Publicidad
La reunión en la Oficina Oval y los principios de la política exterior Opinión

La reunión en la Oficina Oval y los principios de la política exterior

Publicidad
Robert Funk
Por : Robert Funk PhD en ciencia política. Académico de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile
Ver Más

Ya no se trata solo de Ucrania, o del deseo de Trump de consolidar su control personal sobre el sistema político estadounidense. Lo que presenciamos en tiempo real fue la muerte de 250 años de política exterior estadounidense.


La reunión celebrada en la Oficina Oval el pasado viernes confirmó por si todavía quedara alguna duda que Donald Trump ha optado por dar vuelta el orden internacional. ¿Qué significa esto para nosotros?

Ya no se trata solo de Ucrania, o del deseo de Trump de consolidar su control personal sobre el sistema político estadounidense. Lo que presenciamos en tiempo real fue la muerte de 250 años de política exterior estadounidense.

El hecho de que los líderes europeos, más los primer ministros de Gran Bretaña y Canadá, se reunieran en una cumbre de emergencia dos días después de la debacle de Washington, subraya el nivel de preocupación con la nueva realidad. La OTAN parece haber sido enterrada, o al menos el liderazgo estadounidense dentro de ella se acabó. Pero es más: EE.UU. ha decidido defender activamente la autocracia por encima de la democracia.

Durante la mayor parte de la existencia del país, Estados Unidos ha afirmado que la promoción de la democracia es uno de sus principios fundamentales. Como secretario de Estado, el futuro presidente John Quincy Adams anunció que la tarea de su país sería promover “la causa general [de la democracia] por el semblante de su voz y la benigna simpatía de su ejemplo”.

Los países que hemos sufrido los efectos de dicha política entendemos que EE.UU. demasiadas veces falló en estar a la altura de este objetivo. El “ejemplo” no siempre fue benigno. Pero incluso cuando fracasó, como en los casos de las dictaduras latinoamericanas, la guerra de Irak, o en Vietnam, estas políticas se concibieron y comunicaron en términos de la defensa de la democracia contra el imperialismo europeo, el socialismo, el yihadismo u otras fuerzas iliberales.

En otros momentos, como durante la transición chilena a la democracia, Estados Unidos jugó un papel más positivo, apoyando a las fuerzas democráticas. El discurso democratizador de EE.UU., incluso cuando no logró cumplir con sus propios ideales, ha ayudado a países que no necesariamente han tenido un compromiso de larga data con las normas democráticas a, al menos, aspirar a avanzar en la dirección de la consolidación democrática.

El hecho de que Estados Unidos ahora haya optado por una dirección diferente trae nuevos desafíos. Es poco probable que el nuevo alineamiento con Rusia cree un bloque autoritario. Existen demasiados intereses divergentes. Pero sí podríamos presenciar una división del mundo entre las grandes potencias en esferas de influencia. Rusia aspiraría a dominar Europa. China tendría como objetivo dominar el este de Asia (y tal vez África), a Arabia Saudita e Israel se les permitiría dividir el Medio Oriente, y Estados Unidos, una vez más, concentraría su política exterior estrictamente en el hemisferio occidental. Doctrina Monroe 2.0.

¿Cómo responder? Durante décadas, la política exterior chilena se ha centrado en ideales que han coincidido con aquellos promovidos por Washington: democracia, globalización, libre comercio, derechos humanos. Estas ideas no solo estaban en sintonía con nuestro proceso democrático, sino también con nuestro interés nacional. Todavía lo son.

¿Cómo puede crecer la economía chilena, por ejemplo, si no es continuar intercambiando productos y servicios con socios en el resto del mundo?  Nuestro mercado interno, en un contexto proteccionista, no da. Eso ya lo intentamos.

La necesidad de replantear nuestra política exterior es urgente. Al igual que la política interna, la política exterior puede cambiar. Incluso los intereses pueden cambiar a medida que la economía se desarrolle, el clima vaya cambiando y las necesidades demográficas evolucionen. Pero lo que no debe cambiar son los principios fundamentales de nuestras relaciones internacionales.

De hecho, como ha señalado el académico y periodista estadounidense Fareed Zakaria, cuando se abandonan los principios fundacionales de un país y su política exterior, lo que se obtiene es algo así como el vergonzoso espectáculo de la Oficina Oval.

La Cancillería chilena tiene muy claro cuáles son esos principios: el respeto del derecho internacional (incluyendo, relevantemente, el derecho a la integridad territorial), el respeto por la democracia y los DD.HH. y la cooperación. Los principios son permanentes o casi permanentes: el destacado diplomático George F. Kennan definió el principio en las relaciones internacionales como una regla de conducta que “salvo circunstancies especiales, [debe] aplicarse automáticamente, y quien se proponga dejarlo de lado o violarlo debe explicar por qué tal violación parece inevitable”.

No será fácil, pues estas tres sucintas ideas están siendo desafiadas por la nueva realidad. Son principios que incluso pueden chocar con algunos intereses económicos (respecto de China, por ejemplo) o con las ideologías coyunturales del gobernante (como en el caso de Israel). Pero como sugiere Zakaria, en los principios se encuentra la semilla de la respuesta chilena a lo que el mundo tiene por delante.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

Inscríbete en nuestro Newsletter El Mostrador Opinión, No te pierdas las columnas de opinión más destacadas de la semana en tu correo. Todos los domingos a las 10am.

Publicidad

Tendencias