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Palestinos en otro estándar
Los israelíes, sin importar si son civiles o soldados, son siempre rehenes, mientras que los palestinos, sean niños, mujeres o ancianos –hayan sido enjuiciados o no– son siempre prisioneros.
Los palestinos son una víctima incómoda, una víctima imperfecta que enfrentan las balas con piedras y los misiles con cohetes caseros. Ante la desesperación, en lugar de derrumbarse, se aferran a su fe y gritan por Allah, un acto que, en un mundo islamófobo como el occidental, se traduce en sospecha y criminalización. Palestina es la víctima imperfecta que grita, que siente rabia, que habita el qaher –esa furia nacida de la injusticia– y la expresa. Palestina es “la víctima de la víctima” y por lo tanto un imposible.
Es quizás por eso que a los palestinos se les impone un estándar que no se exige a los israelíes. La incursión de Hamás del 7 de octubre que acabó con la vida de 1200 personas es calificada como un acto terrorista, sin precedentes, “lo peor después del Holocausto”. Mientras tanto, la masacre de más de 60.000 palestinos –donde al menos el 40% eran niños–, la destrucción de al menos el 94% del sistema hospitalario, la hambruna infligida contra la población civil y el infame bloqueo de ayuda humanitaria, es clasificada como “defensa”, “guerra contra el terrorismo” o una “operación militar legítima”.
La exhibición de ataúdes de rehenes israelíes fallecidos es denunciada como un crimen de guerra, pero la entrega de cuerpos palestinos en bolsas plásticas y sin identificar por parte de Israel no genera mayores cuestionamientos. Las declaraciones de altos mandos israelíes, los cánticos populares que celebran la destrucción de Gaza y los videos en redes sociales de soldados cometiendo atrocidades circulan con impunidad, sin consecuencias reales en tribunales internacionales.
Los israelíes, sin importar si son civiles o soldados, son siempre rehenes, mientras que los palestinos, sean niños, mujeres o ancianos –hayan sido enjuiciados o no– son siempre prisioneros. El mundo se escandaliza porque uno de los cautivos israelíes liberados aparece delgado y en malas condiciones de salud, un caso excepcional si se observa el estado físico de otros israelíes que permanecieron en cautiverio con Hamás. Sin embargo, los cientos de palestinos liberados en evidentes condiciones de hambruna y tortura mental y física no llegan a los titulares.
El problema no es la condena a los actos de Hamás. El problema es la ausencia de condena hacia crímenes de igual o mayor atrocidad. El problema no es el horror por el asesinato de niños israelíes; es la normalización de la matanza de miles de bebés y niños palestinos, cuyas muertes son explicadas como “daños colaterales”. No es que las víctimas israelíes tengan nombre, historia y sueños, es que las palestinas son reducidas a cifras y despojadas de humanidad.
El estándar no es la moral ni el derecho internacional, sino quién tiene el poder de definir qué muertes importan y cuáles se pueden justificar. En este doble rasero, la sangre palestina es barata y su resistencia, inaceptable. Pero, con todo en contra, Palestina sigue de pie: imperfecta, incómoda e inquebrantable.
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