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Segunda renovación socialista y los pueblos indígenas Opinión Cedida

Segunda renovación socialista y los pueblos indígenas

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Salvador Millaleo
Por : Salvador Millaleo Profesor Facultad de Derecho U. de Chile Investigador Asociado del Instituto Milenio Viodemos
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Las izquierdas siguen desoyendo a las comunidades, asociaciones y familias indígenas que en espacios urbanos y rurales solo quieren seguir siendo indígenas, sosteniendo sus identidades, espiritualidad y conocimientos, pero sin violencias ni esencialismos. 


Las izquierdas en Chile se encuentran en un momento de decisiones, de índole electoral, aunque difícilmente sea un momento decisivo. Uno de los temas más difíciles para todas las izquierdas ha sido su relación con los pueblos indígenas. Para ninguno de los gobiernos desde el regreso a la democracia, ni tampoco para ninguno de los actores, ha habido claridad o facilidad para comprender y dialogar con los pueblos indígenas. Sumado a la casi completa y permanente denegación que han tenido las derechas durante 35 años, esto ayuda a entender cómo aquella relación para el sistema político chileno sigue indeterminada.

Determinar la relación desde la derecha ha sido más fácil, oscilando entre un rechazo gris a una odiosidad venenosa, pasando por muy pocos momentos de compasión y apertura.

En las izquierdas, en cambio, aquella relación ha transitado repetidamente por una lejanía y una especie de idealización que ronda una genuina perversión afectiva, pero que ha tenido muy poco de un afecto real, hacia personas y grupos reales. Abordar esto es algo que nunca se ha discutido, y es indispensable, si es que se quiere afrontar los desafíos de una segunda renovación ante los desafíos nacionales y globales.

En primer lugar, los pueblos indígenas han sido mirados por muchos grupos de izquierda como un ideal de resistencia frente al colonialismo, el capitalismo y la modernidad. Son tenidos como guardianes puros de valores alternativos al individualismo y al consumo, encarnando formas de vida comunitarias y sostenibles. Se constituyen así en un símbolo de alternatividad.

En un segundo lugar, los pueblos indígenas son tomados como un símbolo de la opresión y exclusión de larga duración, porque efectivamente esa es su historia. Aunque dicha historia tiene claras consecuencias en el presente, es elevada a encarnación de la miseria inocente, que las izquierdas han jurado erradicar. Se constituyen entonces en un símbolo de injusticia estructural para la motivación de la consciencia progresista.

En tercer término, la larga tradición de protesta de los pueblos indígenas, desde la resistencia a la misma colonización, hasta las impugnación de los extractivismos actuales en territorios indígenas, es proyectada idealizadamente por las izquierdas como un espíritu de autenticidad rebelde, desestabilizador del poder, que es añorado por las izquierdas en medio  de las contradicciones y complejidades de sus estrategias políticas.

Los indígenas en Chile, como en otros países del mundo, viven y piensan de una manera más compleja que aquellos simbolismos reductores. En la medida que la política, como acción de conversación y concertación de la acción colectiva los envuelve, se hacen visibles todos los matices, evoluciones, compromisos y contradicciones que la realidad impone.

Cuando la política se transforma en postureos en redes, imágenes y emociones generalizadas y descontextualizadas, en medio de una creciente impotencia para realizar transformaciones estructurales efectivas, los pueblos indígenas se transforman en fetiches.

Después del Gobierno de Patricio Aylwin, la gestión institucional de las demandas de los pueblos indígenas no ha hecho sino decaer. Se construyó una Ley Indígena, institucionalidad, políticas públicas, pero fueron marginados en el devenir del Estado. A partir de allí se crearon capacidades de diálogo y respuesta estatales, pero limitadas y sin permiso de crecer. Ahora bien, esas capacidades sí existían.

Las promesas de la izquierda para incrementar esas capacidades han fallado hasta ahora. Sucediendo esto, se pierde el contacto con la realidad dinámica del mundo indígena y las élites de izquierda se dejan encantar cada vez más por variados simbolismos, a la vez que se alejan de los indígenas reales, dejando muchos puntos ciegos y vacíos en la propuesta política, cuando la hay.

Los indígenas son tratados en el discurso como fetiches, en tanto la gestión de las políticas tiende a hacer cada vez menos y decepcionar cada vez más. Se validan liderazgos sin base social aunque con visibilidad y se procesan las demandas etnopolíticas de los pueblos indígenas como meras expresiones de política identitaria, análogas a otras diferenciaciones culturales.

Por otra parte, persiste la fascinación por supuestos liderazgos rupturistas con el Estado, defensores de la violencia, de poco arrastre indígena, pero bien incardinados con las fantasías del siglo XX. Con ello, las izquierdas siguen desoyendo a las comunidades, asociaciones y familias indígenas que en espacios urbanos y rurales solo quieren seguir siendo indígenas, sosteniendo sus identidades, espiritualidad y conocimientos, pero sin violencias ni esencialismos. 

Las dificultades para construir una agenda y propuestas eficaces que han tenido los liderazgos indígenas, en lugar de ser acompañadas por simbolismos, tienen que encontrar dentro de los actores de la izquierda socialista disponibilidad a dialogar en los diferentes territorios, a actuar y a construir en conjunto cambios reales en desarrollo económico, cultural y, por cierto, en derechos políticos. La capacidad de diálogo de la izquierda será decisiva para hacer realidad lo que ahora solo subsiste como símbolo y promesa.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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