
Diplomacia a golpes de Washington
Esta actitud de autocensura y resignación encuentra un preocupante paralelo en EE.UU., donde el costo de expresar opiniones disidentes se traduce en marginación política y amenazas directas.
A principios de este año, se hizo evidente un acercamiento entre Washington y el Kremlin, mientras que las relaciones entre Estados Unidos y sus aliados se deterioraban. Aunque algunos buscan una estrategia coherente en la política exterior de Trump, la realidad sugiere que lo que guía sus decisiones son intereses económicos inmediatos y contratos relacionados con la explotación de recursos naturales.
En su mapamundi, las fronteras se trazan con contratos y los tratados se firman con cheques. Y si esto suena familiar, es porque recuerda las corruptelas, arreglos y traiciones en la política nacional, que han desplazado la búsqueda de un rumbo común.
La falta de estrategia ya había debilitado la posición internacional de EE.UU. en el primer Gobierno de Trump y había mostrado que estaba más interesado en espectáculos mediáticos que en resultados concretos. Ejemplo de ello fueron el fallido acuerdo de desnuclearización con Corea del Norte en 2018, presentado en el momento como un logro diplomático sin precedentes, y el pacto con los talibanes en 2020 que establecía la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán, a cambio de vagos compromisos de la contraparte.
Cuando la administración de Joe Biden procedió con la retirada final en 2021, el Gobierno afgano colapsó y los talibanes retomaron el control del país en una ofensiva relámpago, provocando una caótica evacuación de Kabul y dañando la credibilidad de EE.UU. en la región y el mundo.
Si bien la estrategia geopolítica parece construida más para efectos mediáticos que por objetivos concretos, los intereses económicos son mucho más claros. El primer borrador de acuerdo sobre recursos naturales en Ucrania, según Vladimir Zelenski, comprometería a Ucrania a explotar sus recursos para pagar una deuda que podría tardar 250 años en saldarse. Zelenski rechazó la firma de un acuerdo que hipotecaría a “diez generaciones de ucranianos”.
Para presionar la firma del segundo borrador, EE.UU. restringió el acceso de Ucrania a inteligencia estadounidense hasta este momento compartida, dificultando la anticipación y neutralización de ataques rusos. Keith Kellogg, enviado especial para Ucrania y Rusia, comparó esta acción con “golpear a un animal de granja con un palo”, retomando el crudo lenguaje imperialista que marcó la política de EE.UU. en América Latina durante el siglo XX. La política exterior de Washington, al parecer, se ha convertido en una negociación a golpes.
Paralelamente, las primeras reuniones ruso-estadounidenses en Riad en febrero fueron seguidas por anuncios de autoridades en Moscú sobre la explotación de recursos estratégicos como titanio, litio y cobalto con la posible participación de empresas estadounidenses.
Denis Manturov, viceprimer ministro ruso, declaró que Rusia estaba dispuesta a reanudar la venta de titanio, lo que disparó en la bolsa las acciones de la empresa rusa VSMPO-Avisma, exproveedora clave de Boeing antes de la puesta en marcha de las sanciones internacionales. Además, Putin destacó su interés en expandir la explotación de litio, mientras que la minera rusa Nornickel anunció el aumento de la producción de cobalto, material clave para la industria tecnológica.
Lo que destaca en EE.UU. es la falta de cuestionamientos abiertos. El congresista demócrata Eric Swalwell señaló que muchos republicanos temen represalias políticas e incluso amenazas físicas. Reuters informó que algunos jueces en Washington D.C. recibieron pizzas en sus casas, interpretadas como un mensaje intimidatorio: “Sé donde vives”. En otras palabras, la democracia estadounidense podría estar mutando en un sistema donde el silencio es la mejor estrategia de supervivencia.
El miedo y la indiferencia también son explicaciones recurrentes sobre la pasividad de la sociedad rusa ante la invasión a Ucrania, una guerra mal calculada por el Kremlin. Tras tres años de conflicto, Rusia ha perdido decenas de miles de soldados y su economía ha sido severamente afectada por el costo del esfuerzo bélico y las sanciones internacionales.
A pesar de los constantes ataques, Rusia ha logrado tomar menos del 20% del territorio ucraniano y ha sido derrotada en el Mar Negro. Mientras algunos atribuyen la inacción de la sociedad rusa al miedo al aparato estatal y la represión de la oposición, otros destacan la despolitización y la indiferencia, donde las personas continúan con su vida cotidiana sin cuestionar abiertamente el conflicto.
Esta actitud de autocensura y resignación encuentra un preocupante paralelo en EE.UU., donde el costo de expresar opiniones disidentes se traduce en marginación política y amenazas directas. Mientras en Rusia Putin ha logrado eliminar la oposición política y desmantelar las ONG ciudadanas, en EE.UU. el proceso de erosionar las instituciones de democracia formal sigue en desarrollo.
Trump y su movimiento político pueden recurrir a métodos distintos, pero el resultado es el mismo: la política internacional y la situación doméstica están inextricablemente ligadas, y el avance del autoritarismo, en distintas formas, continúa su marcha.
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