
Los peligros de la falta de perspectiva de género en la investigación científica
En este 8M, el llamado es claro: la ausencia de género en la investigación científica no solo limita el conocimiento, sino que perpetúa desigualdades.
El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, no solo es una fecha de conmemoración de las luchas históricas por la igualdad de género, sino también un momento clave para reflexionar sobre los desafíos persistentes en distintos ámbitos, incluida la ciencia. La investigación científica, tradicionalmente dominada por hombres, ha experimentado avances hacia la inclusión, pero aún persisten barreras estructurales que afectan la equidad en la producción del conocimiento.
En este contexto, considerar la perspectiva de género en la investigación no es solo una cuestión de justicia social, sino una necesidad para garantizar una ciencia más rigurosa, diversa y representativa.
Históricamente, la ciencia ha sido construida desde una visión androcéntrica, en la que los hombres no solo han dominado los espacios académicos, sino que también han definido qué temas son dignos de estudio y bajo qué metodologías se deben analizar. Este sesgo ha llevado a la exclusión de las experiencias de las mujeres y de otras identidades de género, con consecuencias tangibles en diversas disciplinas.
Ejemplos emblemáticos de esta exclusión pueden encontrarse en la medicina y la biología. Durante décadas, los ensayos clínicos se han basado mayoritariamente en sujetos masculinos, lo que ha derivado en tratamientos menos efectivos o con mayores efectos secundarios para las mujeres.
Enfermedades como el infarto de miocardio han sido diagnosticadas erróneamente en mujeres debido a la falta de estudios específicos sobre sus síntomas diferenciados. Del mismo modo, en campos como la tecnología y la inteligencia artificial, la ausencia de una perspectiva de género ha resultado en algoritmos que reproducen y amplifican estereotipos discriminatorios.
Incorporar la perspectiva de género en la investigación científica no significa únicamente promover la participación de más mujeres en la ciencia, sino también cuestionar los marcos teóricos, metodologías y objetivos que guían la producción del conocimiento. La pregunta clave no es solo quién investiga, sino también qué se investiga y cómo se investiga.
Las ciencias sociales han avanzado en la integración de metodologías que ponen en el centro la experiencia de grupos históricamente marginados. En la biología y la medicina, se ha promovido la inclusión de análisis diferenciados por sexo y género para mejorar la precisión y efectividad de los tratamientos médicos. En la tecnología, iniciativas que buscan reducir el sesgo de género en la inteligencia artificial y la programación son fundamentales para evitar la perpetuación de desigualdades en sistemas automatizados.
Un caso específico y relevante es la relación entre género y biodiversidad en la producción de datos científicos. Investigaciones recientes han demostrado que el conocimiento sobre biodiversidad suele estar mediado por supuestos de género que afectan la manera en que se observa, clasifica y estudia la naturaleza.
Por ejemplo, los estudios sobre biodiversidad han tendido a asumir una visión binaria del género, lo que puede llevar a la producción de datos parciales y sesgados. Esto es especialmente problemático cuando este conocimiento es utilizado para la toma de decisiones en conservación y políticas ambientales.
Se ha señalado que los datos de líneas base en biodiversidad suelen estar influenciados por modelos tradicionales que no cuestionan el impacto del género en las prácticas de medición y clasificación. Esto no solo limita la precisión científica, sino que también tiene consecuencias en la forma en que se diseñan políticas de conservación y uso sostenible de los ecosistemas.
Desde una perspectiva BioSocioCultural con la que trabajamos en nuestras investigaciones, hemos propuesto que la producción de conocimiento sobre biodiversidad debe integrar el género como una hipótesis dentro del proceso de observación y medición, en lugar de asumirlo como una categoría binaria dada.
Esta aproximación permite generar datos más robustos y evitar los efectos negativos de un conocimiento fragmentado que no reconoce la complejidad de las relaciones entre género, biodiversidad y sociedad. La investigación en este campo ha comenzado a demostrar que integrar el género en los estudios sobre biodiversidad puede mejorar la precisión y aplicabilidad de los datos, contribuyendo a una conservación más efectiva y equitativa.
Es así como, a pesar del aumento en la participación de mujeres en la ciencia, las cifras aún reflejan desigualdades significativas. Según datos de la Unesco, solo el 33% de los investigadores en el mundo son mujeres, y las brechas se profundizan en posiciones de liderazgo académico y en el acceso a financiamiento para proyectos científicos. Las disciplinas STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) siguen siendo particularmente resistentes a la paridad de género.
Superar estas desigualdades requiere de políticas activas en distintos niveles. Programas de mentoría para mujeres científicas, financiamiento específico para proyectos con perspectiva de género, cuotas en instituciones académicas y científicas, y cambios en la cultura organizacional de los centros de investigación son algunas de las medidas necesarias para garantizar que la ciencia sea realmente inclusiva.
El Día Internacional de la Mujer es una oportunidad para reivindicar el papel de las mujeres en la ciencia y exigir cambios estructurales que garanticen la equidad en la investigación. Reconocer la importancia del género en la producción del conocimiento es un paso fundamental para construir una ciencia más justa, diversa y socialmente relevante.
En este 8M, el llamado es claro: la ausencia de género en la investigación científica no solo limita el conocimiento, sino que perpetúa desigualdades. Producir conocimiento, en donde género es una herramienta analítica, augura una ciencia que posibilita sociedades más justas.
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