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Impuesto al cigarro: una respuesta al mundo woke Opinión

Impuesto al cigarro: una respuesta al mundo woke

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Henry Wachtendorff
Por : Henry Wachtendorff Profesor de Economía, Universidad Adolfo Ibáñez
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No olvidemos que este espíritu antipobre también ha pasado colado en la discusión del impuesto al alcohol.


Primero, me dijeron: “fumar es riesgoso para la salud”. Sí, claro, obvio. Trabajar de noche, hacer turnos de 24 horas en las postas, beber alcohol, ingerir la píldora más popular de Chile (zopiclona), vivir en una ciudad con polución como Santiago, trabajar en faenas peligrosas como la minería, tener una relación sentimental por mera dependencia emocional, asumir una interacción sexual sin profilaxis… En fin, hay muchas cosas en la vida que implican riesgos para la salud física o mental. Sin embargo, lo que le corresponde a una sociedad libre es advertir y concientizar, mas no empujar a la gente al mercado negro, que es lo que denuncia esta columna.

¿Por qué? Porque el principio de toda sociedad liberal, como la mayoría de las naciones occidentales, es asumir que todos y todas somos iguales en dignidad y derechos. En consecuencia, mal podría un grupo de ciudadanos arrogarse la autoridad moral para decirnos qué hacer o no hacer con nuestro cuerpo en el ámbito de la intimidad y cuando no afectamos a terceros. ¿O acaso no prohibimos ya el consumo en colegios, plazas y otros lugares públicos? Suficiente.

Segundo, superada la discusión moral, que por supuesto es fundamental, surge el argumento técnico-económico: “Pero al fumar generan un costo extra en el sistema de salud, puesto que luego hay que atender sus patologías pulmonares”. En esta discusión empezamos a confundir lo “general” con lo “marginal”, ya que nadie planteó quitar el impuesto al cigarrillo. Lo que denuncia esta columna es que la última alza impositiva (del año 2014), es decir, la alza “en el margen”, no trajo más beneficios que costos: técnicamente, recaudamos menos que antes. Si en 2015 recaudábamos 39,22 millones de UF, en 2024 recaudamos 26,51 millones de UF (Hermann Consultores). ¿Curioso? Para nada. Con esta alza, el Estado creó un mercado negro que atiende al 47% de los consumidores, y ahí nadie paga impuestos (Mide UC). Es decir, nos pasamos de largo en la famosa curva de Laffer.

En esta misma línea técnico-económica, colegas economistas especialistas en salud yerran al argumentar sobre “los miles de papers académicos que estiman, en Estados Unidos y otros países desarrollados, que los impuestos sirven porque bajan la incidencia del tabaquismo y permiten recaudar más”. Nuevamente responden desde la generalidad y no desde el análisis marginal. La pregunta relevante es: ¿Sirvió el alza de impuestos de 2014 desde el punto de vista de la recaudación e incidencia, o estábamos mejor con la tasa previa? Acá hay que hacer un análisis costo-beneficio en el margen, que perfectamente podría encargar la DIPRES, a propósito de sus últimos errores en la estimación de los ingresos tributarios (entre ellos, por una sobreestimación de la recaudación por concepto de impuesto al cigarrillo).

Tercero, luego viene el argumento respecto de la progresividad: “Quienes más pagan el impuesto son quienes más tienen recursos”. Nuevamente, la generalidad sobre la marginalidad en el análisis. Sin embargo, debo reconocer que no expuse debidamente mi punto, puesto que no me refiero a “regresivo” en el sentido técnico de la economía (si son quienes más recursos tienen quienes asumen la mayor carga del impuesto). Más bien, lo “antipobre” es haber empujado a las personas de menos recursos a recurrir al mercado negro, a vendedores informales, que muchas veces les ofrecen productos falsificados o de dudosa composición. Esto debe visibilizarse. ¿No es moralmente perturbador?

No olvidemos que este espíritu antipobre también ha pasado colado en la discusión del impuesto al alcohol. En algún momento, nos propusieron (los mismos legisladores salubristas) un impuesto por grado de alcohol, que afortunadamente el gremio de los pisqueros logró frenar con notable efectividad. De haber prosperado esta iniciativa, solo nuestros hijos e hijas (de la élite económica o del 5% más rico del país) podrían disfrutar de una buena piscola, mientras que los pobres tendrían que comprar productos alternativos de baja calidad, como lo hacen hoy con el whisky o el ron. ¿No nos remueve moralmente que el consumo de este bien (que algunos colegas moralistas denominan “mal”) de calidad solo pueda ser disfrutado por quienes tienen más recursos?

Finalmente, no nos perdamos en el panorama general:

  1. El Estado sube por enésima vez el impuesto al cigarrillo en 2014.
  2. Con esta alza, el Estado incentiva fuertemente el mercado negro.
  3. El mercado negro absorbe gran parte de la demanda de consumidores de menos recursos.
  4. El Estado recauda menos que antes.
  5. El Estado destina recursos de los contribuyentes para perseguir, inútilmente, a los contrabandistas.
  6. Los consumidores de productos falsificados probablemente terminen ocupando las mismas camas de hospitales que ingenuamente quisimos liberar.
  7. Los contrabandistas obtienen rentas de los más pobres.

Permítanme, entonces, estimados lectores, insistir: desde la racionalidad, no hay ninguna justificación para mantener esta alza de impuestos (de 2014).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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