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Trump: el hombre arancel
Trump aboga por un dólar barato para favorecer a las exportaciones estadounidenses y, al mismo tiempo, presiona a la Reserva Federal para que reduzca la tasa de interés, lo que, con un activismo proteccionista arancelario, trae resultados muy inciertos.
Donald Trump ha convertido esta herramienta de la política económica en su punta de lanza para ordenar la economía de Estados Unidos (USA) y además para presionar a gobiernos vecinos para que tomen medidas activas contra la inmigración ilegal y el tráfico de estupefacientes. De hecho, él mismo se ha autodefinido como el “hombre aranceles”, que según él pueden solucionar todo.
Hagamos un poco de historia: el economista inglés David Ricardo publicó sus Principios de Economía Política y Tributación en 1817. En este sistematiza y da un cuerpo conceptual a la teoría de las ventajas comparativas, las cuales han contribuido a entender el funcionamiento del comercio internacional (continúa en cierta forma el pensamiento de Adam Smith en cuanto a las bondades del comercio).
Así, si un país es más fuerte y productivo que otro en todos los sectores y bienes, le convendrá especializarse en los que tiene ventaja comparativa relativa, dejando al país menos productivo produciendo en aquellos sectores y bienes donde su brecha de producción es menor respecto al país más productivo.
Así es beneficioso el comercio de un país más productivo con un país menos productivo; ambos se especializarán en los bienes con mayor ventaja comparativa (o de menor desventaja comparativa). De esta forma la producción global aumenta, con incrementos en la oferta de bienes y con mayor bienestar social.
Aquí se ha dado una discusión interesante (el debate entre Justin Lin, doctor en Chicago, exvicepresidente del Banco Mundial y Ha- Joon Chang, profesor de Cambridge, 2009) en cuanto a si estas ventajas comparativas deben dejarse al arbitrio del mercado (no hacer nada y que la agregación de valor industrial venga dada por el mercado y las señales de precios) o que estas ventajas comparativas se complejicen a partir del esfuerzo conjunto del Estado con el sector privado (como Corea del Sur y la mayoría de los países asiáticos actualmente en vías de crecimiento acelerado).
También la izquierda latinoamericana se embriagó con los aranceles para promover la industrialización desde la década del 30. Hay que solo recordar que en 1973 el arancel promedio que exhibía la economía chilena era del 100%. El modelo estructuralista de sustitución que se comienza a implantar en la década de los 30-40 en Latinoamérica (Prebisch, 1949) viró desde enfoques más keynesianos hacia modelos desarrollistas, en los cuales los aranceles jugaban un rol importante al proteger los mercados internos para gatillar “el despliegue de las fuerzas productivas” y así sustituir las importaciones.
Esto promovería el empleo, las industrias nacionales y mitigaría los adversos términos de intercambio para las economías del tercer mundo. Aunque los contextos históricos y tamaños de la economía son muy distintos, hay ciertas hebras comunes básicas en el discurso cepaliano de los años 40 y la administración Trump.
Luego de la Segunda Guerra Mundial y con la irrupción de un nuevo orden internacional, la globalización económica había avanzado a pasos agigantados, emergiendo los análisis a las cadenas globales de valor. Estas tuvieron su origen en productos tipo commodities (café, ciertos textiles) y se han desarrollado otras asociadas a productos tecnológicos con mayor valor agregado (semiconductores, biotecnología, entre otros). Esto es, que ningún producto por sí solo se produce en un solo país o región; sino que sus diferentes componentes o partes son producidos en diferentes espacios geográficos (Gereffi, G, 1994).
Ciertamente un espacio de libre comercio y con bajos aranceles ha permitido el surgimiento de las cadenas globales, las cuales se han visto alteradas en parte por el COVID y por la agresión rusa a Ucrania al encarecerse los costos logísticos, lo que ha presionado a una mayor inflación global. La trama arancelaria de Trump ha provocado incertidumbre en cómo se reconfigurarán estas cadenas globales, perdiendo eficiencia organizacional y sufriendo pérdidas de producción.
Destacados economistas norteamericanos y de las corrientes principales de la disciplina han planteado que subir aranceles es claramente un error (Summers, Krugman, entre otros). Existe cierto consenso en que un alza de aranceles no necesariamente sería pagada integra por el productor-exportador desde fuera de USA, sino que traspasaría parte de ese costo a los consumidores norteamericanos.
Del mismo modo la producción local de USA al verse protegida subiría sus precios reforzando el efecto de mayor inflación doméstica. También, las empresas que requieren insumos importados para producir y/o exportar en y desde USA, experimentarán alzas de costos y tendrán una menor productividad al tener una asignación ineficiente del capital.
La gran apuesta de Trump es que estas alzas de aranceles aumentarán el empleo y la producción industrial, reduciendo el desempleo que ha sido el resultado de la desindustrialización estructural que ha generado el denominado comercio desleal de China y de muchos otros países. También esta imposición de aranceles generaría ingresos fiscales a la economía norteamericana, para sí reducir su desequilibrio fiscal.
El economista Peter Navarro, principal asesor de Trump en temas de comercio, ha señalado que el tamaño de la economía norteamericana es tan grande que los mayores costos para las empresas exportadoras a USA por imposiciones arancelarias serían asumidos por los propios exportadores de los otros países. La escala permitiría, por tanto, un apaciguamiento de la inflación, y además incentivaría el alicaído desarrollo industrial de ciertas regiones (el “Rust Belt” en el nordeste, que incluye Pensilvania, Michigan, Ohio, entre otros y que han sido de los Estados que han dado el voto y triunfo a Trump).
Del mismo modo, la creación de una Oficina de Ingresos Arancelarios señaliza cuál es la ambición de este Gobierno respecto a los aranceles. Estos alcanzaron el 2024 el 1,6% del total de la recaudación tributaria estadounidense, una cifra ínfima para las pretensiones de Trump. Las actuales imposiciones arancelarias asumiendo diferentes escenarios a la espera de la publicación de los aranceles recíprocos, podría triplicar o más esos ingresos, permitiendo rebajas de impuestos a la renta y corporativos (algo que está en el programa de Gobierno de Trump), al mejorar y complementar mejor la mezcla de ingresos fiscales.
Aparte de los anuncios arancelarios para el hierro y el aluminio, el Gobierno estadounidense ha emitido recientemente un decreto para investigar la organización industrial del mercado del cobre y se emitirá un informe en un plazo máximo de 9 meses. Esto abarca el análisis de los diferentes tipos de cobre, de las cadenas globales de valor y de la influencia en el precio y producción de los mayores productores de cobre.
Nuevamente, a través de aranceles quieren reactivar la industria norteamericana de cobre, de modo que Estados Unidos, por razones de interés nacional, dependa menos de productores extranjeros, dado que este mineral está directamente relacionado con los avances tecnológicos y la seguridad estratégica de la nación.
Aunque Chile exporta solo el 11% del cobre a Estados Unidos (es su segundo destino luego del de China), un impacto arancelario (teóricamente no solo a Chile) podría tener un efecto de sobreoferta en mercados alternativos al norteamericano, haciendo caer el precio del cobre. Aunque es difícil calibrar, esto podría tener efectos en la producción de Chile, en el cluster minero y en la recaudación fiscal.
También el statu quo en las políticas de USA debilitarán a la larga a su economía para poder ser un contrapeso efectivo al constante crecimiento de todos los sectores de la economía china, incluida la dimensión tecnológica. Los datos macros que fundamentan salir del statu quo son evidentes y elocuentes. La deuda pública ya está en el 100% del PIB, con un elevadísimo déficit fiscal del 7% del PIB, y con un también alto déficit comercial equivalente al 3% del PIB, aunque moderándose en los últimos años.
Sin embargo, surgen interrogantes: ¿es el alza de aranceles en general la solución a estos déficits?, ¿es la forma desenfrenada de DOGE-Elon Musk la adecuada para recortar el gasto público y hacer más eficiente el Estado estadounidense?, ¿es correcto presionar a la Reserva Federal para que haga lo que el presidente Trump desea en cuanto a hacer más expansiva la política monetaria?
Hasta el momento la apuesta la está perdiendo Trump. El sistema financiero norteamericano ya está anticipando más inflación con los efectos adversos en las tasas de interés y en el ciclo económico. Del mismo modo, el sentimiento de los consumidores y de las empresas esta inquieto y muy expectante para ver hasta dónde llegará Trump con las amenazas arancelarias, lo cual trae una alta incertidumbre al panorama económico.
Sin embargo, como prueba de fe aún queda ver a mediano plazo los efectos en la producción de Estados Unidos, la que aún se mantiene fuerte y que viene con ese arrastre inercial desde hace un buen tiempo, antes de que llegará la actual administración al poder.
Como conclusión, Trump aboga por un dólar barato para favorecer a las exportaciones estadounidenses y, al mismo tiempo, presiona a la Reserva Federal para que reduzca la tasa de interés, lo que, con un activismo proteccionista arancelario, trae resultados muy inciertos no solo para la economía norteamericana sino para el resto del mundo.
De alguna forma también presiona a respuestas arancelarias de sus socios comerciales, volviendo incierto el comercio exterior, y se castiga a las inversiones transfronterizas al no tener seguridad jurídica (la OMC está pasando a ser un mero espectador al sacar Trump del cajón decretos antiguos que legalizan el desmadre comercial).
Si a esto se suma una férrea postura antiinmigración, generará más presión de precios sobre los salarios al contraerse la oferta de trabajo. También la agenda de Trump es anticambio climático y la reducción de subsidios a energía renovable para favorecer el petróleo también podría devenir en un precio más caro de la energía y en una derrota para la defensa global del cambio climático con consecuencias desastrosas para la humanidad.
Además, ya es un hecho que se levantarán las sanciones comerciales contra Rusia por parte de Estados Unidos. Y surgen muchas dudas: ¿aplicará a Rusia medidas arancelarias especiales?, ¿habrá prometido Putin abrir el mercado petrolero ruso a empresas norteamericanas en esta pasada como moneda de cambio? (ya no es dictador ni hay agresión ni hay garantías explícitas de seguridad a Ucrania). Y aunque Trump está recién en su segundo mes en el poder, las decisiones de su administración tienen efectos planetarios ya no del todo insospechados.
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