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Donald Trump y lo que significa para Chile
Ya tenemos suficiente con los problemas de seguridad pública, una economía que no crece lo que todos queremos y un Estado que está tan grande que no lo podemos financiar con los ingresos que generamos. ¿Para qué abrirnos un frente adicional en el exterior?
Al parecer estamos en tiempos en que el mundo está gobernado por Donald Trump, Xi Jinping y Vladimir Putin. En poco más de un mes que Trump lleva como el 47° presidente de los EE.UU. ha hecho mucho de lo que dijo que haría, y que muchos se resistían a creer que haría.
No solo está negociando con Rusia el término de la guerra en Ucrania, sino que también les pasó el mensaje a los europeos en orden a que se hagan cargo de su propia defensa, y no me extrañaría que le diga a Xi que no le interesa lo que pase en Taiwán, ya que es un problema entre chinos, con las consecuencias que ello tendría en esa parte del mundo, que al igual que Europa llevan años viviendo de la seguridad provista por los estadounidenses.
A lo anterior se suma la revisión de tarifas de importación de productos de México y Canadá, la eliminación de financiamiento de organizaciones multilaterales y del famoso programa de USAID, demostrando en todos los frentes que está hablando en serio en lo que se refiere a la implementación de su programa de campaña, Make America Great Again, conocido como MAGA.
Por ello no debería sorprendernos que haya enviado a su vicepresidente J. D. Vance con un mensaje claro para los europeos que asistían a la conferencia de seguridad de Münich, donde les dijo en su cara que el principal problema de Europa es la debilidad interna causada por la inmigración, años de progresismo y del alejamiento de lo que se conoce como los clásicos valores cristiano-occidentales.
En línea con lo anterior, el viernes recién pasado, en una sorpresiva movida, echó al general CQ Brown, el militar de más alta jerarquía de los EE.UU., y a la jefa de la marina de guerra, la almirante Lisa Franchetti, la primera mujer en comandar la marina más poderosa del planeta. La razón habría sido que quiere militares preocupados de la eficiencia y eficacia de las Fuerzas Armadas y no de la implementación de iniciativas de inclusión, diversidad o de cualquier cosa que huela a progresismo o que sea propio de la cultura “woke”, siendo los echados símbolos de ello, uno por ser de color y la otra por ser mujer.
A muchos todo lo sucedido les causa fuerte impacto, pero no debiera ser así. Dijo que lo haría y lo está haciendo, tal como en su Gobierno anterior dijo que se sentaría a conversar con los coreanos del norte. Ahora, está avanzando a alta velocidad tanto en su agenda internacional como en la valórica propia del mundo conservador del país, que lo eligió por mayoría tanto en el colegio electoral como en el voto popular.
Todo lo anterior significa para Chile que, por lo menos por los próximos cuatro años, es muy posible que se nos exigirá o se nos demandará saber si estamos con ellos o si somos sus enemigos. Se acabaron los días en que podíamos navegar como no alineados, disfrutando de pertenecer al mundo occidental liderado por ellos, mientras China y Asia mantenían a nuestra economía.
Por eso no se entiende la estrategia del Presidente Boric de pelearse con Trump por Ucrania e Israel, dos países que, siendo importantes para nosotros, no caen en la categoría de relaciones estratégicas, excepto en el caso del último, en lo que a provisión de armamento se refiere.
¿Qué gana el Presidente para los chilenos con sus acciones? A mí me cuesta entenderlo, pero irse de frente contra el mandatario del país más poderoso de la tierra no es una buena estrategia (es cosa de preguntarle a Petro, que retrocedió en menos de 24 horas).
A lo que el Presidente está mandatado es a defender el interés nacional de Chile y eso, en pocas palabras, es lo que sea mejor para todos nosotros. Yo sé que es importante lo que sucede en Ucrania y las penurias que han pasado los ucranianos, y lo mismo pasa con los que habitan en Gaza, pero tiene que entender que sus acciones nos pueden costar caro.
Ya vemos a la Cancillería organizando reuniones público-privadas para ver cómo enfrentar posibles escenarios que se podrían dar en los próximos días o meses, algo que deberían haber hecho desde el minuto en que el presidente Trump salió electo con mayorías en las dos Cámaras.
Lo que está haciendo la Cancillería es algo que más bien es propio de un Consejo de Seguridad Nacional, que debería ser la organización que lidere nuestra estrategia en situaciones como las que podríamos enfrentar o las que están enfrentando otros países.
En lo personal, no creo que la relación con los EE.UU. esté en alto riesgo. Evidentemente no ayudan las intervenciones presidenciales, pero por otro lado tenemos sólidas relaciones a nivel económico y en el ámbito de la Defensa. La relación desarrollada por las tres instituciones es muy sólida y se valora en Washington el trabajo que hacen. Saben y también respetan que tenemos el control de los estratégicos Estrecho de Magallanes y Mar de Drake, nuestro compromiso con la Antártica, cobre, litio y los llamados minerales raros.
Veremos quién resulta electo Presidente o Presidenta a fines de año y la forma en que manejará la relación con el país del norte. Evidentemente, Kast o Kaiser estarían igual de sintonizados que Milei, pero no será fácil para el resto, que no ven las cosas en modo blanco o negro, que es la moda que impera actualmente en el país que lidera Trump.
Por de pronto, sería recomendable que nuestro Presidente trate de pasar piola, o bien andar submarineado, no buscando atraer las iras del presidente Trump, quien ha demostrado en cinco semanas que es un hombre de palabra, que hace lo que dijo que haría, que tiene el control de ambas Cámaras y que está buscando a su entender lo que él cree es lo mejor para el país que lo eligió su 47° presidente.
Si el interés nacional llega a verse afectado, es evidente que el Presidente nos debe defender o actuar, pero no es conveniente que se desgaste innecesariamente en batallas que no podrá ganar. Darse un gustito en un mundo de relaciones de poder solo aplica a los que lo tienen.
Hay que entender que el multilateralismo no es un fin en sí mismo, sino que solo un medio. Si ya no nos sirve, no perdamos el tiempo en ello y busquemos tener relaciones estratégicas con los EE.UU., China y otros países que nos sean de interés.
Ya tenemos suficiente con los problemas de seguridad pública, una economía que no crece lo que todos queremos y un Estado que está tan grande que no lo podemos financiar con los ingresos que generamos. ¿Para qué abrirnos un frente adicional en el exterior? Debemos actuar en forma responsable, pragmática y no ideológica.
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