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Más de 1000 días de guerra
Se vienen tiempos complejos y dinámicos. Lo positivo sería que, fruto de todo esto, emerja un acuerdo de convivencia pacífica entre las potencias, asumiendo que hoy en día el orden mundial brilla por su ausencia.
El 24 de febrero de 2022, fuerzas rusas ingresaron a Ucrania por varias direcciones. En el norte avanzaron sobre Kiev. En el sur sobre Jersón y en el objetivo era Járkov; de paso ocupó el litoral del mar de Azov y buena parte de la ribera del Mar Negro.
Ninguna guerra empieza con un acto súbito, siempre es precedida por un conflictivo proceso. En este caso encontramos los sucesos del 2014, que dieron lugar a los llamados Acuerdos de Minsk, que intentaron superar el choque entre Rusia y Ucrania, pero no fueron respetados, en detrimento de la población prorrusa ucraniana. Obviamente, el 2014 tiene sus propios antecedentes, y ahí encontraremos la corta y dura guerra de 2005 en Georgia, que quería expandir la OTAN. En suma, cada día tiene su ayer.
El árbol y el bosque
En esos días usamos la metáfora de que la guerra de Ucrania era el árbol que no dejaba ver el bosque. Ucrania tiene dos almas, una profundamente eslava, cuna de la nación rusa, que surgió en el Rus de Kiev, de religión ortodoxa y que se extiende por lo que hoy es Rusia misma y Bielorussia. Esa parte está asentada especialmente en su zona este, en el Donbass. Junto a ella convive un alma prooccidental, de influencia polaca y báltica, católica, y hoy, partidaria de ingresar a la OTAN y la Unión Europea, lo que fue estimulado por Occidente.
El bosque es el conflicto entre potencias, que enfrenta a los países de la alianza atlántica en su expansión hacia el este, lo que Rusia considera una amenaza a su seguridad. Para Moscú, tanto Napoleón como Hitler demuestran que Occidente los quiere invadir; en el otro lado, muchos sectores de Europa ven en Moscú a su principal amenaza.
En suma, en Ucrania se combinan un conflicto interno, con un choque indirecto entre la alianza atlántica y la Federación Rusa. El árbol y el bosque. Pese a la diferencia de potenciales estratégicos, económicos y demográficos, Ucrania y sus autoridades eran respaldadas por la OTAN. Algunos esperaban con ello desgastar a Rusia.
1000 días de guerra
Una victoria relámpago rusa fracasó por la tenaz resistencia ucraniana. Con todo, en la zona este, en el corazón del Donbass, donde predomina el alma rusa de Ucrania, las fuerzas de Moscú lograron asentarse y allí se replegaron.
Eran los momentos de gloria de la resistencia ucraniana. Una sustancial ayuda en equipos, inteligencia, logística y financiamiento desplegó la OTAN. En el campo diplomático se le aplicaron duras sanciones a Rusia, buscando desestabilizar su economía y resquebrajar su cohesión social. Kiev lanzó una contraofensiva hacia el este que le permitió recuperar territorio. Las fuerzas rusas procedieron a un repliegue ordenado, que incluyó población civil. De paso, organizaron una sólida defensa.
A inicios de junio de 2023 (verano en el hemisferio norte), Ucrania desplegó una contraofensiva, buscando romper el frente ruso y llegar al mar de Azov, para así aislar a Crimea. La defensa rusa contuvo la ofensiva; la guerra pasó a una guerra de posiciones. Ucrania demandaba más armamento a sus aliados occidentales, especialmente misiles de largo alcance, aviones F16, tanques Leopard y Abrams, para contrarrestar la diferencia en masa y golpear la retaguardia rusa. A Chile también le pidieron.
Junto a ello, en una audaz acción, en el segundo semestre de 2024 fuerzas ucranianas penetraron territorio ruso en la zona de Kursk, donde en su mejor momento lograron controlar 1300 km2, pero fueron contenidos y lentamente han perdido cerca de la mitad de ese territorio.
En el frente principal del Donbass, a lo largo de 2024, Ucrania perdió progresivamente la iniciativa estratégica y el tiempo empezó a correr en su contra. Los costos de la guerra son enormes. Siete millones de ucranianos han buscado refugio en el exterior y en el interior existen más de 3 millones de desplazados, el daño a la infraestructura es mayúsculo y solo el 2022 su economía se contrajo en casi un 40%. Ucrania no resistiría este si no contase con una sustancial ayuda de la Unión Europea y de los EE.UU.
Se acerca la primavera de 2025 y, con ello, el lento pero sostenido avance ruso en el Donbass sigue implacable. En este cuadro se produce el giro de EE.UU. que golpea la moral. Veteranos de diversas guerras me comentan que no hay nada más demoledor para un combatiente que enterarse de que la guerra se está negociando. Nadie quiere morir o quedar mutilado en el último combate.
El frente diplomático
El gran apoyo del que Ucrania dispuso a inicios de la guerra empieza a debilitarse. En Europa el costo de la guerra ha sido alto: inflación del precio de la energía al prohibirse el suministro del gas y petróleo rusos. Hoy se abastecen de gas licuado caro, procedente de compañías americanas en su mayoría.
Asimismo, los europeos costean la recepción de millones de refugiados, el mercado de alimentos se encareció y deben financiar la ayuda económica a Ucrania. Esto empezó a repercutir electoralmente y en el incremento de los euroescépticos.
En Europa hoy es posible distinguir un grupo de países más decididamente pro-OTAN, como los polacos y los bálticos, y otro más al occidente, que mira con preocupación el costo de una guerra que cuesta y dura mucho y que se ha transformado en un barril sin fondo. Por su parte, Rusia ha sufrido los embates de las sanciones, pero lo ha compensado con un acercamiento a China y al mundo BRICS; a la fecha su cohesión interna no se ve afectada.
La novedad de los últimos días es la asunción de Trump. Este sorprendió a todo el mundo al anunciar el 12 de febrero que había sostenido una larga conversación con Putin; luego, se efectuó una reunión de cancilleres celebrada en Arabia Saudita. El tema no era solo la guerra sino también la gobernanza global. Ambas naciones han acordado reestablecer relaciones diplomáticas.
El propio presidente estadounidense ha sido enfático en sus motivos: se trata de una guerra que nunca debió empezar, los EE.UU. han invertido miles de millones de dólares en ayuda militar y humanitaria. En los últimos días ha cuestionado directamente al presidente Zelenski, tildándolo de dictador –por no llamar a elecciones– y lo ha motejado de “comediante”. De paso, advirtió que Kiev deberá devolver la cuantiosa ayuda desembolsada por los EE.UU.
El giro de Washington descoloca no solo a Kiev, también a la Unión Europea y a la propia OTAN. Obviamente, si se trata de gobernanza global, en la mesa falta China. Lo más probable es que entre Moscú y Beijing exista coordinación. Trump posee hoy la iniciativa política y la usa con decisión, recurriendo muchas veces a la sorpresa, generalmente con modales de Terminator. Con ello confunde a unos y a otros, pero es fiel a su consigna: América primero. De paso, se reitera que los Estados tienen intereses y las guerras no son por principios morales.
El impacto en Sudamérica
Nuestra región no juega en las ligas mayores. En lo económico, solo Brasil tiene una estatura de jugador global. Por cierto, al pertenecer a una región periférica nos beneficiamos de una relativa lejanía de estos conflictos. En nuestro hemisferio, China se ha trasformado en gran socio comercial de primera, especialmente para Brasil, Argentina, Perú y Chile. De momento la presencia china en el continente se concentra en lo comercial y en inversiones en infraestructura.
Mas, a los EE.UU, preocupa el traspaso de tecnología, comunicaciones, 5G, tierras raras, y qué decir de compra de armamento. Todo eso está en la atenta mirada de Washington. ¿Nos acercamos a una línea roja? Armonizar nuestro comercio con el Asia y preservar buenas relaciones hemisféricas es un desafío para nuestra región. Para enfrentarlo se necesitará más realismo y menos ideología.
La mayoría de la región adscribió desde un principio a una interpretación ideológica de la guerra: se trataría de una invasión de una superpotencia totalitaria contra un país democrático. Eso es lo mismo que decir que la historia empieza cuando leo las noticias del día. Esa interpretación campeó en un conflicto que se adentra en profundas divisiones de la sociedad ucraniana y donde existen elevados componentes geopolíticos. Tanto Rusia como Ucrania son economías de mercado y a sus respectivos sistemas políticos se les han formulado criticas más allá de la guerra.
En sus inicios esta interpretación de la guerra tenía rating. Zelenski visitó numerosos países pidiendo ayuda, inauguró conferencias de paz a las que no se invitó a Rusia, convocó a fines del año pasado a jornadas para presentar su Plan de la Victoria. Asistió a la toma de mando del presidente Milei a bordo de un vehículo blindado por las calles de Buenos Aires. Hoy, Zelenski llama a formar un Ejército Europeo, ¿será viable? ¿Cuál sería su misión? ¿Su mando y sus medios?
Sudamérica no es prioritaria en el escenario político estratégico global, pero enfrenta riesgos, especialmente en el ámbito económico comercial. Algunas economías exportadoras sudamericanas se habían adaptado con agilidad a la globalización mediante una red de tratados de libre comercio; hoy, es muy probable que vengan cambios.
Será necesario reconstruir una nueva arquitectura que ordene y proteja nuestro comercio internacional. Son palabras mayores, lo más inmediato puede ser una estrecha cooperación entre países que compartimos similar desafío, y he ahí una oportunidad. Vale para el cobre, la soja, el litio, los cereales, la carne, etc. De lo contrario, los anuncios de aranceles –al menos en USA– pueden golpearnos.
Se vienen tiempos complejos y dinámicos. Lo positivo sería que, fruto de todo esto, emerja un acuerdo de convivencia pacífica entre las potencias, asumiendo que hoy en día el orden mundial brilla por su ausencia. La ONU ha demostrado que es impotente para resolver conflictos donde estén involucrados los intereses de las potencias. Ojo, si hay un alto al fuego, Rusia jamás aceptará tropas europeas de garantes, probablemente ese rol lo jueguen Turquía, India e incluso brasileños y, por qué no, fuerzas chilenas.
Como en toda guerra, se prueban nuevas armas. En esta ocasión destacan los drones, en especial la tecnología iraní en el tema; recordemos que Irán mantiene vínculos de defensa con Venezuela y Bolivia. Ucrania demuestra una vez más que la mejor defensa es la propia y, por cierto, que nunca hay que dar un combate que se va a perder. En esta oportunidad eso vale más para el mando político que para el militar.
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