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Liberarse de la razón: libertarios y antivacunas Opinión Pablo Ovalle/AgenciaUno

Liberarse de la razón: libertarios y antivacunas

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Lucas Miranda
Por : Lucas Miranda Investigador Faro UDD
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Si los libertarios quieren mostrar que las vacunas causan autismo, ni el Estado ni los médicos les quitan la libertad de hacerlo. Basta que estudien medicina, hagan investigación en la frontera y encuentren evidencia de ese vínculo. Si lo hacen, serán justamente aplaudidos. Pero no lo hacen.


El 2025 se cumplen ochenta años desde que Karl Popper publicó La sociedad abierta y sus enemigos. En medio de la guerra y los totalitarismos, el filósofo austriaco analizó las condiciones de una relación virtuosa entre democracia y ciencia. El objetivo era difícil, amenazado por la Escila de una autoritaria fe en las capacidades de la ciencia y la Caribdis del irracionalismo anticientífico. Para navegar este estrecho, propuso una aproximación que denominó “ingeniería social fragmentaria”. Popper no creía en recetas científicas infalibles para la política. La clave estaba en limitar las intervenciones inspiradas en la ciencia a aquellas en donde sus inevitables errores fueran identificables y corregibles. Ensayo y error, humildad, cautela, disposición correctora y control democrático. Así era posible aprovechar el conocimiento científico en la política.

Ochenta años después, la amenaza del irracionalismo anticientífico se expande con graves consecuencias: el movimiento antivacunas ha contribuido a un fatal brote de sarampión en EE.UU. El sarampión es una enfermedad muy contagiosa, capaz de producir colapsos hospitalarios. En los países desarrollados este problema se ha erradicado gracias a la inmunización mediante la eficaz, segura e inocua vacuna triple vírica. Sin embargo, el incremento de familias antivacunas ha hecho vulnerable a la población.

¿Cómo se explica que países desarrollados se autoinflinjan estos daños evitables?

El movimiento antivacunas se encumbró sobre un artículo del ex médico Andrew Wakefield publicado a fines de los ’90 en la prestigiosa revista científica The Lancet, en donde vinculaba la vacuna triple vírica al autismo. Cuando se supo que había falseado los datos, la revista se retractó del artículo. Sin embargo, esto no fue suficiente para que los antivacunas se retractaran de su obcecación. El actual secretario de salud del gobierno de Trump, Robert Kennedy Jr., es un conocido activista en contra de la vacunación obligatoria que ha insistido en el vínculo con el autismo. Kennedy Jr. ha tenido acercamientos al Partido Libertario. Esta corriente de pensamiento político (asociada a Javier Milei en Argentina y a los Kaiser en Chile) ha cultivado una consecuente alianza con el movimiento antivacunas.

Hay dos líneas argumentales que los libertarios esgrimen en contra de la vacunación. El liberalismo clásico se cimentó sobre el principio del no daño. En la formulación de J.S Mill este principio establece que la única razón por la cual el Estado puede intervenir sobre la libertad de los individuos es para prevenir el daño que puedan causar sobre otras personas. Si la evidencia permite suponer que la intervención no es peor que lo intervenido, existe un argumento sólido para realizarla.

La vacunación obligatoria ha sido exitosa y se ha amparado en esta idea: si una parte de la población decide no vacunarse, la enfermedad se expandirá amenazando al conjunto de la población. La libertad para no vacunarse daña a los demás. La obligación de hacerlo es un pequeño costo que evita grandes sufrimientos. No obstante, los libertarios mantienen especulativas razones para oponerse a esto, desestimando la evidencia y aplicando caprichosamente el principio del no daño. Hoy en día un libertario es capaz de atacar vigorosamente la vacunación obligatoria en nombre de la libertad y al mismo tiempo defender la imposición de aranceles en nombre de quién sabe qué.

Otra línea argumental libertaria desconoce la autoridad epistémica de los consensos científicos. Los libertarios han hecho suya la estética de la rebeldía y de la “libertad de pensamiento” para cuestionar los consensos en disciplinas como la medicina, las ciencias del clima y la economía. El filósofo libertario argentino Gabriel Zanotti ha intentado fundamentar esta postura en el pensamiento de Paul Feyerabend. Para éste, la ciencia es una entre muchas maneras de abordar la realidad y no necesariamente la mejor. Suponer que es la mejor -sostiene Zanotti junto a Feyerabend- es una decisión ideológica y, como tal, no debe ser avalada por la coerción del Estado. Hay un grano de verdad en las premisas de este argumento.

Fenómenos como, por ejemplo, la guerra, pueden ser abordados desde el arte, la ciencia o la filosofía sin que un abordaje sea superior a otro. Sin embargo, cuando pasamos de la generalidad de un fenómeno a la particularidad de una pregunta específica, se estrechan los márgenes del pluralismo: ¿Es la vacuna triple vírica segura, inocua y eficaz contra el sarampión? ¿Sí o no? Zanotti diría que la respuesta que da la ciencia es una entre muchas y no necesariamente la mejor, por lo cual, el Estado no debería establecer su obligatoriedad amparado en la evidencia científica. Resultado: brotes evitables y fatales de sarampión.

Para Zanotti, que el Estado actúe coactivamente sobre la base del conocimiento científico es equivalente a la no separación de la iglesia y el Estado. Se trata de una analogía radicalmente falsa. Mientras que los consensos religiosos se alcanzan y mantienen a través de la supresión de la crítica y del cambio, los consensos científicos se obtienen a través de la crítica. Filósofos como Popper y Laudan entendieron que los consensos científicos son las ideas que sobreviven a un intenso proceso de crítica por parte de la comunidad científica. Un estudiante de una ciencia que descubre un error en los resultados de su maestro es reconocido y premiado. No así en el caso de la religión. Para ser capaz de criticar el estado del arte en una ciencia, sin embargo, es necesario estar formado en ella y hallarse en la frontera de investigación. Las críticas provenientes de pseudociencias son justamente desestimadas por las comunidades científicas.

Por otro lado, no es cierto que el Estado le confiera coactivamente autoridad a tales o cuáles ideas de una disciplina científica, como sí ocurre en las teocracias. Michael Polanyi comprendió muy bien que son las propias comunidades científicas a través de sus asociaciones y revistas privadas y de alcance internacional las que validan los resultados de sus pares. Los Estados que saben aprovechar el conocimiento científico no imponen su autoridad para determinar cuál es el estado del arte en una ciencia, sino que acatan la autoridad de las asociaciones privadas de científicos.

Si los libertarios quieren mostrar que las vacunas causan autismo, ni el Estado ni los médicos les quitan la libertad de hacerlo. Basta que estudien medicina, hagan investigación en la frontera y encuentren evidencia de ese vínculo. Si lo hacen, serán justamente aplaudidos. Pero no lo hacen y su incapacidad de hacerlo la maquillan victimizándose respecto de un Estado que supuestamente los reprime.

Johannes Kaiser se ha manifestado en contra de la vacunación obligatoria y ha hecho afirmaciones en contra de la eficacia y seguridad de las vacunas en distintas ocasiones, sin fundamentarse en el consenso científico. Lo que está ocurriendo en Estados Unidos debe alertarnos que ese gesto puede liberarnos de la razón en los pocos, pero importantes ámbitos donde existen respuestas sólidas, capaces de salvar vidas. No hace falta que esta retórica hueca de la libertad nos haga retroceder otro escalón más en nuestro camino hacia el desarrollo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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