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Milei, alegrías del odio: más allá de Von Hayek Opinión

Milei, alegrías del odio: más allá de Von Hayek

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Mauro Salazar Jaque
Por : Mauro Salazar Jaque Director ejecutivo Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS). Doctorado en Comunicación Universidad de la Frontera-Universidad Austral.
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En el caso de Javier Milei, abunda la alquimia de identitarismos salvajes, cuyo a priori es la estigmatización de la diferencia, la renuncia a la palabra estatal y la imposición de semánticas de guerra que imponen una sociabilidad algorítmica donde prima la plataformización de la política.


En un tiempo empapado por vidas posmediales, guerrillas bursátiles, la producción de gobernabilidad no migra mediante narrativas, deseos de polis o perspectivas cognitivas. En medio de intersecciones geopolíticas, e imágenes vitriólicas, se estrellan las corporaciones del turboneoliberalismo, sin recomposiciones hegemónicas o reclamos de comunidad, salvo a favor de consolidar un orden postsocial.

Si la modernidad fue una máquina del tiempo compuesta por miles de dispositivos y dramaturgias, la gubernamentalidad ya no goza de la capacidad para reconocer las tendencias estéticas de la política. En suma, la época queda limitada a la digitalización de la experiencia. 

Si bien ya teníamos lo antecedentes de Marine Le Pen. Más tarde cayeron los resultados de la Cámara Europea (2024), el pasado-presente de Donald Trump y –en los últimos días– Alemania con una arremetida histórica de la ultraderecha, donde AfD obtuvo el 20,8% y devino en la segunda fuerza política. En este clima “aluvional” lo más exultante es la trama argentina, a saber, un posneoliberalismo autoritario que, al ir más allá de la Escuela de Chicago, no requiere de masas, multitudes o tejidos sociales, salvo enemizar la fase electoral.

Respecto de la criptomoneda –fase superior de la anarquía neoliberal–, nos deslizamos por el peligro de un cliché posepocal. En suma, no hay hito disociativo en el lanzallamas del presidente argentino. Abrazamos el síntoma de un tiempo escorial, cuando Milei difunde (auspicia) la criptomoneda en desmedro de la circulación del capital material (cosificado). La tristeza del capital ciego, se corresponden con un cliché, pero también hay clichés de la alegría –la alegría del odio, del resentimiento, la mala risa del tirano, del sacerdocio y su camarilla de protegidos–.

Lo que hizo en un gesto trivial se centró en una lectura desdeñosa que busca demonizar –nuevamente– la vileza histórica de las instituciones del fomento argentino, a saber, un armatoste que exudaría grasa, casta y sarro clientelar, dentro del “populismo autoritario” que no aporta hermenéutica alguna, salvo las tribulaciones del capital.

No fue un error argumental –carnal y perezoso–, sino un más allá de los “Halcones de Friedman”. Pero tampoco es posible avalar el análisis moralizante (naif) de medios y la opinología teórica, que soslaya la vanguardia especulativa del posneoliberalismo. Las guerras culturales son un campo de operaciones de dispositivos y bufones (grottescos) que frecuentan ampliamente la geografía de nuevas derechas. En este contexto, cabe admitirlo, nuestro José Antonio Kast adquiere visos de republicanismo. 

Los éxitos mediáticos y electorales de la nueva derecha son relevantes: aceleran el catastrófico cambio climático, ponen en peligro y empobrecen las vidas de sus objetivos elegidos y agravan el asalto neoliberal contra la vida pública democrática. La extrema derecha electoral captura, alimenta y convierte en arma las “tristes pasiones” concitando a Spinoza. En suma, el miedo, el otrocidio y el resentimiento.

El decadentismo de Occidente que ahora no cesa jamás de juzgar la existencia negativamente, desde una moral del resentimiento y la tristeza, de la mala conciencia. En suma, donde las potencias no se hubiesen efectuado tal y como se efectuaron: “¡Ay! Si lo hubiese sabido, ¡no lo habría hecho!”, es el grito del decadente arrepentido y culposo.

La intensificación  (post)neoliberal no reorganiza pasiones políticas, salvo para ejercer su poder legislativo, asegurando supremacías y silenciando a las minorías. En suma, el nuevo cuadro refleja una despolitización inédita donde la izquierdas se quedan sin hermenéutica política o paradigma explicativo.

Los mítines de campaña de Donald Trump y Milei, evitan construir tejido social que contrarreste la desintegración social. Una dinámica sádica para las grandes mayorías que han abrazado una grotesca alteridad –motosierra–, que denuncia las oligarquías sindicales, el partido del Estado, (casta) elites, y las universidades que inoculan marxismo cultural. Tal es la economía libidinal. Todo sucede en un escenario empapado de guerrillas  civiles, bacteriológicas, psicológicas, electrónicas, informáticas, etc. Un tiempo deshistorizado, donde las izquierdas difícilmente podrán subvertir los gravámenes de un diagnóstico ruinoso. 

Tal escena de escenas, verdadero “outsourcing ontológico”, comprende innumerables patologías mediatizadas asociadas a la industria extractivista del software y hardware. Sin perjuicio del epistemicidio, la tarea será repensar políticamente el mundo, rescatando el arte de la espera, y la interacción de las subjetividades políticas en las veloces rearticulaciones del poder. Un campo de batalla, donde se expande la incertidumbre y abunda la popularización de una narrativa de derechas sin prejuicios clasistas.

Poco a poco el iliberalismo autoritario-aceleracionista de Javier Milei, de la mano de un “elitismo lúdico”, ha inaugurado otro vector –casta– con su ruptura vocálica. En suma, hoy no es Carlos Menem, tampoco es el macrismo que aludía a la “curra”. Ambos asumieron su condición política en la era de la “felicidad crediticia”. De paso, y ante la dificultad de producir gobernabilidad, la pregunta sería cuán operativas (“solventes”) son las formas consensuales del experimento chileno, con su articulación de calle –YouTube explicativo de los expertos chilenos– y pactos juristocráticos. 

De suyo, las tensiones al interior del capitalismo financiero global desterritorializado implican nuevos acuerdos: multiculturalismo, liberal-democrático, conservadurismo posliberal, donde impera la aceleración de la temporalidad histórica. Tal aceleración de la IA nos priva de la experiencia misma del tiempo y viene a algoritmizar relaciones de vida, fomentando prácticas de riesgo.  

En medio de lo anterior aparece el desdibujamiento de fronteras –límites– entre guerra y paz, incluso su eventual naturalización pone en tensión el estatuto de “lo real”. La crisis de todo reparto comunitario nos sugiere descifrar formas intersticiales de otrocidio, que distan de la democracia representacional y su vocación de consensos. 

Hoy día en el contexto de identitarismos salvajes, la política devela su orfandad hermenéutica. Actualmente campea un “apriorismo vengativo” –beligerante– que descalifica la diferencia sin apelar al orden del discurso, a saber, la paranoia, la vileza, la ridiculización, el menoscabo, la denostación, conforman un dispositivo biosecuritario e instalan un amplio abanico de enemigos íntimos

Dado el desgaste de la articulación hegemónica, arribamos al campo pospolítico de Javier Milei –síntoma de una nueva universalidad del capital–, que rompe las formas de gubernamentalidad, abrazando la aparente figura de un “estadista siniestrado” como condición de posibilidad, para prescindir de toda semántica de gobernanza –promoviendo “narcisismos autodestructivos”–. 

En tal sentido, Milei refuncionaliza la consigna laclausiana (la pancarta de los K, amigo/enemigo) y se nutre de una mutación socio/epistémica generada por las transformaciones productivas de la sociedad digital, bloqueando la construcción de categorías cognitivas y la producción de subjetividades. 

Se trata de un momento anárquico del capital, donde toda la producción de plusvalía abulta en nombre de los “abusos de la casta”, en un sistema radicalmente precario respecto de sus derechos laborales. El capital se reorganiza contra “flujos descodificados” y la teoría del desastre o la narcoacumulación serían la expresión de una lógica flexible o axiomática de la renta infinita.

Ello si concebimos la liberalización desatada lejos de todo monumentalismo moderno de capital, asimilando que los acontecimientos negativos (desastres naturales, crisis financieras, crimen organizado, etc.) permiten reprogramar la acumulación, devastando la vida cotidiana.

En el caso de Javier Milei, abunda la alquimia de identitarismos salvajes, cuyo a priori es la estigmatización de la diferencia, la renuncia a la palabra estatal y la imposición de semánticas de guerra que imponen una sociabilidad algorítmica donde prima la plataformización de la política.

Milei es parte de una nueva doctrina del shock, a saber, un paradigma Klein de otros tiempos que captura la “antropología transformativa” del capital mediante un contrato semiótico y emocional que ha desafiado la imaginación de Baudrillard. En efecto, la inteligencia artificial  sería la infraestructura de reemplazo del Estado. Hoy solo quedan las figuras de un peronismo feudatario pero sin masas, donde las liturgias ya no responden al patrimonio estatal.

Las superficies significantes –desautorización de la palabra– y una drómica social sin orden sintáctico, solo se apoyan en imágenes del dolor posperonista. Todo devela un peronismo feudatario que cabe desmasificar dentro de las transformaciones productivas de la sociedad digital, donde la inercia estatal hace de este un depredador en serie.

En suma, un retorno intensificado al escenario 2002-2003, donde el odio a Carlos Menem se transfiere a Cristina Kirchner con su insistencia en el experimento de la renta fiscal universal, cuya premisa es “el pueblo en última instancia no se equivoca”. La expresidenta queda offside ante la “dromocracia” del capital y no toma nota de la criptomoneda (aceleracionismo) e insiste en una semántica que ha fragilizado radicalmente la teoría hegemónica. Milei, como el dorso tanático de Néstor del año 2003, última expresión de un neoperonismo.

En suma, de este modo aún retiene el 50 % de apoyo y promete estabilidad de la mano del FMI. Un “outsider” que no obedece a los flujos del “criptocapitalismo” surcados por el desgaste global del neoliberalismo.

Lejos de la demonología, la enemización advierte el mal antropológico como un proceso que se inscribe al interior de la proliferación de morales excluyentes, prácticas supremacistas y fundamentalismos que prometen restaurar el orden. Contra todo, la opacidad constitutiva no se funda en el sentido  dialéctico del término, pues la negatividad no es necesariamente constitutiva, sino fundante en Milei que exhibe orgullosamente (Pirandelo) la  visibilidad de un estadista –siniestrado–, haciendo de ello su mitopolítica, apoyada en inmediateces y discursos de lo fáctico. 

 En los grises de febrero. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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