
Cambio de era: irrumpe o regresa la diplomacia brutalista
Ucrania ha quedado debilitada por quien fuera hace tres años su aliado principal y, de no mediar el apoyo europeo, arriesga un negro escenario. En esta pasada, las cartas favorecen a los que tienen las armas, la tecnología y el poder económico, pero una ronda no define el juego.
Los cambios de era son definidos como períodos de transición entre dos apogeos, que implican cambios en diversos ámbitos de la sociedad. Estos cambios pueden ser tecnológicos, económicos, políticos, culturales, entre otros. Siendo una transición, es un proceso gradual y, por lo tanto, perceptible por todos.
Como es notorio, el sistema internacional que se instaló al término de la II Guerra Mundial está mutando hacia otro esquema. En el nuevo orden está claro que el multilateralismo y el Derecho Internacional, que probablemente alcanzaron su clímax a fines del siglo pasado, van en retirada en beneficio del poder duro y una red de alianzas que reemplaza al universalismo que pretendían Naciones Unidas y otros organismos multilaterales. En cierto modo, es un regreso al sistema que imperó desde el siglo XIX y hasta la primera mitad del siglo XX.
El tema en las transiciones es que suele ser difícil anticipar su extensión y, además, precisar oportunamente las características del nuevo orden en configuración, especialmente en lo que se refiere a los elementos que subsistirán del antiguo y a los que emergerán.
Además, en las transiciones no hay un avance homogéneo y muchas veces da la impresión de que el péndulo se inclina hacia lo de siempre y que, por lo mismo, los cambios serán menos radicales de lo que podría esperarse.
Otra dificultad es discernir con antelación cuándo culmina la transición y se pasa a un nuevo orden.
Durante la primera administración de Trump se instaló la sensación de que la transición se aceleraba y convergía en un nuevo orden, pero su derrota en la reelección hizo pensar que los cambios que estaba implementando iban a ser diluidos en parte importante.
Su nueva elección ha vuelto a acelerar la transición hacia el nuevo sistema que señalé y, sobre el particular, en esta columna voy a compartir mi análisis sobre lo que considero un “momento estelar” fundado en la obra del escritor Stefan Zweig y que alude a sucesos fulgurantes y decisivos para la historia. Concretamente, me refiero a la reciente reunión en la Casa Blanca entre los presidentes Trump y Zelenski.
Estoy convencido de que esta reunión marcó la consagración del nuevo orden. Revisemos por tanto su contexto, desarrollo y consecuencias.
En relación con el contexto, recordemos que, durante su campaña, Trump anunció que, en caso de ser electo, iba a imponer rápidamente la paz entre Ucrania y Rusia. Como con tantos otros anuncios, ha estado implementándolo.
Lo primero que hizo fue comunicarse con Putin, sin diálogo previo ni coordinación con los europeos y menos con Ucrania. Esto responde a su percepción de que quienes se sientan a una mesa de negociación son los que tienen el poder duro y los demás deberán acatar o atenerse a las consecuencias. Para él, solo Rusia está en esa condición.
Después de esa conversación, se comunicó con Zelenski y empezó a transmitir diversos conceptos públicamente, como que Ucrania inició la guerra y que Zelenski no ha hecho nada para buscar la paz, además de ser un dictador. También que era irreal pretender mantener la integridad territorial ucraniana y que una de las condiciones de la paz pasaba por su neutralidad.
Junto con esa retórica, que extraordinariamente coincide ahora con la de Rusia y diverge de la de Europa, la OTAN y Ucrania, el vicepresidente Vance concurrió a la cumbre de seguridad en Múnich, evento en el cual básicamente les dijo a los europeos que tenían que hacerse cargo de su propia defensa.
Establecido el puente entre Estados Unidos y Putin y con la intermediación de Arabia Saudita (objetivo secundario de fortalecer el papel regional de este país, frente a Irán), se realizó un primer encuentro de cancilleres de ambos países en Riad, el 18 de febrero. En dicha reunión las partes acordaron una comisión de alto nivel para discutir los términos de la paz, incluyendo un alto al fuego, otra vez sin el concurso europeo ni ucraniano.
Pese a las sucesivas visitas del presidente Macron y del primer ministro Starmer a Washington a fines de febrero, no hubo variación en el curso adoptado por Trump.
Y finalmente llegamos a la reunión de Trump y Zelenski del 28 de febrero, que en mi concepto constituye el momento estelar. Por lo mismo, sugiero ver el registro audiovisual de esa hora que marca un hito en la historia mundial contemporánea.
Zelenski, ante las tratativas ruso-estadounidenses de las cuales estaba siendo excluido, bregó por este encuentro con la oferta de suscribir un acuerdo que concedía buena parte de la explotación de tierras raras –minerales esenciales para el rubro tecnológico y respecto de los cuales China controla el 85% de la producción mundial– a Estados Unidos, a cambio de garantías y la continuación de su apoyo.
Hay que decir que el acceso a las tierras raras fue iniciativa de Estados Unidos y que el secretario del Tesoro de dicho país, Scott Bessent, impulsó su firma durante una visita a Kiev a principios de febrero, pero fue resistido por Zelenski. El objetivo declarado de Trump es resarcirse de la billonaria ayuda proporcionada a Ucrania.
Pues bien, la reunión entre ambos presidentes (que suelen tener un formato privado para posteriormente culminar con una conferencia de prensa) tuvo cobertura mediática en directo desde el inicio. Junto con ello, Trump se hizo acompañar por su vicepresidente Vance, además del secretario de Estado Rubio.
El formato fue evidentemente concebido para mostrar al mundo cómo el presidente Trump imponía sus términos y, en definitiva, cumplía sus promesas. Se suponía que, además de suscribir el acuerdo que daría acceso a Estados Unidos a recursos estratégicos y recuperar lo “invertido” en Ucrania, Zelenski acataría todas las condiciones dictadas y eso pavimentaría el camino hacia la paz.
Pero el guion no salió conforme a lo esperado. Zelenski intuía a lo que iba y tenía básicamente dos posibilidades: se allanaba a todo esperando así contar con la buena voluntad estadounidense, o se resistía precisamente para lograr mejores condiciones. Lo que haya pensado y previsto sin duda se mezcló con las emociones del momento y el giro de la reunión. Iba a ser visto por su pueblo y por el mundo y quizá consagrar el perfil con el que quedaría en la historia.
Aparecer capitulando podía acarrear nefastas consecuencias, incluyendo en su propio país. Además, nada garantizaba que acatando iba a beneficiar la defensa de su país. Más aún, ¿quién lo iba a ayudar si él mismo renunciaba en los hechos a defender la soberanía de su país?
Por eso, en una combinación probable de vísceras, corazón y cabeza, planteó sus preocupaciones y reparos ante los postulados de Trump y dio lugar al episodio que todos vimos, en que fue reprendido, ninguneado y amenazado, concluyendo además anticipadamente la actividad, debiendo retornar a su país.
Esa fue la consagración del cambio irrevocable que inaugura la nueva era, en lo que denomino la diplomacia brutalista, que parafraseando a la película (que aún no veo), pero asumiendo plenamente su significado original, es fría y despiada, anteponiendo lo que se considera el interés nacional en una visión inmediatista y fundada en el poder duro. El mensaje es claro: si no tienes poder militar y económico, entonces debes doblegarte al que lo tiene.
Lo que sigue a este momento pivote está en pleno desarrollo, pero es un ajuste radical a las nuevas circunstancias. Europa tuvo una cumbre extraordinaria y va por un rearme acelerado. Está claro que depende de sí misma en adelante. Francia expuso que podría extender su paraguas nuclear al bloque y podría pasar lo mismo con el Reino Unido. Se han puesto en movimientos fuerzas poderosas de insospechadas consecuencias. A una acción, la reacción.
Mientras tanto, Ucrania ha quedado debilitada por quien fuera hace tres años su aliado principal y, de no mediar el apoyo europeo, arriesga un negro escenario. En esta pasada las cartas favorecen a los que tienen las armas, la tecnología y el poder económico, pero una ronda no define el juego. Nadie conoce las próximas cartas que vienen en el mazo.
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