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Naranjas y tierras raras: ¿Hacia dónde va Israel? Opinión

Naranjas y tierras raras: ¿Hacia dónde va Israel?

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François Meunier
Por : François Meunier Economista, Profesor de finanzas (ENSAE – Paris)
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Que me entiendan bien: el éxito de la diáspora judía no impide que la nación israelí prospere en esta tierra de Oriente Medio cuya denominación, Palestina o Israel, ya es fuente de conflicto.


Alguien percibió una triste ironía el otro día: Trump exige a Ucrania los derechos sobre su patrimonio minero de tierras raras como reembolso a la ayuda prestada. Pero riega liberalmente el esfuerzo de guerra israelí en Gaza. ¿Por qué no pide su cuota de naranjas como compensación?

Pues debemos hoy hacernos una pregunta de fondo: ¿por qué la defensa de Israel es ahora el punto común (aunque no exclusivo) de todos los partidos y líderes de extrema derecha del planeta, una corriente política bastante conocida en su día por su odio inexpiable hacia los judíos? ¿Por qué este cambio en una generación?

Hay argumentos folclóricos, especialmente entre algunos evangélicos estadounidenses: la soberanía del pueblo judío sobre su tierra anunciaría el punto final de la escatología cristiana.

Una explicación más seria en cuanto a Europa es la contaminación ejercida por el debate sobre la inmigración: el musulmán es ahora la figura expiatoria.

Pero un tercer argumento parece más creíble: lo que fascina del proyecto sionista/israelí es este acto valiente por el cual un pueblo afirma su soberanía contra todos. América first, Francia first, Israel first, etc. Israel, o más bien el Israel del proyecto sionista, es el soberanismo por excelencia, sobre una base etno-teo-nacional.

Hay que reconocer por cierto que los israelíes están instrumentalizados en este asunto y que muchos de ellos no se reconocen ni en este proyecto ni en la repentina admiración que les profesa la extrema derecha mundial.

Conviene seguir ahí al filósofo Nietzsche, para utilizar una gran referencia y recordar que él luchó, incluso a sus expensas, contra el antisemitismo que surgió a partir de la década de 1850 en Alemania. Los judíos de la diáspora han aportado inmensamente a Europa, al espíritu europeo, a su cultura. Y siguen haciéndolo en el mundo occidental. Y esto se debe a una razón: su antinacionalismo, ellos que no eran itinerantes sino “diaspóricos”. La palabra diáspora viene de espora (una semilla) y de día (a través), es decir, una siembra, como nos recuerda Eduardo Sabrovsky en un formidable libro que acaba de publicarse (Israel en Gaza. La encrucijada histórica del judaísmo, Paidós, 2025). 

Eran capaces de sembrar gracias a su cultura del libro, al cuidado que ponían en la educación de sus jóvenes, a su sentido del humor frente a la religión, a su espíritu cosmopolita (¡sí! ¡ese término cosmopolita que la extrema derecha desprecia!). Una riqueza cultural que, en cierto modo, les fue impuesta inicialmente por el antisemitismo imperante en Europa, que les relegaba a las profesiones liberales o financieras, actividades en las que la rigurosidad, la abstracción, la confianza y la educación son indispensables. Con ironía pero sin sorpresa, esta fue su oportunidad, ya que esta cultura los puso rápidamente en los primeros puestos de las sociedades occidentales cuando se volvieron más abiertas. ¡Cuántos grandes médicos, científicos, artistas y políticos de origen judío aparecieron de repente! Para estos judíos, cada capital europea era Jerusalén. No les impedía ser buenos alemanes, buenos chilenos, buenos rusos…

La extrema derecha, por el contrario, se sirve de la palabra “pueblo” en su afán de separar las poblaciones, lo cual es un proyecto a la vez absurdo y a la larga criminal, porque ¿quién sabe realmente lo que es un pueblo? En cualquier caso, ciertamente no es un rasgo común de raza, sangre, religión u otro. La extrema derecha abraza el proyecto sionista, aplicándolo a todos los pueblos, cada uno con su pequeño sionismo. Es identitaria. 

Que me entiendan bien: el éxito de la diáspora judía no impide que la nación israelí prospere en esta tierra de Oriente Medio cuya denominación, Palestina o Israel, ya es fuente de conflicto. Pero conservando el espíritu de una diáspora. Debe ser consciente de que cuando se designa como «pueblo» se refiere a algo que ahora queda en construcción mientras los palestinos no sean reconocidos como parte integrante. La deriva sionista de su proyecto nacional sólo puede producir líderes como Netanyahu. Esto hace imposible que la izquierda regrese al poder si quiere seguir respetando valores republicanos y al mismo tiempo estar a favor de un “Estado judío” en lugar de un “Estado israelí”. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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