
8M: mujeres, discriminación y sacerdocio
La Iglesia Católica tiene hoy una oportunidad histórica de evolucionar y ser coherente con los principios de igualdad y dignidad que predica.
En el marco del Día Internacional de la Mujer, resulta imprescindible reflexionar sobre instituciones que, pese a los significativos avances en igualdad de género, mantienen barreras injustificadas contra la plena participación femenina. La Iglesia Católica es un claro ejemplo al excluir a las mujeres del sacerdocio.
Si bien en el ámbito estatal y empresarial ha habido progresos en la inclusión femenina en espacios de liderazgo y toma de decisiones, la Iglesia sigue vetando el acceso de las mujeres al sacerdocio, una postura anacrónica y discriminatoria. Se basa en paradigmas de una concepción del rol femenino propia de hace más de dos mil años. La tradición no justifica esta exclusión, más aún cuando la Iglesia ha sabido adaptarse en otros aspectos, permitiendo a las mujeres estudiar, trabajar, desarrollarse profesionalmente y ocupar altos cargos, incluso dentro del Vaticano.
El papa Francisco, en la exhortación apostólica “Amoris Laetitia”, reconoce la dignidad y el liderazgo femenino, señalando que, “aunque hubo notables mejoras en el reconocimiento de los derechos de la mujer y en su participación en el espacio público, todavía hay mucho que avanzar en algunos países”, agregando que “aún no se terminan de erradicar costumbres inaceptables”. Por ello, resulta aún más incomprensible que se les niegue el sacerdocio. Además, no hay razones válidas que lo impidan. Si bien algunos podrían argumentar un mandato divino, la interpretación de la Biblia ha evolucionado en muchos aspectos, como la abolición de la esclavitud o la revalorización de ciertas pruebas de fe.
No existe una prohibición explícita respecto a la ordenación femenina. En términos prácticos, esta exclusión es aún más inexplicable en un contexto de crisis vocacional: la cantidad de nuevos sacerdotes ha disminuido drásticamente y muchos clérigos han renunciado. Permitir la incorporación de mujeres al sacerdocio no solo representaría un acto de justicia, igualdad y reconocimiento a su capacidad espiritual y pastoral, sino que también contribuiría a contar con nuevas vocaciones.
El mayor valor radica en la perspectiva femenina. Son muchas las mujeres que han demostrado su compromiso con la fe y su entrega social de manera silenciosa. Su aporte en el sacerdocio enriquecería a una Iglesia que debe comprender que la comunidad eclesial está compuesta por hombres y mujeres, y que ellas pueden ocupar los mismos roles que hoy están reservados solo para los varones.
La Iglesia Católica tiene hoy una oportunidad histórica de evolucionar y ser coherente con los principios de igualdad y dignidad que predica. Permitir el acceso de las mujeres al sacerdocio no solo sería un acto de justicia, sino también, aunque no debiéramos apelar a lo práctico, se trataría de una decisión estratégica para asegurar la supervivencia y relevancia de la institución en un mundo que ya no acepta la discriminación por razones de género.
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