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Por una ciencia colaborativa y responsable Opinión Crédito imagen: foto referencial

Por una ciencia colaborativa y responsable

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El desafío hoy es avanzar hacia una ciencia colaborativa para el ejercicio comprensivo y responsable de estos (des)encuentros al interior de nuestra sociedad.


El reciente debate sobre la pertinencia del Laboratorio de Estudios sobre Violencia Institucional y un Taller de formación financiado por Fondecyt Regular de Anid, deja entrever la dificultad de una parte de la sociedad chilena para comprender cuáles son los desafíos actuales de las ciencias básicas en nuestras sociedades. Preguntarse por la relación entre la ciencia y su entorno es un tema complejo por varias razones: 

Históricamente, las ciencias sociales se han pensado en la definición de problemas aplicados a la resolución de preguntas que a la sociedad le preocupan. Es la diferencia entre una ciencia básica y una ciencia aplicada, siendo la primera la base de la construcción de saberes que luego tendrán su alcance aplicado. 

Cabe señalar, sin embargo, que la pregunta por el saber y por la axiología de la ciencia nace a menudo cuando la ciencia observa las consecuencias (a veces nefastas) de su producción de conocimiento. La cuestión ética y de cuestionamiento a sus propios saberes adquiere fuerza cuando los estragos sobre las comunidades estudiadas comienzan a observarse. 

La tercera complejidad de esta pregunta reside en el hecho de que nos obliga a releer y revisar el quehacer científico en su totalidad y no solo en sus resultados. Es decir, el cuestionamiento y la respuesta a los problemas generados por la investigación científica necesitan incorporar el análisis del proceso investigativo completo.

Y es aquí, justamente, donde los supuestos de objetividad de la ciencia tienden a estrellarse con la evidencia de que los criterios del saber, como asimismo los criterios éticos, pueden ser muy distintos según los contextos y los tiempos históricos desde donde se levanten. 

La diversidad de contextos de producción de saberes nos deja en evidencia, también, que el ethos del científico social siempre tendrá que habérselas con otros ethos y otras éticas. Una axiología de la ciencia social, por esencia, deberá saber dialogar con esas otras axiologías de saberes y haceres. 

En este sentido, más que verdades del quehacer científico y en especial de las ciencias sociales, hoy, ante la complejidad de los fenómenos analizados, se urgen perspectivas para comprender las formas en que hemos estructurado nuestros conocimientos y cómo ellos alteran nuestra convivencia.

Plantear la responsabilidad de la ciencia es hacerse cargo de este desafío ético del respeto a las muchas verdades. La verdad o las verdades son patrimonio de todos los seres humanos; compatibilizar el rigor científico con la transparencia y la responsabilidad ética con dichas verdades es un desafío.

Para las ciencias sociales en su conjunto esto es especialmente relevante, por cuanto su objeto de estudio son justamente las sociedades y el método obliga a desarrollar relaciones próximas con personas. La generación del conocimiento social es un proceso que se vale de perspectivas diferentes y en constante cambio.

Son estas premisas las que, por razones morales y prácticas, hacen relevante que la generación y utilización de este conocimiento deba ser obtenido atendiendo a consideraciones colaborativas.

Ciertamente, este desafío ético del respeto a los otros saberes exige adherir a un lenguaje común, transparente en el sinceramiento de los propios intereses y búsquedas. Construir los límites de la relación es un trabajo de todos, pero crear las condiciones para que ello sea factible es responsabilidad del cientista social.

Para las ciencias sociales el problema es especialmente complejo, en un mundo letrado el quiebre de la autoridad intelectual dice relación con el cuestionamiento a la superioridad del científico en la interpretación y comprensión de la realidad social. Ciertamente, ni la experiencia ni la actividad interpretativa del científico pueden considerarse inocentes.

La investigación social, más que la interpretación de “otra” realidad, es siempre una negociación constructiva que involucra a dos y más sujetos. No hay significado discursivo sin interlocución y contexto. Sea cual sea el objetivo de la investigación, siempre conlleva una relación social que genera efectos sobre los resultados obtenidos. 

El sueño positivista de una perfecta inocencia epistemológica enmascara el hecho de que la diferencia no es entre la ciencia que efectúa una construcción y la que no lo hace, sino entre la que lo hace sin saberlo y la que, sabiéndolo, se esfuerza por conocer y dominar lo más completamente posible sus actos y los efectos que estos producen. 

Si en su etapa fundante a las ciencias sociales no les cabía duda de que era el científico quien definía esa verdad y esa autoridad, hoy dicha “autoridad científica” no se sostiene ni legitima en términos epistémicos y axiológicos si no se amarra a una verdad compartida. Las discusiones actuales en el campo de las ciencias sociales exigen partir de la base de una ontología que se niega a separar y a oponer objeto y sujeto. 

Los laboratorios, las escuelas, los espacios colaborativos, de encuentro, difusión y extensión se orientan justamente a señalar que los resultados de la investigación y el conocimiento científico pertenecen a todos, por ende, los cientistas sociales son responsables pública y políticamente del conocimiento generado. El desafío hoy es avanzar hacia una ciencia colaborativa para el ejercicio comprensivo y responsable de estos (des)encuentros al interior de nuestra sociedad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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