénes irán a la mesa chica (la mesa del pellejo, como se le dice en mi tierra) y, por cierto, quiénes se quedaran debajo de la mesa.
La agenda entre WDC y Moscú obviamente no se reduce a la guerra de Ucrania. Materias como la gobernanza global, el equilibrio estratégico y la búsqueda de una coexistencia pacífica son, entre otros, temas en los cuales el realismo indica que la opinión de la Republica Popular China es indispensable.
La prensa, especialmente la occidental, destaca la ausencia de Zelenski en estas tratativas, pero es evidente que el tema es el bosque y no el árbol. Algo similar ocurrió en octubre de 1962, cuando las conversaciones entre la entonces Unión Soviética y el Gobierno de Kennedy sobre los cohetes rusos en Cuba se desarrollaron sin la presencia de Fidel. Veteranos funcionarios recuerdan hasta hoy en La Habana la frustración e ira de este último en esos momentos.
Colofón
Lo que asoma en el período próximo es la necesidad de recomponer el orden mundial, y pareciera que la instalación de la administración Trump asume ello, aunque con modales propios de Terminator. Por cierto, hay varios capítulos que no hemos mencionado en estas apretadas notas: la reacción de Europa, el destino de la OTAN, qué pasa con los aliados de EE.UU. en el mundo asiático (Japón, Corea, Taiwán, Filipinas, entre otros).
Obviamente también está en el aire la pregunta de cómo nos impactarán estos procesos, pero eso es para otra columna.
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