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Permisología: una palabra para una realidad innegable
La permisología no es una fantasía, sino un obstáculo tangible.
La reciente afirmación del Ministro de Medio Ambiente, Maximiliano Proaño, de que la “permisología es un término de fantasía” merece un análisis más profundo. Lejos de ser una expresión vacía, la “permisología” se refiere en Chile (y Venezuela, donde se acuñó el término en 2008) a la complejidad y lentitud de los procedimientos para la aprobación de proyectos, especialmente en sectores como la minería, la construcción y las inversiones públicas y privadas. Se ha convertido en un término común en debates políticos y económicos en el país, utilizado para criticar la rigidez administrativa que frena el desarrollo y la competitividad.
La permisología no es una fantasía, sino un obstáculo tangible. Quienes han intentado abrir un negocio, remodelar una vivienda o formalizar una actividad económica conocen de primera mano el calvario de permisos, autorizaciones y sellos. Cada paso parece diseñado no solo para regular, sino para desgastar la iniciativa.
Negar la existencia de la permisología es ignorar el impacto económico y social que genera. Los retrasos en permisos de construcción paralizan proyectos, las demoras en registros empresariales frenan el emprendimiento y los excesivos requisitos para la importación de insumos afectan la productividad.
Entre los proyectos más afectados se encuentran los de gran escala, como los mineros, que requieren inversiones de largo plazo y un capital significativo. Estas iniciativas no solo generan empleo y dinamizan la economía, sino que también benefician a comunidades, regiones y al país en su conjunto. Sin embargo, la permisología puede retrasarlos años, afectando así su viabilidad y los beneficios que estos proyectos podrían aportar al país y las comunidades locales.
Simplificar trámites, digitalizar procesos y establecer plazos razonables y claros, no arbitrarios ni con intereses políticos (como tristemente se ha hecho con el Proyecto Dominga), para la obtención de los permisos sería un primer paso para transformar la permisología de una pesadilla burocrática a un sistema ágil y funcional.
Decir que la permisología no existe es como afirmar que el viento no sopla porque no lo vemos. Sus efectos están a la vista de todos y, como tal, merecen ser reconocidos y enfrentados con políticas públicas eficaces y sentido de urgencia.
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